«El árbol magnético» de Isabel Ayguavives; dulce pasado

La directora española Isabel Ayguavives tuvo la oportunidad de rodar su ópera prima en largometraje de ficción en Chile y con una mayoría de actores y actrices chilenos con un elenco en el que participan Manuela Martelli, Catalina Saavedra, Gonzalo Robles, Blanca Lewin y el español Andrés Gertrudix, entre otros.
Se cuenta que el árbol magnético existe realmente en Chile y que puede detener un automóvil rodando por inercia a lo largo de una pequeña pendiente que lo antecede. La realizadora aprovechó su existencia para dar nombre a una historia que conjuga un pasado nostálgico con un presente y futuro inciertos.
Bruno (Gertrudix) regresa a su país tras una larga ausencia de una década, diez años. Cuando llega le informan de que la casa de campo en la que jugaba cuando era niño se está vendiendo y que la familia completa ha decidido reunirse allá para darle su último adiós a ese lugar que significó tanto en sus vidas. A partir de ahí se desatan sensaciones y afectos que ya casi estaban olvidados.
Lo primero que sorprende es que el actor principal, de unos 30 años, haya cambiado radicalmente su acento chileno por el español y así se lo hacen saber algunos de sus familiares. Es un punto que le resta algo de credibilidad al film porque sería realmente excepcional que alguien de esa edad se olvide de cómo estuvo hablando durante veinte años y no haya logrado mantener siquiera algunas trazas o pequeños modos que muestren o recuerden su acento original.
«El árbol magnético» será una película difícil también para el tipo de espectador que busca filmes con un conflicto visible o evidente porque aquí el problema está muy en el interior de los personajes, en sus sentimientos, y prácticamente hay que descifrarlo a través del contexto general en el que se desenvuelve la historia. La clave está en entender que hubo un pasado dulce y hermoso, de juegos y alegrías infantiles y juveniles, y un futuro cuyo rumbo se desconoce porque no se tiene muy claro qué es lo que se quiere hacer.
La película indaga en la enorme brecha generacional causada por el abandono del campo hacia las ciudades ahí donde los ritos, tradiciones y formas de vivir de antaño ya prácticamente se han perdido. Ayguavives sitúa a la abuela de los chicos con una enfermedad que le impide hablar y comunicarse fluidamente con sus hijos y nietos, quizá como metáfora de un presente que está desgajado de su pasado y al que están ligados cambios de concepto de profundo calado. La visita a un lugar tan emblemático para la familia que está a punto de ser vendido contribuye también a que florezca un aroma a desencanto cuando todos se sienten en la necesidad de hablar sobre aquellos momentos del ayer vividos tan intensamente. Las reuniones familiares siempre son así y el film lo refleja con verosimilitud siendo la parte final muy apegada a la realidad de los sentimientos sobre lo que se quería hacer y no se pudo, lo que se acabó haciendo, y sobre el miedo a la incertidumbre del mañana.
Isabel Ayguavives nació en Ferrol (A Coruña), estudió Ciencias de la Imagen en la Universidad Complutense de Madrid y ha trabajado en diferentes proyectos de cine y televisión. Sus inicios en cine fueron con tres cortometrajes que también contienen reflexiones acerca de la familia, «La valiente» (2003), «El castigo» (2005) y «Penfield» (2010).
©José Luis García/Cinestel.com