Mostra de Venecia: Cinco reflexiones de Hernán Belón sobre su filme «El Campo»

UNO: Vivo en un séptimo piso en Buenos Aires, una ciudad inmensa e integrada a la red cultural y económica del mundo occidental. Mi cuerpo se desplaza en un circuito de cincuenta metros cuadrados, distribuidos en tres ambientes y conectados con el exterior por un par de ventanas desde la que puedo ver la ciudad como una enorme maqueta. Tengo un televisor con ciento diez canales de programación internacional, un teléfono y una computadora con los que además de trabajar, divertirme y mantener una relación casi cotidiana con gente que vive a catorce mil kilómetros, puedo comer, vía delivery, dos de cada tres noches. Nunca tuve, en los últimos quince años al menos, verdaderamente hambre.
DOS: En este momento de mi vida me queda por ver, más o menos en lo inmediato, el ocaso y la muerte de la generación que me precede. Tengo que empezar a ser el nuevo jefe de la familia, el adulto. Ya papá no va a venir a arreglar nada. Voy a ser cada vez más huérfano. También, si todo sale bien, voy a ver crecer a mis hijos, a revivir con ellos el descubrimiento del mundo.
TRES: Siempre pensé que no podía ser padre hasta no tener resuelto el asunto con Dios, si existía o no, si tenía un plan para nosotros, si había algo que ocurría después de la muerte. Me daba tristeza imaginar que mis hijos me preguntarían por todas esas cosas, conocerían la muerte por primera vez (un pajarito, la bisabuela), pensarían en la muerte propia tal vez, y yo no tendría ninguna respuesta para darles. Por supuesto, he llegado a los treinta y siete, soy el papá de Lucía y no tengo ninguna de esas respuestas, ni para ella ni para mí.
CUATRO:
a) Dios existe y todo forma parte de un plan inteligente que él tiene para nosotros. Dejó un manual de instrucciones sobre lo que tenemos que hacer (Biblia, Corán, Torá – tachar lo que no corresponda). Hay que portarse bien, porque el bien es premiado y el mal castigado. Si acumulamos más puntos en la columna del haber que en la del debe, después de morir tendremos un futuro infinito de bienestar y felicidad, y sino, leña.
b) Dios no existe. Lo único que existe es el aquí y ahora. Lo más importante es el cuerpo, por eso hay que comer light, ir al gimnasio, no fumar. Se acaba el cuerpo como fuente de placer y no hay nada más. El alma… puede ser, para escuchar un concierto o sentir pasión por algo. Después, tirar las cenizas al río y buenas noches.
c) Dios existe pero nos odia. Está dejando que nos matemos entre nosotros para no tomarse el trabajo de aniquilarnos.
d) Dios existe pero no pide nada. Es más, todos somos parte de Dios, seres astrales peregrinando en busca de la perfección. Trato de ser buena persona, o dar todas las materias que pueda en esa dirección. Lo que no haga en esta vida, lo puedo hacer en la próxima. Puedo disfrutar del momento y hacer todas las experiencias, buenas o malas, todo sirve para aprender. Y si algo queda por hacer, bueno, será la próxima.
Cuando la vi nacer a Lucía, cuando me miró a los ojos por primera vez, desnuda, asustada, supe que era imposible que no viniera de ningún lado, tuve la sensación que ese cuerpito tembloroso había hecho un viaje interestelar para terminar compartiendo la vida conmigo. Y pensé que tal vez el abuelo, la abuela, mi querido perro, tal vez estén volando por algún lado, atravesando algún tipo de galaxia en un viaje con destino incierto pero destino al fin. Por eso, supongo que hoy, ahora, elegiría la opción D.
CINCO: De todas estás cosas trata “El campo”. ELISA despierta de un sueño. El sueño del orden, de la civilización. De pronto puede ver. Está asustada. Ya no podrá volver a dormir.
*Hernán Belón, director de «El Campo». Con Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi como protagonistas.
Participan en la Semana de la Crítica de la Biennale de Venecia.
Elisa y Santiago son una joven pareja, padres de una niña de dos años. Ella es una bella mujer con una carrera profesional consolidada que ahora no ejerce a causa de su reciente maternidad. Santiago, en la búsqueda de consolidar su ideal de “familia”, compra una casa en el campo y los tres se establecen ahí por unos días, con planes a futuro.
Alejada de la ciudad y su cotidianeidad contenida, Elisa comienza a sentir algo desconocido. Siente miedo de la casa, de los animales, de los vecinos; su marido le resulta extraño, su hija ingobernable. Santiago no parece percibir esto y la distancia se impone entre ellos.
Un orden anterior deja de surtir efecto y el campo propone reglas nuevas, inquietantes. Elisa y Santiago, despojados de todo, enfrentan el desafío de renovar su amor aprendiendo a ser padres.