*Por Daniela Espejo. Por estos días, en Buenos Aires, el BAFICI reúne a la comunidad cinéfila internacional. Actores, productores, directores, críticos, fanáticos en general, se dan cita en las distintas salas que albergan las películas, en los bares y puntos de encuentro organizados por el festival y protagonizan charlas, discusiones, intercambios.
A Juan Minujín, actor de muchas películas del cine argentino reciente, como «Un año sin amor» de Anahí Berneri o «Cordero de Dios» de Lucía Cedrón, se lo ve recorrer los pasillos entusiasmado por todo el cine disponible para ver. En este BAFICI, además, es el actor y director de la película «Vaquero», estrenada en la noche de apertura del evento.
Su primer largometraje como realizador se centra en la figura de Julián Lamar, interpretado por él mismo, un actor en busca de su próximo papel, que intenta un casting para una película de Hollywood, un western, próxima a filmarse en Argentina. Sus pensamientos lo dominan, no para de pensar y de enroscarse con lo que es, con lo que podría ser, con el dinero que ganó y el que no ganó, con su dificultad afectiva y sexual, con la envidia hacia lo que logran sus colegas y las dificultades a las que se enfrenta para perseverar en su oficio.
– Se trabaja mucho en la película la idea de una separación entre la vida relacionada al arte y la vida «real» de una persona común. ¿Cómo la vivís en tu día a día?
Siempre hay un choque. Hay una especie de idealización sobre el trabajo del actor, la gente piensa que es fantástico, que hay mucha creación, que pasan cosas muy distintas a lo que pasa en otros trabajos. Y además, tiene el aspecto público, entonces nuestra familia ve trabajos de uno en televisión, en teatro, etc. Siempre se produce una especie de incomodidad. Supongo que en familias donde todos son actores, esto no pasa. En mi caso personal, sí sucede. Pero la película no es sobre mis vivencias personales.
– Este aspecto se transmite bastante a través del montaje y la música utilizada. Hay muchos cortes, muchos contrapuntos.
Sí, desde el montaje queríamos trabajar el vértigo del sube y baja mental que tiene el personaje en la cabeza. Por momentos está muy enfurecido con algo, no puede parar de darse manija y gira en falso sobre una misma idea. Y de pronto se corta eso abruptamente. Y también las escenas están pensadas como bloques, la idea era que una golpeara contra la otra y luego con la siguiente. Queríamos generar la mayor cantidad de contrastes que pudiéramos. El personaje tiene una ciclotimia que viven muchos actores en relación a la profesión. A Julián también le pasa en relación a lo afectivo y a lo familiar.
– Probablemente todo este encierro mental es lo que lo lleva a fracasar hacia el final de la película.
Totalmente. El personaje ni siquiera puede prestar atención al casting que tiene que hacer. Directamente se identifica con un mundo más ideal, el del cowboy, y se equivoca. Porque siempre quiere estar en otro lugar. En un lugar que no le corresponde. Y además, tiene tanto ruido en la cabeza que no puede bajar y ver lo más simple de lo que le rodea. No puede entender qué le están pidiendo que haga en el casting ni en la reunión previa.
– ¿Qué recepción tuviste en la apertura del festival?
Fue muy buena. Estaba muy nervioso porque era la primera vez que se mostraba con público. La terminamos muy a último momento. De hecho, cuando nos enteramos que la había elegido para la apertura, nos apuramos con algunas cosas para poder terminarla. Igualmente se proyectó en digital porque recién ahora estamos empezando el proceso de laboratorio. La gente se reía mucho, esa fue mi percepción. Tuve muy buenos comentarios. Sentí que la película funcionaba. A veces después de tanto trabajo y de verla tantas veces, cuesta tomar distancia, saber qué lectura se hace de la película.
– ¿Qué devolución te dieron los actores que la vieron?
En general, se sintieron muy identificados y empatizaron muy rápidamente con el personaje. Me parece que es la vivencia de muchos de ellos la que estoy retratando.
– En el comienzo de la película, Julián se cuestiona sobre las posturas de los actores, y termina concluyendo que en realidad todo es una cuestión de dinero. Es como desenmascarar un aspecto del arte del cual no se habla en muchas películas.
No es que quise establecer una postura respecto del arte. Ni tampoco creo que realmente sea así. Ese es el discurso que él se arma. Tal vez si le fuera muy bien y tuviera un contrato por mucho dinero no pensaría eso. El personaje está atrapado en ese fluir de la conciencia que no lo deja vivir, relacionarse con las cosas reales, tiene un aspecto de escepticismo general. Se ríe un poco de los otros y de sí mismo.
– Ya habías dirigido un corto, «Guacho» (2007), pero esta es una experiencia diferente. ¿Cómo la sentiste en relación a tus trabajos anteriores?
Por momentos fue más complicado que otros. El rodaje fluyó mucho más de lo que yo me imaginaba. Me complicaba mucho tener que estar en los dos roles, de director y de actor. El ritmo del rodaje era mucho más lento porque yo tenía que ver cada escena. No podíamos hacer dos o tres tomas seguidas. Sin embargo, el equipo le tomó el ritmo a eso también y a partir de ahí fluyó todo. La preproducción fue lo más novedoso de todo. Hicimos cinco o seis semanas, trabajando todos los días doce horas. Buscar las locaciones, el vestuario, el arte. Y todas las cosas que van cambiando día a día. Es un trabajo increíble el que hacen los asistentes de dirección. Eso fue lo que me generó más ansiedad. La posproducción la disfruté mucho. Tuve muy buena transferencia con el montajista, con el director de fotografía, con el músico, con la sonidista. Todo eso fue mucho más tranquilo.
– ¿Tenés ganas de seguir dirigiendo?
No sé muy bien. Tengo ganas de ver la película más veces, con público. Como para entender también la recepción que tiene. La vi muchas veces solo y no podía medir. En el teatro, uno siempre está ajustando el trabajo según el público. Todo el tiempo uno se da cuenta de qué funciona y qué no. En una película es al revés. Trabajás muchísimo y en un momento la ve todo el mundo, y ya no podés retocar nada. Eso es muy hostil. Puede ser muy frustrante. En este caso, yo estoy muy contento con el resultado. Me quiero tomar un tiempo para volver a dirigir, para ver bien qué historia quiero hacer. La dirección no es un oficio para mí, como la actuación. Si encuentro algo que me interese, lo volveré a hacer. El lenguaje audiovisual me es muy afín y para plasmar una creación autoral, me resulta más que el teatro.
©Daniela Espejo/Cinestel.com (Buenos Aires – Argentina) 13/04/2011