«La balada del Oppenheimer Park»; atribulada y sentida parábola

El Festival de cine latinoamericano de Vancouver (Canadá) fue el eje principal para que el realizador mexicano Juan Manuel Sepúlveda recalara en un pequeño parque de esa ciudad para dirigir un espléndido documental que tiene dos lecturas paralelas que se complementan, la visual y la intrínseca de los personajes.
En el céntrico parque de Oppenheimer convive un pequeño grupo de aborígenes procedentes de las reservas asignadas como resultado del proceso de colonización. Han llegado desde su exilio territorial y todos los días crean una película, bebiendo del género western, aunque no en tanta cantidad como suelen hacerlo con las bebidas alcohólicas.
El inicio del documental nos muestra lo que parece el resultado de una especie de ritual imaginario, donde un antiguo carro se consume en llamas. Tal vez no sea otra cosa que el reflejo de un sentimiento interior acerca de lo que fue una cultura milenaria arrasada por el mundo civilizado.
El escenario del parque reafirma en sentido alegórico el sufrimiento y la opresión de un pueblo sometido. Ellos tratan ese lugar como si fuera una tierra indígena sagrada en el medio de las calles y el asfalto urbano. Los protagonistas que vemos en el filme viven ahí, a menudo soportando distintos desafíos de otros transeúntes que están de paso. Toda su historia como comunidad nativa originaria queda confrontada con la de los diversos urbanitas que los rodean, aunque su identidad indígena ha sido transformada por eso que llamamos progreso.
Siempre con la honestidad por delante, tendríamos que dudar si lo que vemos documenta algo auténtico o si es que lo que hay es un simple deseo de representar, de hacer llegar un mensaje. Esa duda es razonable, aunque no es menos cierto que aquí el western es un pretexto que, como decía el realizador, «reformula una historia de desplazamiento y resistencia cambiando el punto de vista del colonizador al colonizado». Y sí, también es un logro de Sepúlveda el estimular la imaginación y las capacidades corporales de personas que normalmente están condenadas a representar el rol de la víctima, los sin-hogar, los alcohólicos, los drogadictos o los pobres.
En cualquier caso, la exposición del tema principal de reflexión en «La balada del Oppenheimer Park» es brillante. Las migraciones forzadas han sido siempre una constante en el mundo desde tiempos inmemorables. No siempre los desplazados lo han hecho para encontrarse con un mundo mejor. De hecho, la conciencia histórica y la rebeldía los han acompañando siempre de una manera muy sutil e imperceptible para la mayoría de los demás.
Pues para eso está el cine, para remover conciencias y ampliar miradas. Y claro, el filme se preocupa también de mostrarnos que no todos los moradores habituales del parque son nativos aborígenes. Juan Manuel Sepúlveda sigue con su tema predilecto, haciendo tan buenas películas como hasta ahora.
©José Luis García/Cinestel.com