“Armugán”, un poema visual sobre el último viaje (entrevista a Jo Sol)
Estrenada en España
La fortaleza de esta película radica en la actuación de sus personajes, ya que es una arriesgada aproximación hacia los caminos secretos en los que transita una vida hasta su definitiva conclusión.
“Armugán” es un relato ligado a la soledad, las emociones y los encuentros a través de la leyenda de alguien que se desplaza por los valles aferrado al cuerpo de Anchel, su fiel servidor ya que ambos comparten el secreto de una labor tan antigua como la vida y tan terrible como la misma muerte.
Jo Sol recurre tanto al blanco y negro como al formato panorámico para destilar un aura clásica, como híper-consciente de la historia que hasta cierto punto hay atrás de estos personajes, que te permita dejarte llevar por esta narrativa y disfrutar de su contenido humano y visual.
El pequeño Festival de Cine de Ascaso, celebrado en una era oscense, fue el disparador del film.
Y siendo esa muestra de cine probablemente la más pequeña del mundo, es imprescindible mencionar que el elenco de la película tampoco es que sea muy numeroso. Son únicamente cuatro actores pero, eso sí, sus actuaciones gozan de una gran calidad interpretativa, lo que le convierte en una obra cinematográfica que también invita a volver a ser vista cada cierto tiempo.
A Íñigo Martínez Sagastizábal, Gonzalo Cunill y Núria Lloansi se les une aquella otra actriz tan carismática que afortunadamente Agustí Villaronga rescató para el cine, llamada Núria Prims, y que según dice el director “es una persona que te dice las cosas claras”. Su personaje tenía mucho más recorrido en el guion inicial, pero luego hubo que reducirlo durante el montaje y, aun así, la forma de recrear que tiene esta intérprete sigue siendo muy luminosa y atrayente, es decir, convoca a mantenerse atento a la película.
“Armugán” posee también una especie de punto de inflexión tras el cual poco a poco se va vislumbrando la eutanasia como fondo de la cuestión que está tratando el film, con el personaje de Núria Lloansi introduciendo la pulsión dramática necesaria para contrastar los elementos narrativos, mientras que los dos hombres del film tienen reservada a partir de esos momentos la parte de la razón, ya con un hilo más parlante y no tan exclusivamente expresivo o gestual.
El director, Jo Sol, responde las preguntas de Cinestel:
– Al comienzo de la película no hay diálogos, pero después esa situación cambia y sí los hay. ¿Eso lo planteaste como un misterio inicial quizá?
Fíjate que es una de mis contradicciones. “Armugán” es una historia sobre la renuncia, sobre aceptar la realidad no permanente, por tanto renunciar a la ficción, y yo no me puede abstraer de renunciar al debate político que esta cuestión podía dar.
Podríamos haber hecho una película con no diálogos, que en realidad no se trata de silencio porque lo llenan los elementos, los cencerros, el viento, la respiración,… No es tanto una película de silencios como de dejar hablar a los elementos, pero hay un punto en el que deben hablar los hombres en esa situación de no aceptar la muerte y de debatir cómo debemos de acompañarnos y cómo debemos morir.
En un momento en el que el capitalismo ya hace rato que ocupó todas las parcelas de la vida, como mínimo, si no es capaz de ofrecernos una vida digna, tendremos que forzar de algún modo a que se debata primero qué significa la vida y de qué hablamos cuando nos referimos a ella, porque yo crecí diciéndome la televisión que la Coca Cola era la chispa de la vida, que nuestra vida sólo hay una, pero que cada día nos recuerdan que no vale nada porque te pueden echar a la calle, como está pasando ahora mismo. Entonces, ¿Dónde está la vida?
Primero discutir eso y en última instancia hacerlo sobre cómo merecemos morir, en el sentido de no tanto aplicar un método para las personas cuyas vidas imaginamos que ya no valen nada porque no son productivas, están enfermas, sino a cualquier vida. Y preguntarnos cuál es el precio de la vida en esta sociedad y de qué manera merecemos en este aislamiento en el que vivimos, -en el que todas las soluciones son individuales-, encontrar una solución compartida, no para la muerte, pero sí para la dignidad en el morir, lo cual quiere decir estar acompañado si lo deseas.
– También la película destila una cierta soledad y solidaridad al mismo tiempo.
Exacto, estamos acompañados en nuestro devenir. Sin embargo, uno de los personajes es como ese pastor de Pessoa, Alberto Caeiro, para quien el hecho de observar los ciclos de la vida, teniendo el tiempo para hacerlo, es para mimetizarse en el paisaje y ser parte de esa realidad frágil, que ya está en su cuerpo, lo que le hace ser muy sabio.
Mientras tanto el otro, con toda su sabiduría creada a partir de conocimiento y de la vida en la ciudad, con esas miserias que te toca ver cuando eres un enfermero paliativo, vive ahí atrapado en ese odio a la vida, por lo que es, por lo que nos hace. Entonces esa tensión es la que nos muestra que nos necesitamos. Por mucho que nos impongan esa individualidad, hay algo que nos vincula y aunque estés abandonado en el campo, necesitamos de alguien. La libertad estando solo, no existe.
– E igualmente te has ido a rodar a un mundo natural y rural sobre el cual también podría decirse que está agonizante.
Vaciado de contenido. Y ese vacío de vida en la naturaleza es una contradicción más de nuestro tiempo.
– Sí, porque en la película hay ovejas pero no hay pastor, por ejemplo.
Así es, son ovejas autónomas (risas). Es un rebaño autónomo y también había una metáfora en eso. Nos juntamos porque necesitamos estar juntos, pero al mismo tiempo no queremos un líder que nos indique, ni un pastor que nos dirija, sino que hay como una especie de empatía en las ovejas y hay algo simbólico ahí, en ese hacer, de que existe una gran solidaridad en esa idea de conjunto, de rebaño, donde las individualidades se destacan de una manera sutil, excepto en un punto en que no dejan entrar a un pequeñito.
– No sé si te voy a molestar con esta pregunta, pero acabo de ver tu película y me venían a la mente imágenes de otros filmes como aquel tan cruel de “El Caballo de dos Piernas”, de Samira Makhmalbaf, o aquel otro de Shohei Imamura que se llamaba “La balada de Narayama”, en los cuales una persona llevaba a cuestas a la otra. Pero eso son meras coincidencias con “Armugán”, ¿no es así?
Ciertamente, era necesidad. Yo no quería una silla de ruedas en ese espacio absurdo, porque cualquiera que las utiliza sabe que en ese territorio no sirven y, por otra parte, era un elemento que no me ayudaba a contar nada que nos favoreciera. Entonces, en esa relación, en ese personaje desdoblado de cuerpo complementario, estaba muy bien esa posibilidad de que uno cargara al otro, pues contiene una gran cantidad de lecturas.
Sobre las películas que mencionas, la iraní no la conocía, pero la de Imamura sí y ya si vamos mucho más cerca en el tiempo, pues recordaría también a “Juego de Tronos”.
– El trabajo actoral para mí es fundamental en tu película. ¿Hubo muchos ensayos previos?
¡Qué bien que te has dado cuenta! En realidad no hubo trabajos previos porque no teníamos dinero para pagarlo, pero yo con Íñigo he trabajado muchas veces. Hay una serie de la que estoy muy contento de haberla hecho, que se llama «Trèvols de quatre fulles» y que tiene una parte de ficción muy pequeña, en la cual él era uno de los protagonistas, y es justamente de realidades con cuerpos diferentes, por lo que gracias a ello conocí todas esas capacidades distintas, con esa manera de moverse, ese querer vivir, ese impulso por agarrarse a cada paso de la vida. Eso había que aprovecharlo y la generosidad de Gonzalo de cargar no con un cuerpo cualquiera, sino con un cuerpo de cristal en el que cualquier mal paso podría haber provocado un problemón; era como portar nitroglicerina encima.
Fíjate que cuando yo se lo propuse, Íñigo me dijo rápidamente que sí, pero había una operación entremedio, porque tenía la base del cráneo que le estaba apretando partes del cerebro y estaba perdiendo capacidades. Después de la operación, puedo decir que es de las cosas más emocionantes que me han pasado en mi vida, al querer trabajar con alguien que es muy delicado, pero que te ofrece muchísimo. Ahora puede hablar mejor, aunque ha perdido parte de movilidad y eso hace que no se pueda atragantar nunca, lo cual es muy importante.
– ¿Y qué retos supuso para ti el hecho de tener que hablar sobre la eutanasia en una ficción?
Sabes qué pasa, que a mí el debate político no me da miedo. Me da mucho más miedo la renuncia o delegar ese debate en profesionales. Mi cine no es de grandes masas ni de box offices, entonces lo que me queda es aportar debate, tensar el pensamiento crítico, ofrecer puntos de vista, enriquecer el relato cultural,… todas estas cosas, que no son pocas, es donde yo me agarro para comprender que no estoy haciendo el idiota y darme valor a mí mismo, darle sentido a mi trabajo, para poner en valoración lo que realmente estoy haciendo.
Principalmente, la idea extendida de que la eutanasia es para los pobrecitos es lo que a mí me apetecía poner en tensión, hasta el punto de hacer este experimento que tenía sus riesgos.
©José Luis García/Cinestel.com