«10.000 kilómetros» de Carlos Marqués-Marcet; amor en conexión

Es un hecho indiscutible que las tecnologías de la informática han revolucionado nuestros modos de vivir y esto hace que podamos estar en contacto diario si queremos o lo necesitamos con personas que se encuentran a una enorme distancia de nosotros. Lo que el casi debutante catalán Carlos Marqués-Marcet ha tratado en este primer largometraje es una realidad que hoy en día se repite por doquier. El film se llevó en Málaga varios premios, entre ellos la Biznaga de Oro y el Premio de la Crítica.
Dentro de ese contexto que ya se ha aferrado a aquello que consideramos ‘normal’, «10.000 kilómetros» es una película que está basada en unos fragmentos de tiempo concretos en la vida de una pareja obligada a separarse por motivos profesionales. Esa fragmentación que muestra solo una ocupación concreta en la vida diaria, si bien en algunos espectadores va a calar por completo al sentirse incluso identificados con lo que cuenta, en otros ocurrirá justamente lo contrario, porque es una narración que se posiciona en torno a un medio de comunicarse entre dos personas durante un largo tiempo a través del cual sucederá de todo en el terreno de la estabilidad emocional de ambos.
En esencia, la historia es la de una pareja, Alex y Sergi, que mantienen una prolongada relación y que andan buscando tener un hijo, cuando de repente a ella la avisan de que acaban de concederle una beca artística para seguir formándose como fotógrafa. El problema es que debe irse un año a Los Ángeles y como consecuencia, separarse de su chico que se tendrá que quedar en Barcelona. Los dos saben que no será fácil, pero confían plenamente en la fuerza de su amor y deciden afrontar el reto.
A partir de su llegada a California, todas sus relaciones van a estar atravesadas por una webcam y también por los mails, Facebook, las videollamadas y los whatsapps. Durante meses tendrán que vivir con la imagen virtual del otro, con la obligación de hablar todos los días incluso cuando no tengan nada que decirse. Sin remedio, esa rutina los va llevar a atrincherarse y a encontrarse con todo tipo de altibajos emocionales producto de la insatisfacción que genera el tener que imaginar las cosas del otro sin tenerlo frente a frente.
Marqués-Marcet aborda este relato desde su experiencia personal, pues él también tuvo que desplazarse a vivir a California alejándose de su compañera de viaje en la vida. «10.000 kilómetros» es una película que plantea los problemas que generan tanto las limitaciones como las obsesiones. Ambos personajes están atrapados frente a esa tecnología que los mantiene en contacto y el director ha querido que los espectadores también lo estemos: en toda la película apenas se asoma a la pantalla ningún otro personaje y tampoco sabremos que es lo que uno y otro hacen fuera de las horas en las que están conectados. En este punto, el espectador ávido de conocer cuantos más detalles mejor sobre los protagonistas del film, lo va a encontrar parcial y mal llevadero porque el film se encierra en los sentimientos de amor de la pareja, y por eso aquí tan sólo contemplaremos los fragmentos de esas dos personas cuando se relacionan entre sí y nunca sabremos con exactitud lo que hacen cuando salen de su casa. En la distancia está el núcleo de su angustia, y esa intranquilidad y malestar la ha querido trasladar el realizador al público obviando a terceros que no guardan relación con la pareja protagonista.
De lo que vamos a ver, deduciremos que es una película que no ha requerido de recursos excesivamente costosos para su realización, pues las imágenes en exteriores son las mínimas y tampoco hay extras. Sin duda, es una película que nos invita a reflexionar sobre estos cambios tecnológicos que a tanta velocidad se han instalado entre nosotros. El director explicaba eso de una manera muy aclaratoria:
«Esta película también quiere investigar cómo esa tecnología que nos permite una comunicación instantánea con cualquier parte del mundo, implica el nacimiento de una nueva forma de relacionarse. Por primera vez las mismas herramientas básicas del cine, la cámara y la pantalla (cámara web y pantalla del ordenador) posibilitan no sólo una forma de retratar el mundo, sino una forma de comunicarnos entre nosotros. El cine se instala entre nosotros. El fuera de campo y la puesta en escena dejan el campo de la teoría de la imagen para transformarse en elementos de la vida cotidiana: ¿qué pasa más allá de los límites de la pantalla? ¿Cómo me presento a mí mismo para que el otro vea lo que yo quiero de mí? Lo que parecía la herramienta perfecta para la comunicación, revela sus demonios: no es lo mismo estar delante de alguien que estar delante de la imagen de alguien. Aún hoy el amor habla con el idioma de los dos sentidos más ignorados: el olfato y el tacto. Bajo el reinado de Internet, el amor de Sergi y Alex está obligado a mantenerse en silencio».
©José Luis García/Cinestel.com