«Chaco» expone la difícil situación de las comunidades aborígenes

Estreno en Buenos Aires
Ulises de la Orden ya había dado cuenta de su interés en reflejar en el cine documental algunos aspectos que tal vez deberían de preocupar mucho más de lo que lo hacen.
Con «Chaco», el realizador argentino une ahora fuerzas junto a los directores Ignacio Ragone y Juan Fernández Gebauer, para ofrecernos testimonios de la grave situación en la que se encuentran algunas comunidades aborígenes del norte de la Nación, concretamente en el Gran Chaco, zona así denominada que abarca las provincias de Formosa, Chaco, y algunas partes de Salta, Santiago del Estero, Paraguay y Bolivia.
La película se centra en cinco hombres expertos en algunas comunidades originarias que han tenido que soportar la violencia desde la época del colonialismo hasta nuestros días.
La historia de esas personas es también la historia trágica de las naciones que se encuentran delimitadas dentro esa extensa zona del sur de América. Aquí están desde Félix Díaz, uno de los referentes de la lucha indígena en la Argentina tras la represión en 2010 de su comunidad, conocida como La Primavera; hasta el cazador, docente y cacique de ocho comunidades, Valentín Suárez; el buscador de justicia tras el brutal ataque a su comunidad, Israel Alegre; o los historiadores Juan Chico y Laureano Segovia, dando testimonio de las sucesivas violaciones de los derechos humanos de estos pueblos a partir de la llegada de los invasores, y atravesando incluso toda la etapa que va desde la independencia hasta la actualidad.
Para intentar reflejar las principales masacres perpetradas a lo largo de la historia argentina de una manera directa y elocuente, el filme cuenta con unas certeras animaciones elaboradas por Adrián Noé y Dante Ginevra, que buscan transponer la tierra al papel, utilizando manchas de tinta y texturas superpuestas para conformar los fondos.
Los realizadores cuentan a Cinestel que Chaco es una palabra polisémica que puede hacer referencia a una provincia, a una región o a un concepto, pero que en su caso también se refiere a su significado como «Territorio de Cacería», ya que éste entronca con el conflicto central de la película: «La lucha por el territorio es la lucha por la vida y por la subsistencia, porque en sociedades esencialmente cazadoras-recolectoras, el espacio para buscar los animales se vuelve central. Ese «Territorio de Cacería» se está volviendo «Territorio Privado», privando a los pueblos originarios la posibilidad de conseguir su alimento sin estar infringiendo una ley» -aseguran-.
Ignacio Ragone y Juan Fernández Gebauer responden a nuestras preguntas:
– ¿Son conscientes de que su documental aborda hechos que son de una gravedad extrema?
Absolutamente. Nosotros siempre decimos que esta es una película sobre la vida y sobre la muerte. A ese punto de gravedad. Sin embargo, al haber filmado una buena parte de la película en un idioma que no conocíamos, recién cuando tradujimos y subtitulamos el material cobramos real consciencia de lo que los protagonistas estaban contando y poniendo de sí mismos. La situación en el territorio es muy compleja.
– Entonces estamos hablando de unos problemas cuya resolución en algunos casos le compete al Estado Argentino. ¿No es así?
Como todo problema complejo, la solución no recae en un solo punto. Pero sí, el Estado Argentino es el principal responsable de lo que pasó, de lo que pasa y de lo que no sucede. Pero es paradójico: la misma entidad que asesinó a la población, esclavizó a los sobrevivientes y robó las tierras, es el encargado de dar los títulos de propiedad. Hablando mal y pronto, sería como rogarle a un ladrón que te devuelva lo que es tuyo.
Además, reconocer un genocidio implica un resarcimiento económico y territorial. Al menos hasta el momento, el Estado no tiene ninguna intención de llevar eso adelante.
– ¿Y el desconocimiento sobre el universo aborigen que se refleja en los testimonios de algunos chicos que no son de esas comunidades, demuestra los errores de un sistema educativo que no les enseñó esa otra realidad?
Absolutamente. Incluso, nosotros creemos que no son errores, sino que es una decisión deliberada. Hay mucho desconocimiento sobre el tema, mucha ignorancia, porque la ignorancia conviene. Es muy difícil decirnos a nosotros mismos que nuestro país está cimentado sobre la sangre de mucha gente. Es muy difícil admitir que esto que llamamos civilización en realidad es producto de una barbarie escalofriante.
– La destrucción forestal es vista en el film como algo inevitable. ¿Percibieron ese pesimismo durante el rodaje?
Atravesamos muchos estados de ánimo, incluso una vez terminada la película. A veces uno siente que hay esperanzas, que hay mucho por hacer. Otras veces el poder y los intereses en juego que hay operando en la región te hacen pensar que todo va a empeorar.
Los pueblos originarios entienden a la Tierra como parte de sí mismos, la Tierra es vida. En el libro Filosofía Qom, de Florencia Tola y Timoteo Francia se lee: «La tierra no tiene el valor económico que se trata de designar, no hay dinero que valga». Así como nadie (o casi nadie) estaría dispuesto a morir por dinero, de esa misma forma los pueblos nativos entienden el hecho de vender la tierra y destruirla para plantar lo que el mercado exija.
– Por último, ¿la persecución policial que sufren estas comunidades qué sentido tiene? ¿Nunca han encontrado sus protagonistas alguna vía para resolver esa vergonzosa situación?
Los protagonistas nunca han encontrado una solución integral, final. Sin embargo, su lucha por supuesto mejora algunas condiciones. Sin esa lucha de seguro que la situación sería aun peor.
La persecución policial en el fondo es un mensaje: «No los queremos en este país, no son parte». Las vías a veces parecen agotadas. Es sabida la connivencia entre la policía, la justicia, y la clase política. Pero en la lucha también hay dignidad. Hay otro mensaje. «Aquí vivimos, somos parte».
©José Luis García/Cinestel.com