Cine con vecinos, ciudadanos que defienden la cultura popular

Saladillo es una ciudad de la provincia de Buenos Aires que tiene la gran suerte de haber sabido abanderar un proyecto de cine íntegramente gestionado por los vecinos que por un lado busca producir películas concebidas por ellos mismos y, por otro, recuperar antiguos cines en desuso como lugares de reunión para ver cine.
Distintos barrios de la capital han emulado también esta iniciativa y reciben el apoyo del Instituto Nacional de Cine y las Artes Audiovisuales (INCAA).
Los saladillenses Fabio Junco y Julio Midú, egresados de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC), fueron los pioneros en el método de producción de cine de ficción con la participación de vecinos, amigos y familiares.
Con unas cámaras digitales y muy bajo presupuesto, consiguieron que las películas terminaran proyectadas en la pantalla grande del cine del pueblo, recuperando un rito social que se había perdido.
La exitosa iniciativa tiene ya más de una década de vida y ha sido multiplicada por doquier. Tanto es así, que ya ahora no se limitan a producciones propias y proyecciones sino que en los barrios de Capital Federal se realizan talleres de «Cine Express» y vecinos, actores, personalidades del arte, la cultura y la política claman a través del programa «Un barrio de película» por la reapertura de antiguas salas de cine como Gran Rivadavia, Aconcagua, Taricco, El Progreso y Arteplex Caballito.
Estos vecinos le piden al gobierno porteño «la apropiación para el uso cultural» de los predios y las salas donde funcionaban los históricos cines.
La presidenta del INCAA, Liliana Mazure, explicó en el programa «Con sentido público» de la televisión estatal argentina que los vecinos defienden las salas de sus barrios y que «cada película tiene su público y de lo que se trata es exactamente de eso; las multi-pantallas pasan las películas que cuestan 47 pesos la entrada, que es lo que están cobrando en este momento algunas de las salas, y hay gente que va y lo paga.
Nosotros tenemos una cantidad enorme de salas en las cuales estamos ahora en un plan de digitalización, osea que van a tener sus proyectores 3D y se van a transformar en salas competitivas con aquellas otras que tienen las nuevas tecnologías y vamos a poder ver todo el cine en todas estas otras salas también».
Respecto al arancel que se está cobrando por cantidad de copias, Mazure aseguró que está dando un buen resultado. «El año pasado tuvimos tanques (películas de Hollywood) saliendo con 340 copias y este año ninguno ha superado las 200 copias osea que más o menos nos van dando bolilla (haciendo caso)».
El INCAA está trabajando en seis salas con los vecinos de la ciudad. La sala Gaumont, que es el espacio insignia del Instituto, cortó casi quinientas mil entradas el año pasado, según Lucrecia Cardoso, gerente de acción federal. Sus tres salas exhiben solo cine nacional. «Por semana llegamos a estrenar a veces hasta ocho y diez películas. Es una demostración de que el público quiere ver el cine argentino»- aseguró.
Los Espacios INCAA los forman ya cuarenta y cinco salas en todo el país. El Artecinema, que está ubicado en un lugar complejo, barrio Constitución de la ciudad, triplicó el número de espectadores desde su puesta en marcha.
El cine Cosmos también exhibe cine argentino pero es propiedad de la Universidad de Buenos Aires y el INCAA, tras el cierre del Arteplex Belgrano por parte de sus propietarios, está hablando con los vecinos para la posibilidad de reabrirlo.
Vecinos actores y actrices, vecinos maquilladores, iluminadores, camarógrafos,… ciudadanos de un barrio que llevan sus historias a la pantalla grande en cortometrajes. Previamente se reúnen en comunidad y proponen historias, se vota cuál se quiere contar y a partir de ahí se desarrolla el guión, el casting, el rodaje y, al final, la exhibición en las salas.
La iniciativa ciudadana y el clamor por acceder a la cultura tiene fuerza en la capital argentina y en su provincia. (cba/rbc)