«Kékszakállú», de Gastón Solnicki; recesión económica y espiritual

«Kékszakállú» es la primera ficción del realizador argentino Gastón Solnicki, tras los muy bien valorados documentales «Süden» (2008) y «Papirosen» (2011), además de algunos cortos que nutren su filmografía, a la que está siempre intentando imprimir un estilo muy particular suyo, que es lo que atrajo la atención de programadores de festivales como el de Locarno, el BAFICI, y en esta ocasión, el de Venecia, donde la crítica independiente le concedió un premio especial dentro de los Bisato d’Oro del certamen.
Solnicki convence con su sólida línea argumental, sobre la que sorprenderá saber que está irradiada desde elementos de pura improvisación, además del empleo de no actores que en su unión parecen estar tratando de seguir el espíritu y el pensamiento de Béla Bartók en la obra «El castillo de Barba Azul».
Todo este entramado se sostiene en un viaje que va de la motivación al desánimo.
El director insiste aquí en mostrar su preferencia por el entorno familiar a la hora de abordar sus filmes, y enfocar casi todo desde el lado femenino.
«Kékszakállú» muestra en un inicio a las chicas pasando sus vacaciones en un entorno aburguesado y campestre, lejos de la gran ciudad. Paradójicamente no hay imágenes de diversión, sino de letargo, de contención, y de unos padres que en estos casos sólo se limitan a servirles la comida hecha.
El binomio vacaciones y trabajo funciona muy bien a lo largo del filme, pues Solnicki se maneja con mucha soltura y entendimiento en estas lides de redirigirlo todo hacia el tema de fondo del factor económico. Y en esa tesitura, acaba arrojando a su protagonista (Laila Maltz) hacia las fauces de la industria, que en su ánimo devorador e insaciable apenas considera los espacios necesarios de las personas para vivir con una mínima armonía, y termina en este caso concreto eliminando la posibilidad de lograr siquiera una mínima consistencia emocional, social y familiar.
Aunque la película no tenía el guion claro desde un principio, sí que en esta historia nos damos cuenta poco a poco de que en el realizador primaban esas intenciones de expresar lo que es una inercia generacional similar a caminar sin rumbo. Un nomadismo auténtico o virtual que es misterioso y no reconocido. Vidas atrapadas en una arquitectura icónica, real o metafórica. ¿Pertenecen las protagonistas del film a una pandilla de jóvenes cansados y desanimados? El primer largo de Solnicki parece estar apostando por ello.
©José Luis García/Cinestel.com