«Rock the Casbah» de Yariv Horowitz; la presión psicológica

Presentada en el Festival de Cine Judío de Barcelona.
El israelí Yariv Horowitz aborda su ópera prima en largometraje con una ficción sobre un tema que personalmente conoce al haber sido fotógrafo y director en el departamento de filmaciones del ejército. Fruto de esa experiencia, el realizador se ha querido centrar en la presión psicológica a la que están sometidos tanto los soldados israelíes como los habitantes palestinos de un poblado en una historia imaginada en la franja de Gaza a principios de verano de 1989. Una compañía de jóvenes soldados israelíes son enviados a vigilar dentro de una zona ocupada donde los enfrentamientos con sus vecinos son constantes y donde la primera víctima de las hostilidades no tarda en aparecer.
Lliya, uno de los soldados, es asesinado cuando alguien deja caer una lavadora automática desde la azotea de un edificio de apartamentos. El autor escapa y el oficial al mando ordena que algunos soldados ocupen la azotea de la finca. Toda la acción del film se lleva a cabo en pocos días. «Rock the Casbah» es un drama que explora los efectos psicológicos del conflicto palestino-israelí. En particular se fija más en Tomer, uno de los chicos soldado que acaba de alcanzar la edad adulta a través del cual se refleja el sinsentido de la lucha armada, que a su vez siempre tiende a profundizar el conflicto en una espiral que nunca acaba y que crea todavía más injusticia.
La película muestra cuan compleja es la situación a partir de la inevitable existencia de acciones y posturas personales desafortunadas en uno y otro bando. Las sensaciones que genera en el espectador ajeno al conflicto van desde reconocer que merece la pena verla para intentar entender y discutir mucho mejor lo difícil e intratable que es el conflicto israelí-palestino, hasta el asombro por la ecuanimidad con la que Horowitz ha tratado a ambos grupos diferenciados. Ese tratamiento provocó grandes controversias en Israel cuando se estrenó pues la izquierda pensaba que el film era demasiado suave con el ejército, mientras que para la derecha lo era con respecto a los palestinos. De lo que no cabe duda es de que estamos ante una historia ficcionada que lo que intenta es equilibrar si cabe la balanza, como manera de provocar la reflexión y tener elementos de juicio suficientes para arrancar un debate sobre algo que hoy por hoy parece no tener fin.
También queda claro que en la vida real no serían posibles ciertos elementos que ofrece la película, sobre todo en el terreno militar en el que nunca permitirían que un grupo de recién incorporados tuviera asignada esa tarea sin la supervisión directa y presencial de un oficial más veterano. Los chicos permanecen en esa azotea, bajo un intenso sol, escuchando música en cintas de cassette y emisoras de radio, e intercambiando amenazas y agravios con otros grupos de jóvenes palestinos que van apareciendo desde cierta distancia.
Obviamente, a lo largo de la película veremos algunas frágiles relaciones que se van creando, tanto con los propietarios de la casa en cuya terraza superior se instalan los soldados, con el hijo de ambos o con un perrito. Es necesario puntualizar que ese año, 1989, fue el del inicio de las acciones conocidas como intifada. Para el equilibrio narrativo que Horowitz buscaba, durante la película vemos aparecer por un lado al padre del soldado muerto que acude a la azotea en una escena que supone un shock para sus compañeros, y por otro a una madre palestina que reclama poder ver a su hijo que está en un centro de detención del servicio secreto israelí. El film evita juzgar a unos y a otros, y es el propio espectador quien deberá sacar sus conclusiones.
©José Luis García/Cinestel.com