«La Academia de las Musas», de José Luis Guerín; teoría y práctica

Clausuró la 22 edición del Festival L’alternativa
Profunda, divertida y brillante, que apela a la búsqueda constante del espectador. Así es la nueva película del cineasta catalán José Luis Guerín, elogiada y reconocida en el Festival de Cine Europeo de Sevilla con el Giraldillo de Oro. «La Academia de las Musas» arranca de unos enunciados concretos que el profesor de Filosofía de la Universidad de Barcelona, Raffaele Pinto, les traslada a sus alumnas, unidos a una propuesta inspirada en referentes clásicos que debería servir para regenerar el mundo a través de la poesía. El filme trata sobre el poder de la palabra dicha, su seducción y los conflictos morales que de ella emanan. Inspiración, pasión, amor, sexualidad, celos y vida son algunos de los grandes conceptos que aquí se manejan, en lo que como base es una confrontación entre las teorías literarias y su aplicación en el ámbito de realidad.
Guerín empezó a filmar esas clases con estrategia de documental, grabando escenas comunes a cualquier universidad, pero de a poco fueron las alumnas quienes estuvieron elaborando con sus diálogos el guión sobre el que se iba a basar esta historia a partir de la fundamental y originaria idea de una de ellas, Emanuela Forgetta, quien fue la auténtica inventora de todo este entramado de dudas sobre el deseo y la sugestión encaminadas con frases que, como muy bien resaltaba el realizador, «parecen propias de un bolero enloquecido y sin embargo están dichas con convicción».
La primera frase que aparece cuando se inicia la película es más que elocuente. Estamos ante «una experiencia pedagógica del profesor Raffaele Pinto filmada por José Luis Guerín». Y así es, porque la función principal del cineasta aquí es la de componer el montaje final, ese resultado que vemos en pantalla fruto de intentar trasladar lo literario a un plano vivencial. ¿Cómo sería posible eso? En «La Academia de las Musas» lo vemos a través del profesor Pinto extendiendo su policromía entre la palabra, el deseo y el amor hacia la sospecha de que está seducido por la posibilidad de manipular a través de esos diálogos sobre literatura, y al inevitable surgimiento de temas que aparentan estar soterrados como los celos y las relaciones de poder.
Y es que Pinto es un docente universitario desmedido, singular y fuera de lo común en un filme en donde los personajes son fabuladores y no se corresponden exactamente con las personas que son en la realidad. Una de las alumnas hace un elogio de la Arcadia mientras está en Cerdeña, y en ese juego de simetrías hay otra que en Nápoles asiste al «paraíso del infierno». La esposa del maestro, una intelectual catalana, mantiene tensos diálogos con él, a veces tan banales pero al mismo tiempo tan reconocibles en muchas parejas, como una discusión por la forma de colocar los libros en una estantería.
Entre todos, Guerín incluido, se propusieron durante el rodaje diluir la voz casi siempre unidireccional del profesor hacia las alumnas, problematizando esa autoridad y traspasando el ámbito exclusivamente teórico de la filosofía hacia un terreno más práctico, inclusive cruzando el espacio doméstico. Como «cronista puro que constata», este director vanguardista rehúsa las puestas en escena, los movimientos de cámara, los trucos de montaje o los subrayados de músicas o comentarios de voz.
Recordaba Guerín que «hay espectadores que para quedarse más tranquilos necesitan que haya una condena explícita en las películas. Si es posible, con música de fondo para que no quede ninguna duda. Eso es lo que no deja ningún espacio para el espectador». Como contrapartida a ello, «La Academia de las Musas» es fiel a una sana improvisación sobre la que Guerín hace todo el esfuerzo que puede por juzgar lo menos posible a los personajes. Su pudor es tal, que en una de las escenas clave y más disfrutables del filme, sitúa la cámara detrás de un cristal en una decisión con la que quiere sellar su respeto por el secreto de la intimidad. El cineasta nos obsequia con otra más de sus buenas películas, y en este caso es la palabra la protagonista absoluta del relato.
©José Luis García/Cinestel.com