Premios Gaudí 2019: una reflexión sobre la salud del documental

Catalunya cuenta con una amplia producción de documentales, aun cuando los nominados a los XI Premis Gaudí de este 2019 siguen siendo los cuatro que eligen los miembros de la Acadèmia del Cinema Català como finalistas. Dejando atrás historias tan interesantes como la que cuenta el documental «Eugenio»; este año optaron a la estatuilla, «Comandant Arian», de Alba Sotorra; «I hate New York», de Gustavo Sánchez; «Petitet», de Carles Bosch; y «Trinta Lumes», de Diana Toucedo.
Siria, Estados Unidos, Catalunya y Galicia son los lugares en donde se filmaron estos trabajos que acabaron siendo evaluados por los académicos para esta nueva edición de los premios al cine catalán.
Si bien fue «Petitet» la que resultó ganadora, es muy oportuno hacer una reflexión sobre este género cinematográfico a través de los componentes de los equipos de los films seleccionados. ¿Cómo perciben los directores y productores de documental toda la situación de este cine en el contexto actual?
Algunos productores de filmes nominados muestran opiniones dispares. Marta Figueras, de «Comandante Arian», afirma haber encontrado la receta para el éxito: «Hay que currarse cada pase como si fueses al teatro -dice-. Tenemos que conseguir que el documental se convierta en un evento y que la gente vaya a verlo. La gente se mueve».
Y no es para menos, pues el equipo de la película decidió que alguno de sus miembros tenía que acompañar todos y cada uno de los pases del film allá donde tuvieran lugar.
Tono Folguera, el productor de «Petitet», es mucho más pesimista al afirmar que en Catalunya se ha perdido la oportunidad de distribuir los documentales «de una manera normal». «Sólo hay que ver la repercusión en la taquilla de Madrid de los documentales nominados a los Goya y la que han tenido en Barcelona los nominados a los Gaudí. Yo creo que nos autoengañamos si decimos que en Madrid y Barcelona las cosas están bien» -aseguraba en un coloquio organizado por la Acadèmia en el cual participaron representantes de todos los nominados a los Gaudí en lo que a documental respecta-.
«Desde mi punto de vista -seguía diciendo-, es mucho mejor estrenar «Petitet» o cualquier otra película de ficción en catalán en Madrid que en Barcelona. Encuentro más salas en Madrid que en Barcelona. Tenemos un problema cultural porque es más fácil estrenar una película en Girona que en la capital catalana. En el Ayuntamiento de Barcelona, socialistas, convergentes y comuns, han girado la espalda al audiovisual desde la década anterior hasta ahora, dejando una situación preocupante» -se lamenta-.
La productora de «I hate New York», Sandra Hermida, es de la opinión de que los cambios en el modelo de distribución, con el home cinema y hasta con la posibilidad de ver filmes a través del móvil, ha mermado la capacidad de las salas de cine para convocar al público.
Nacida en la capital española, vivió en Barcelona durante nueve años, y comentaba que en Madrid la asistencia a salas es baja «no sólo en documentales, sino en todo. La gente solamente va al cine a ver «Los Vengadores». Desgraciadamente es así» -se quejaba-.
La producción de documentales
Por su parte, la directora Neus Ballús recuerda que «tanto Alba Sotorra como Diana Toucedo decidieron formar su propia empresa de producción para mantener sus propias tomas de decisiones, no tanto por la cuestión económica, sino que en defensa de la génesis del proyecto».
«A mí, incluso habiendo sido nominado por «Balseros» a los Oscar, -explica Carles Bosch- nunca me ha llamado un productor a la puerta para ofrecerme una película. Todas las pelis las he hecho yo con mi propio dinero, sobre todo el de un ERE por el que quedé despedido después de 30 años trabajando en TV3 por la nueva ley laboral aprobada por PP y Convergència, y me encontré antes de lo que me pensaba sin un sueldo, pero con un dinero en el bolsillo y con ganas de no quedarme quieto».
Bosch trabaja mayoritariamente con gente que acaba de estudiar cine y que ruedan su primera película. «Me ven como un tipo con experiencia, y cualquier cosa que les digo les parece maravillosa. Pero tú estás supersolo, -dice- tomando decisiones y llevando a toda una gente debutante atrás».
El realizador barcelonés ni siquiera sabe muchas veces si llegará a cobrar por el trabajo realizado y por el tiempo invertido en ello. Sin embargo confía ciegamente en su olfato periodístico, pues es un antiguo reportero televisivo. «Yo no llego al productor hasta que no estoy convencido de que realmente tengo la película y creo que poco a poco autores y productores nos estamos acercando» -reflexiona-.
Su productor, Tono Folguera, apunta al respecto de «Petitet» que «ya llevábamos un par de fiasquillos y la propuesta de Carles me la tomé en principio con cierto escepticismo; así que le pronostiqué erróneamente que no íbamos a conseguir financiación, pero me presté a ayudarle. Una vez logrado, el equipo de filmación estuvo compuesto por alumnos de la Escuela de Cine».
Desarrollo de los proyectos
Carles Bosch creyó que había dado en el clavo con la historia de unos gitanos geniales pero realmente caóticos, mezclados con una orquesta sinfónica. «Yo partía de una historia clásica y evidentemente partía de un buen personaje, pero que se había autoimpuesto una meta con una serie de obstáculos, sobre los que habríamos tenido mucha mala suerte si no hubieran dado para hacer una película» -añade al respecto-.
Alba Sotorra no conocía a nadie cuando fue a hacer su documental. Buscaba guerrilleras feministas y encontró a unas guerrilleras kurdas de Siria que se estaban empezando a armar. «Alba piensa una cosa y la hace -dice Marta Figueras, la productora- y estuvo hablando con una organización kurda en Berlín que le explicó cómo llegar hasta la frontera. Pasó cinco horas corriendo sin maleta para pasar la frontera toda la noche. Dejó el trípode. Y tuvo la grandísima suerte de conocer a Diana (la protagonista) en los primeros destacamentos. Se integró como una guerrillera más».
Por su parte, Gustavo Sánchez, el director de «I hate New York», film coproducido por Carlos Bayona, manifiesta estar muy contento por haber rodado con una cámara doméstica, lo que le permitió una cercanía que asegura que no la habría conseguido con un equipo de tres o cinco personas. «Una de las premisas cuando estábamos montando es que no queríamos nada que estuviera impostado. Es decir, todos los momentos en los que nuestros personajes actuaban de una forma dramática, los sacábamos del montaje final -reconoce-. Y por otro lado, teníamos la obsesión de retratar esa realidad subjetiva tal y como era, para que el espectador se sintiera más próximo a los personajes sin el filtro de alguien que pudiera estar mintiendo».
La directora de fotografía de «Trinta lumes», Lara Vilanova, también explica que «hay una pulsión por hacer este tipo de cine. Nosotras hemos hecho una película sobre el no-espacio sobre el no-tiempo, cosa que es muy complicada. Y de alguna manera en un lugar donde los muertos viven». Y añade: «El largo proceso que implica el contacto con tu protagonista hace que esta búsqueda que en el fondo es interior, (pues es una pregunta tuya que la exteriorizas con aquella persona), hace que haya una complicidad de amistad eterna. Nosotros vestimos nuestra alma de una forma cinematográfica muy concreta, pero en el fondo hemos de estar desnudos delante del tema y ser sinceros. Y eso es para mí lo que significa el documental» -concluye-.
©José Luis García/Cinestel.com