«Cracks de Nácar», el placer de la conversación y la amistad

La primera extrañeza que hay que atravesar es la del título, que parece en otro idioma. Crack es una voz inglesa, ya aceptada en la Real Academia Española, que significa deportista de extraordinaria habilidad. Y el nácar es una sustancia orgánico-inorgánica que se usa, entre otras cosas, para hacer botones. Segunda extrañeza: ésta es una película sobre botones (de los de la ropa, pero fuera de ella) que juegan al fútbol. ¿Fútbol con botones?
Sí, pero los botones no se mueven solos sino que son movidos por Rómulo Berruti y Alfredo Serra, veteranos periodistas, amigos de larga data, eximios conversadores (y bebedores de whisky) y apasionados de los botones futbolistas.
No cualquier botón es un crack, y tanto es así que los elegidos son personalizados y bautizados con nombres como Bordenave o Rojas.
Cracks de nácar es una película sobre un juego singular, pero también, y sobre todo, un plácido, fluido retrato de una amistad unida por el placer de la anécdota, la conversación afilada, la mirada zumbona sobre el mundo, y con la sofisticada inteligencia (que comparten Berruti, Serra y el film) de reírse de uno mismo.
· Cartas de los directores
Éste es un film que se viene gestando desde mi niñez. Una niñez acompañada de historias fantásticas y un juego maravilloso. Alfredo Serra, un segundo padre para mí, periodista de raza y gran narrador, se ha encargado de mantener viva su curiosidad e inquietud por las inusuales aventuras y fantásticos relatos de su carrera.
Su amigo del alma es Rómulo Berruti, protagonista de un programa televisivo de cine, muy exitoso en los años ochenta, pero algo olvidado en el presente. Los dos han compartido anécdotas hilarantes que, por suerte y por talento, pueden revivir con sólo dos vasos y una botella de buen whisky por delante (resalto el “buen”).
Fútbol de botones. ¿Qué es eso? ¿De qué estamos hablando? Alfredo limpia con alcohol y mucho cuidado la cancha, mientras Rómulo se ocupa de organizar sus once botones con la táctica planteada para ese sábado. ¿Cada botón tiene nombre? ¿Cómo los diferencian? ¿Puedo jugar?
Aquí empezó su pasión, su entrega, y el legado de un exquisito juego. Hoy, al haber elegido al cine como carrera y pasión, cuento con él como gran herramienta para tratar de mostrar, aunque sea con cuentagotas, esta enorme historia de amistad.
Una película hecha por dos amigos (la dirijo con mi amigo del alma Edgardo Dieleke), sobre dos amigos, y que intenta dar cuenta de un mundo maravilloso del que fui parte desde chico.
Con un equipo mínimo de rodaje (dos personas casi siempre salvo contadas jornadas más complejas), llevamos a cabo un documental íntimo sobre dos personajes que aunque dominan la palabra, a través del cine pueden también lucirse en una cancha, pero con botones. El extraordinario juego es un ritual que no es simplemente una excusa narrativa sino también la posibilidad de un cine íntimo y apasionante.
*Daniel Casabé.
Llegué a estos personajes a través de mi gran amigo Daniel, y desde la adolescencia, Alfredo Serra y Rómulo Berruti me iniciaron en un arte y un culto íntimo y de difícil hallazgo: el arte de la buena conversación y el relato oral.
Semanalmente los veía juntarse por dos motivos que eran en realidad uno. Primero, su ritual del fútbol de botones, un juego en principio incomprensible, pero entendido por ellos como un espacio exclusivo para la diversión, que extendió la mirada infantil, cada sábado, por más de cincuenta años. El segundo motivo por el que parecían reunirse era el ritual que le seguía a cada partido. Unidos por los recuerdos y sobre todo por la capacidad de generar un mundo propio y un sentido del humor único, la instancia de su whisky semanal, compartido, les daba una excusa para continuar su amistad.
Con el tiempo, gracias a Daniel pude acceder a esas conversaciones, y más allá del fútbol de botones, me apasionó el mundo que estos personajes recreaban con cada anécdota.
Me interesé entonces en este proyecto en primer lugar porque aparecía un objetivo que me cautivó: encontrar la manera capturar la instancia de las largas conversaciones y anécdotas que mantenían estos personajes. En otras palabras, ¿cómo hacer para llevar al lenguaje del cine una situación en apariencia tan anti-dramática como una conversación entre dos amigos?
En segundo lugar, cómo hacer para hacer visible y compartir con la audiencia una amistad íntima un mundo con códigos propios? Para esto, apareció un elemento central para evadir el mero costumbrismo: la construcción de un mundo de ficción y realidad.
*Edgardo Dieleke.