«El Patrón, radiografía de un crimen»; la esclavitud moderna

El cine de Casa de América en Madrid estrena estos días «El Patrón, radiografía de un crimen», potente ópera prima del realizador argentino Sebastián Schindel, que sin embargo carece de distribución en salas de cine de España, aun habiendo sido la merecedora del Premio Cóndor a la Mejor Película en 2016, en los galardones anuales que concede la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, la cual este 2017 celebra sus 75 años de existencia.
El filme parte de unos hechos reales contrastados por el escritor, Doctor en Derecho y profesor de Criminología, Elías Neuman, en una novela homónima. Él es autor de numerosos libros y considera que el actual sistema penal argentino está diseñado para encerrar a marginales y no a corruptos.
La película presenta a un humilde peón de campo que se traslada a Buenos Aires en busca de un trabajo bien remunerado para mejorar su calidad de vida.
Hermógenes es contratado por el empresario de una cadena de carnicerías en la capital federal. Muy pronto será el encargado de despachar con los clientes en uno de esos establecimientos, donde se producen prácticas fraudulentas de control de sanidad y salubridad. Ahí se cometerá un crimen y el abogado que asume la defensa del empleado se tendrá que acabar implicando a fondo en tratar de demostrar el comportamiento vejatorio, inhumano, dominante y esclavista del mencionado patrón, como el origen del grave problema creado.
«El Patrón, radiografía de un crimen» posee dos momentos narrativos diferenciados que se van intercalando con solvencia durante todo el relato, de modo que a medida que vamos conociendo los detalles que inevitablemente conducen al macabro suceso, también asistimos a los pasos que va dando el abogado en aras de resolver las consecuencias judiciales del crimen. Hermógenes es un tipo sumiso y analfabeto, cuestión que el empresario sin escrúpulos trata de aprovechar en beneficio propio, también con una impunidad en el terreno del fraude que repugna.
Pero la fortaleza de este filme no se encuentra sólo a nivel de la construcción del guion, sino que también se halla en las buenas caracterizaciones de los actores Luis Ziembrowski, Germán de Silva y Guillermo Pfening, y en la impresionante y asombrosa transformación lograda por los protagonistas Joaquín Furriel y Mónica Lairana, quienes alcanzan aquí registros actorales muy meritorios, pues ambos están en las antípodas de como ellos son en su vida real.
Las condiciones laborales paupérrimas y un empleado que no sabe decir que no y que posee un gran sentimiento de culpa, conforman un entorno que tendrá consecuencias trágicas.
Cuando se alcanza el final de la película, se agradece la concisión de los argumentos orales en un guion firmado por el director debutante al que se suman otros dos buenos profesionales, Nicolás Batlle y Javier Olivera.
©José Luis García/Cinestel.com