«Ärtico» de Gabriel Velázquez; homenaje al cine español de quinquis de los ochenta
El jurado joven de la sección Generation de la Berlinale 2014 otorgó una mención especial a esta película del salmantino Gabriel Velázquez, (Iceberg, Amateurs). La historia voltea en torno a dos «quinquis» del siglo XXI en una época difícil para Europa y todavía aun más crítica en España. Todos los días salen a buscarse la vida para conseguir dinero, haciendo lo que haga falta. Lo que se les ponga por delante. A diferencia de aquella primera etapa del cine quinqui con José Antonio de la Loma como paradigma, aquí no están presentados como héroes sino más bien como las víctimas que son de un mundo que los margina por sistema.
Eloy de la Iglesia es otro de los realizadores que llegó a rodar unas cuantas películas de esta temática mientras que otros la trataron más esporádicamente: Manuel Gutiérrez Aragón con «Maravillas», Pedro Almodóvar con «¿Qué he hecho yo para merecer esto?», Carlos Saura con «Deprisa, deprisa», Montxo Armendáriz con «27 horas» e «Historias del Kronen», o Vicente Aranda con sus dos filmes sobre El Lute, todos ellos precisamente al igual que hace Gabri Velázquez en «Ärtico», eran presentados como víctimas y no como ídolos, lo que no sucedía con aquellos Torete y Vaquilla de De la Loma que comenzaron a circular por las pantallas de cine a finales de los 70.
Los personajes de «Ärtico» son Jota y Simón, de 20 años, y viven en la barriada salmantina de Los Alambres. Simón pertenece a una familia numerosa de feriantes, una mezcla entre gitanos y mercheros como El Lute, y cree que haber tenido un hijo a los 16 años le arruinó la vida. Jota, por su parte, malvive solo en un embarcadero junto al río y no tiene a nadie en la vida porque su madre está en la cárcel. Gabriel Velázquez nos proporciona más datos para entender la génesis de esta historia en diálogo con Cinestel:
– Tus tres largometrajes en solitario son relatos que se mueven en torno a jóvenes. ¿Es conscientemente una trilogía o piensas que es un espacio sobre el que hay mucho que contar?
Es una coincidencia que sean tres, podrían haber sido dos o cuatro. Pero sí es verdad que me encantan los temas sobre la infancia y la juventud. Nada más que veo una imagen de jóvenes o escucho un sonido de niños, me emociono. Es la etapa de mi vida que recuerdo con más nostalgia y felicidad.
Precisamente, termino con una secuencia inspirada por el sonido de fondo de unos niños en una canción de Belle&Sebastian, If you’re feeling sinister. Incluso hice un corto sobre niños, «Soldaditos de latón» (2001) inspirado por esa canción.
Pero mi siguiente película, esta vez junto a Blanca Torres, será una especie de thriller pseudo documental al estilo Herzog, «Análisis de sangre azul», que arranca a partir del descubrimiento del esqueleto de un aristócrata inglés en los Pirineos…
– «Ärtico» es una película en la que los actores elegidos parecen conocer muy bien el terreno en el que se mueven. ¿Es así en la realidad o es sólo una percepción que se puede tener al verla?
Los chicos los encontré en un centro de acogida. Sus rostros y sus gestos son los que más me llamaron la atención. Lo que se ve reflejado en la película, ellos lo han vivido. Pero no he querido hacer una realización realista ni documental, sino todo lo contrario, quería meterlos dentro un cuadro pausado, casi sin vida, como si fuese un bodegón de cine negro.
– Entre los temas que trata «Ärtico» está el del desarraigo. Son familias cuyas anteriores generaciones pertenecieron al mundo rural y las nuevas no se han adaptado a la vida en la ciudad. ¿No encuentran su lugar en el mundo estos jóvenes que retratas en la película?
Los chavales no encuentran su sitio, eso es verdad, pero no he querido hacer un retrato social específico. Me he movido más por mis recuerdos y emociones. Quería contar una historia de quinquis, como el Lute, que nació en el barrio de Los Pizarrales en las afueras de Salamanca, lindando con el campo. Yo lo he localizado en el barrio de Los Alambres porque siempre me ha atraído, y ese sitio está ya en el campo. Pero por ejemplo, si hubiese hecho esta película en Bilbao, seguro que la habría situado entre Portugalete y Baracaldo, porque me encantan los paisajes industriales.
– Ese recurso a lo aparentemente fácil para ganar mucho dinero en poco tiempo suele tener consecuencias graves muchas veces. ¿Están estos chicos inclinados a la idea de que lo quieren todo y ya?
Estos chicos no tienen nada que perder, porque no tienen casi nada. Casi ni ilusiones, que es lo peor. Entonces, les da todo igual y arriesgan. Son unos Robin Hoods, pero sin romanticismos a su alrededor.
Aunque esto no es nada comparado con lo que pasa en grandes urbes donde la vida no vale nada y encima se la juegan por dos céntimos. Ahí sí que se juega a la ruleta rusa.
– La naturaleza represora de los padres, representada en esos castigos con el cinturón y su falta de diálogo fluido, ¿crees que es decisiva para que esas chicas y chicos tengan dificultades de cara a entender el mundo y para que piensen que el mundo tampoco los entiende a ellos?
La falta de diálogo es clave para que se produzca distanciamiento entre padres e hijos y la mano dura, más. En este caso eso sucede entre el patriarca de la gran familia de feriantes y su hijo, y seguramente este hijo así se lo transmitirá a su propio crío.
Pero a veces es peor la ausencia de cariño o la ausencia física de los padres; de un protector que te diga con amor por dónde debes ir. Cuando eso no existe, como en nuestros personajes, las consecuencias son imprevisibles y casi siempre acaban mal.
– ¿Y la mirada fija hacia la cámara en el momento en que presentas a los personajes tiene que ver con esos deseos de abrirse al mundo, aunque no tengan la menor idea de cómo hacerlo? ¿Cómo concebiste esa presentación?
Quería que rompiesen el resto del metraje, que precisamente se saltasen la regla de no mirar a cámara. Hacer todo lo contrario.
Casi toda la película está rodada desde lejos, con planos muy generales en los que los personajes están en su vida diaria «pretendiendo» que no existe una cámara, que precisamente les «roba» un trozo de su vida.
Esa mirada en primerísimos planos es su provocación ante el mundo, ante la cámara, ante la propia película. Ahí dejan de ser naturalezas muertas; se salen del bodegón del que antes hablaba y los rostros lanzan su desafío.
– Eres de Salamanca y la mayor parte de la película se ha rodado en esa ciudad. ¿Cuánto le deben los cinéfilos salmantinos a Juan Antonio Pérez Millán?
A mí me ha ayudado y me ha dado consejos desde mi primer cortometraje, «En Madison siempre es lunes», allá por 1996. Así que fíjate el cariño que le tengo.
Yo creo que hemos salido una generación de cineastas entorno a él y a la Filmoteca de Castilla y León, que está en Salamanca. Eso marca mucho y anima a hacer cine.
Hace unos meses fuimos a su jubilación y estaba hasta el gran maestro Basilio Martín Patino, osea que fíjate.
©José Luis García/Cinestel.com