«Come to my Voice» de Hüseyin Karabey; resistencia a la tiranía

Astor de Oro en el Festival de Cine de Mar del Plata.
Las posturas injustas que generan determinados sistemas políticos obligarían a tomar medidas por parte de la comunidad internacional, pero por diferentes motivos hay veces que esa ayuda efectiva nunca llega y la resignación es lo único que les queda a las víctimas. «Come to my Voice» ha sido rodada en el Kurdistán turco y muestra un caso de opresión en una pequeña población por parte del ejército, que perfectamente queda hilvanado con la tradición tan ancestral de contar cuentos. A un remoto pueblo kurdo de las montañas llega un día una unidad militarizada que afirma tener sospechas de que los lugareños guardan armas escondidas.
Es entonces cuando el mando decide llevarse a los hombres, y a quienes ahí quedan les da un plazo de tiempo para que entreguen las armas que puedan tener, aunque en realidad no poseen ninguna. El problema es que son familias con muy pocos recursos y no tienen tantas posibilidades de adquirirlas para cumplir con ese requisito y conseguir así liberar a sus familiares. Una niña llamada Jiyan y su abuela Berfé intentan recuperar a toda costa la presencia de su padre/hijo en la casa e inician una larga marcha a pie para tratar de que algún conocido o familiar lejano las ayude, vendiéndoles o prestándoles cualquier arma que pueda satisfacer la rocambolesca petición de los militares.
La primera cosa que llama la atención al ver «Come to my Voice» es que los habitantes del pueblo parecen curados de espanto y afrontan el problema con gran serenidad, humildad y paciencia a pesar de estar constantemente sometidos a sanciones y controles humillantes. Lo segundo es la exquisita fotografía de un paisaje impresionante que contrasta con las condiciones de pobreza de la gente. El hecho de que en determinados momentos del filme se intercalen piezas de música tradicional kurda nos proporciona más profundidad sobre su mundo. Los actores son todos naturales y es su primera interpretación para una película que, en este caso, también hace un homenaje a los juglares que cuentan cuentos y que son muy respetados por la comunidad kurda.
De varias partes de la cinta se puede extraer la conclusión de que quiere reflejar la sensación de impotencia y el estilo de vida de estos habitantes frente al poder asfixiante de quienes manejan las armas, en este caso los soldados, algunos de los cuales no dudan en tener cierta complicidad con los kurdos al no entender cómo es posible que su gobierno por norma general los considere unos terroristas. La tradición de contar cuentos es esencial como manera subliminal que tienen los mayores de hacerles llegar a los niños una explicación posible acerca del lugar y las circunstancias que les ha tocado vivir a su temprana edad. También existen castas dentro del pueblo kurdo y el filme refleja este punto entre los posibles prestamistas de armas, mientras coloca hábilmente a tres juglares ciegos guiando por el camino correcto de regreso a casa a la abuela y la nieta.
Resulta extraño que «Come to my Voice» se exhibiera en la sección Berlinale Generation, cuando no se trata una película sólo para ser vista por niños y jóvenes sino para todos los públicos, e incluso es paradójico que algunos subtextos que contiene la historia a buen seguro serán mucho más fácilmente reconocibles por los adultos. En este sentido, el Astor de Oro en el Festival de Mar del Plata parece haberle hecho justicia porque es un filme muy bien narrado que consigue transmitir la resistencia frente al abuso del poder y la persistente falta de reconocimiento de una realidad.
©José Luis García/Cinestel.com