«El limonero real», de Gustavo Fontán; lo ambiguo de la realidad

Estreno en Argentina el jueves 1 de septiembre
Negación, duelo, rituales, nostalgia y ausencias, son todos términos que están asociados a esta película del cineasta argentino Gustavo Fontán, localizada en el tiempo desde el amanecer de un 31 de diciembre hasta la madrugada de año nuevo.
A priori parecía una locura trasladar al cine una obra tan densa como «El limonero real» del escritor Juan José Saer, cuyos rasgos formales más relevantes son las nueve ocurrencias sobre la frase de entrada: ‘Amanece y ya está con los ojos abiertos’. Pero Fontán es mucho Fontán y consigue reconducir toda esa historia de pesar y desconsuelo hacia lo que es la narración cinematográfica, proporcionando una visión nueva por completo en relación a la obra original.
La cámara sigue a lo largo de ese día el encuentro de una familia que reside a orillas del Paraná.
Para compartir el último día del año, los familiares se deberían de reunir todos, pero Wenceslao (Germán de Silva) no consigue convencer a su esposa para que acuda con él a esta cita, un rito familiar en el que no está presente desde que seis años antes falleciera el hijo de ambos. Nada la puede hacer cambiar de opinión: está de luto y cree que no tiene temas de qué conversar con la familia, ni de los que alegrarse.
Gustavo Fontán es mucho más lector que cinéfilo y por tanto, conoce a la perfección ambas líneas narrativas. Por eso sabe que el cine puede recoger una huella que dejó un relato literario, pero que no lo puede adaptar. Se puede parecer bastante, pero el hecho verdadero es que ya es otra cosa. Y muchas veces esa traslación a la pantalla conlleva no pocas dosis de violencia desde el punto de vista de los autores y los literatos o lectores que habían seguido inicialmente un libro más tarde ‘adaptado’.
Lo principal consiste en mantener la esencia de aquello que el autor de origen quería transmitir, pues igual que pasa con el cine, los lectores de novela también suelen tener percepciones distintas acerca de un mismo texto que leen.
La construcción narrativa de «El limonero real» está definida en un montaje que cuida y mima la puesta en escena, los encuadres, -bella diferenciación entre lo acuático y lo aéreo-, y la extraordinaria función que tiene el sonido.
La parte dramática del filme permanece subyacente y en ella existen tensiones en las que hay algo muy endeble: la relación de cada uno de los personajes con el duelo dentro de un contexto de celebración ritual y familiar.
Saer es un escritor bastante esquemático, además de algo parco en diálogos para sus protagonistas. Y sin embargo, en esta película la palabra acaba por sostener el sentido genérico y ratificarlo, mientras a Wenceslao se le está dando un papel predominante ante ese par de ausencias que nos corroboran, una vez más, que el cine de Gustavo Fontán acostumbra a tener frecuentes aires fantasmales. En cualquier caso, la filmografía del director contiene notables y apreciables diferencias entre sí.
El crepúsculo y el ocaso, el agua, el fuego, la matanza del cordero, la luna, ese baile en el que lo que menos importa es la música, la luz y la oscuridad, la alegría y la tristeza, son todos sintagmas que articulan con validez este vigoroso relato pensado desde la literatura, pero cuyo contenido temático se ha traspasado al cine, en una película que puede presumir del gran trabajo en equipo de unos técnicos que a su vez aquí demuestran que son superiores artistas.
©José Luis García/Cinestel.com