«Toni Erdmann» y la extravagante manera de amar a una hija

Estreno en España
Las etapas de nuestra vida nunca pasan en vano y en cuanto a los hijos hay un momento determinado para cada cosa. Pero cuando el vástago hace ya tiempo que se fue de casa para emprender su propia vida como adulto, puede surgir, o bien la melancolía de aquellos otros tiempos pasados en los que se jugaba juntos mientras se compartía un mismo hogar, o también el sentimiento de no haber disfrutado mejor de esa compañía entre padres e hijos.
Algo de eso es lo que le sucede a «Toni Erdmann», el protagonista de esta historia felizmente interpretado por el gran actor austríaco radicado en Alemania, Peter Simonischek.
Hablamos de un hombre corpulento que acude a la capital de Hungría en busca del cariño y la compañía de su hija Inés (Sandra Hüller), pues ella trabaja en una importante empresa alemana con sede en Bucarest. Lo primero que hace es preguntarle a su hija si es feliz.
Lógicamente, Inés se ve en la tesitura de no saber qué contestarle a su padre, ante una pregunta que la mayoría de las veces se considera ambigua. Los días van pasando, y ese señor que en la película se llama Winfried Conradi, se transforma en Toni Erdmann, una especie de personaje inventado, estrafalario, grotesco y extravagante que persigue a su hija allá por donde va y esté con quien esté, desafiando su sentido común y ocasionando en ella un sentimiento de vergüenza y enojo disimulado, aquí muy bien interpretado por una actriz de alta talla, tanto a nivel profesional como de estatura también.
La tercera película de Maren Ade tiene varias vertientes interesantes a tener en cuenta. La primera es su sentido del humor, muy bien llevado a través de un argumento ingenioso sobre el que se evita en todo momento caer en la reiteración apelando a la sorpresa, punto importante si consideramos que hacer reír es una de las tareas más complicadas para cualquier guionista y para los actores.
La segunda es la virtud que tiene Ade para manejar un trasfondo hiperrealista, mediante una correlación de secuencias que efectivamente acaben haciéndolo creíble. Es obvio que «Toni Erdmann» es un juego intimista entre el padre y la hija indebidamente hecho en público, al mismo tiempo que inapropiado para la edad que ambos tienen, sobre todo si tenemos en cuenta la insistencia con la que el progenitor «molesta» a su hija por doquier.
Y la tercera es el sentido dual que tiene esta película, la cual será vista de manera distinta según se viva o se conozca Alemania. Los no alemanes veremos en ella a un hombre que quizá ocupó el tiempo en otros asuntos mientras que su hija pequeña crecía, así como su incredulidad ante el hecho de que una mujer se pueda integrar a fondo en el organigrama de decisiones de cualquier empresa, algo impensable en lo que fue la época más activa del padre, que por suerte empieza a superarse.
En ningún momento conocemos el lugar de nacimiento del progenitor, pero todo hace suponer que pudo ser en la zona del país que perteneció al antiguo bloque socialista, o que en cuya ideología podría tal vez haber militado o simpatizado, a tenor de ese comportamiento suyo que a veces parece prejuiciar negativamente a la empresa, inclusive cuestionándola a priori.
La directora alemana incide asimismo con fuerza en su crítica a los esquemas laborales y familiares actuales, a través de una atrevida escena en una fiesta casera.
Para los alemanes la cosa cambia, pues el filme define muy bien algunos aspectos que derivan de un estilo de vida en común cuya estricta normativa invade todo su quehacer cotidiano. Alemania es un país que promueve una pulcritud y ordenamiento muy marcado entre todos sus habitantes. Como veíamos en «Victoria», la película protagonizada por Laia Costa, montar en bicicleta y subirse con ella por encima de una acera puede ser reprendido e incluso, en algunos otros casos, llegar a acabar en denuncia o multa.
Es por ese motivo que los alemanes, primero no entienden la laxitud (piensan ellos) con la que en otros países nos manejamos en cuestiones sociales, hasta el punto de que como se ve en el filme, Toni Erdmann pueda presentarse a la gente en algún momento falsamente como alguien que en realidad no es ni nunca ha sido. Que eso ocurra sin que a él le pase nada a nivel legal es algo que los deja muy perplejos.
Y por otro lado, está el tema de la liberación que sienten los germanos frente a la presión y los condicionantes sociales y legales que viven en su día a día. Es por eso que algunos de ellos, cuando se encuentran fuera de Alemania tienden a ser estrambóticos, ridículos, excéntricos, y a hacer cosas que en su país nunca se les permitiría en público.
Hay para finalizar otra escena más, que pone en práctica fantasías sexuales y que estaría en consonancia con toda la extravagancia que envuelve a esta película, una buena decisión de Ade para evidenciar que esos extremos se pueden dar en lo privado bajo otro prisma diferente, ya que solo hace falta que dos personas estén de acuerdo en lo que están haciendo, en este caso correctamente sin la presencia física de terceros.
Y tal vez sea este punto concreto, en donde algunos quizá puedan ver un intento de réplica metafórica al significado intrínseco de lo que acusaba y delataba aquella línea de «La ópera de los tres centavos», del conocido dramaturgo alemán Bertold Brecht, que decía que «primero viene la comida, después la moral» (Erst kommt das Fressen, dann die Moral). Lo cierto es que en cuestiones de imaginación, cualquier cosa es posible. El dilema es saber diferenciar si se puede llevar a la práctica o no, con quién compartirlo, cuándo y dónde.
©José Luis García/Cinestel.com