«El Apóstata», de Federico Veiroj; arreglando cuentas con el pasado

Álvaro Ogalla nunca había participado como actor pero sí en cine, porque junto al uruguayo y español Federico Veiroj trabajaron durante algunos años en la Filmoteca Española de Madrid. Ahí fue cuando el director de esta película supo del inicio de los trámites que el primero había realizado para renunciar a la fe católica mediante la apostasía, una necesidad que hoy en día es todavía reclamada por quienes fueron bautizados nada más nacer, pero que defienden su derecho a la libertad de conciencia y de culto. El filme se presentó en la sección oficial de Donostia, y aunque las enormes trabas que la Iglesia está poniendo a quienes en su libertad han decidido dar ese paso ya de por sí suscitan todo tipo de controversias, con perspicacia Veiroj traslada el relato a un ámbito más íntimo e irónico, presentando a su personaje como un idealista que desde una mirada poética de la vida quiere modificar su pasado.
Partiendo de su auténtica experiencia como apóstata iniciada en 2009 y que todavía hoy no ha conseguido resolver, Ogalla encarna en la ficción a Santiago Tamayo, un joven que desea emanciparse de aquello que se escapa a su control, a la vez que dispara sus temores contra sí mismo y posee un afán cínico en algunas cuestiones de fe, de culpa y de deseo. En el centro de su complejidad como persona parecen estar una relación maternofilial no del todo plena y un acercamiento a las dos mujeres que tiene más cerca que más bien es el propio de un adolescente tardío. Es pues, un claro proceso de búsqueda y cuestionamiento, porque los capítulos del pasado y presente y sus deseos para el futuro confluyen en un cierto caos interior.
«El Apóstata» es una película con sentido del humor que en su totalidad provoca en el espectador una cierta sensación de extrañamiento, al mismo tiempo que evoluciona por algunos caminos de la lógica como es el de la emancipación de lo heredado, pero que acaba oscilando dentro de un mundo onírico de deseos de ternura con algunos pensamientos descabellados, a través de un ser de carácter sensible que también tiene que sopesar los conceptos de tradición, culpa y placer.
Unas cartas escritas por Álvaro Ogalla fueron el embrión de esta historia que el argentino Nicolás Saad mejoró en estilo y forma, y en cuyo proceso de maduración han sido vitales los aportes de la singular y variada música elegida y del montador Fernando Franco («La Herida»), quien también es coproductor de la cinta. En su esencia, el filme rodado en el Madrid de los Austrias está igualmente criticando a estructuras o mecanismos legales, cualesquiera que sean, que son demasiado tupidos para salir de ellos.
©José Luis García/Cinestel.com