«El Club», película de Pablo Larraín; ¡Y el delirio se hizo carne!

Estreno en España.
El realizador chileno Pablo Larraín que solía abordar sus películas anteriores, dedicadas en su mayoría a la dictadura pinochetista, desde un tono realista y directo, hace en «El Club» un giro en su estilo narrativo hacia un esquema diferente. El filme cuenta la historia de unos sacerdotes exiliados en una casa de retiro al borde del mar, donde la Iglesia católica espera que puedan expiar esos «pecados» que en realidad son fuertes delitos pero que, piensan ellos que a ver si consiguen «borrar las culpas» en el interior de sus conciencias. Larraín aseguraba durante su presentación en la Berlinale, donde obtuvo el Gran Premio del Jurado, que los curas que han sido denunciados por pederastia en distintas partes del mundo son aislados por esa institución eclesiástica, alojándoles en hogares como éste para que recapaciten sobre su actitud. El estilo empleado y el personaje de Roberto Farías son desconcertantes.
Los cuatro religiosos infractores viven sometidos a una disciplina férrea bajo la atenta mirada de una vigilante. Algunas otras personas se irán sumando al relato añadiéndole diferentes matices y capas. El director lo elabora todo desde una distancia tal que nunca empatizarías con ninguno de ellos, y eso se irá confirmando a lo largo de la película cuando durante las actividades que desarrollan, se comprueba que son personas trastornadas que están al borde del precipicio. La empatía y el sentido común parecen no estar enraizadas ni tener cabida en ellos.
Desde lo formal, es muy discutible la perspectiva y el enfoque que le proporciona Larraín al relato, en particular por su decisión de incluir un personaje externo a la casa como haciendo cuestionar el sentimiento de culpa, quien mas o menos vendría a sustituir o aminorar el auténtico delirio colectivo que unos individuos con unas patologías personales tan parecidas podrían sufrir viviendo juntos, aun cuando estén tutelados por una monja y la naturaleza de sus delitos sea tan distinta. El realizador no ha querido remover mucho esas aguas ni quedarse en ese lado, y nos presenta a este Sandokan, que es como se hace apodar, víctima de los abusos. Y si lo hace de esta manera es precisamente para ahondar en lo que va a ser el tema principal de la película: la impunidad.
Con el perdón como única redención, la falta de justicia es una constante durante este filme que se visiona con un cierto extrañamiento porque aquí todos sus personajes sólo están expuestos al juicio del espectador y al de un psicólogo formado en España, que se muestra incapaz de resolver los problemas de un tipo de personalidad tan oscura como puedan ser algunas de las imágenes nocturnas, contraluces y paisajes brumosos que predominan a lo largo de una parte de la película.
«El Club» critica a través de sus personajes el hecho de que la Iglesia católica pueda llegar a tejer una red de protección para estos delincuentes, amparándose en el silencio y dándoles cobijo por fuera de lo que es la jurisdicción penal que se aplicaría a cualquier otra persona. Aunque lógico será pensar que a priori, la mayoría de personas que trabajan en esa y otras instituciones son gente de bien, en el caso concreto de los sacerdotes de esta película, el concepto desfigurado y retorcido que tienen de lo que es el amor y la fe supone en la práctica un profundo disparate grotesco. Alfredo Castro, actor fetiche de Larraín, se encarga en el film de representar al protagonista principal.
©José Luis García/Cinestel.com