«El charro de Toluquilla»; mezcla de padre, mujeriego, alegre y fanfarrón

Además de un trabajo impresionante en horas de preparación, tienen que darse toda una serie de coincidencias de parámetros para que una película llegue a ser tan redonda y bien lograda como lo es el debut en el largo documental del director mexicano José Villalobos Romero, un talentoso realizador que es capaz en su ópera prima de transmitir al espectador el alma y la sustancia de su personaje, Jaime García, un charro que aquí se presenta como la quintaesencia del macho Mariachi. Las mujeres, la música y el alcohol son las debilidades entre las que va saltando de vez en cuando, mientras que a su novia y la hija de ambos las reserva para sus momentos más sinceros. Tiene no obstante un grave problema de salud que irá haciendo mella con mucha insistencia: es portador del retrovirus VIH del SIDA, aunque con ello a cuestas dejó embarazada a su pareja, y la niña por suerte nació muy sana.
«El charro de Toluquilla» trata sobre un personaje real, pero que bien podría haber sido una ficción.
Es precisamente la capacidad que tiene García de interpretar ante la cámara esa personalidad suya tan alegre y animada como arcaica y anticuada al mismo tiempo, lo que le suministra al filme caminos múltiples para explorar que son impredecibles por completo. Que es un personaje cuyo fondo de actuación pertenece al pasado o al ala más conservadora de la sociedad, lo confirmaremos en el subrayado de una de las primeras escenas, cuando dice «yo no soy joto» (forma despectiva de llamar a un gay en México y Honduras), como para que el espectador despeje esa posible duda cuanto antes.
A Jaime García parece preocuparle el tema de la procreación y así él mismo lo dice en algún momento de la película; la suya y también la de los caballos, porque aquí vamos a ver fornicar al suyo con algunas yeguas en varias ocasiones. En otro pasaje del film es definido como sencillo, alegre y diferente mientras comprobamos su pronunciada adscripción religiosa católica, en cierto modo obligada por la devoción de su novia. Eso sí, el charro es un buen ejemplo de auténtico revulsivo contra las dificultades psicosomáticas aplicadas a las enfermedades. Él sigue su vida con optimismo hasta el día en que todo acabe y tal vez por eso lleve ya 15 años con un diagnóstico médico tan desfavorable, pero tratando de vivir su día a día como él cree que debe hacer.
En «El charro de Toluquilla» es indudable que hay una puesta en escena adaptada a lo que es su personaje principal, con una fotografía muy cuidada y con algunos encuadres de él cantando sobre un escenario, más bien pocos.
García es un tipo tan excéntrico que casi al acabar los créditos finales del documental se lee una frase muy proporcional: «Película realizada con fines de investigación científica, tanto sociológica como cultural y artística». Poco antes, la última escena del filme en el asfalto de Guadalajara es ilustrativa de una persona que ha creado un mundo algo diferente al más común a su alrededor, y que tal vez al mismo tiempo lo esté ayudando a sobrevivir. Digno de estudio y película para ver.
©José Luis García/Cinestel.com