«La Imagen Perdida», de Rithy Panh; la historia nos la cuentan las figuras

Inaugura el día 5 de agosto la Filmoteca Metropolitana de Buenos Aires, Sarmiento 2037, CABA
Hoy que muchos asiduos a los canales televisivos comprueban impávidos diferentes grados de injusticia y violencia que se produce en diferentes lugares del mundo, se hace necesario y casi obligado por esas circunstancias el reinventar esquemas narrativos audiovisuales que respeten la autoconciencia del público cuando la mayoría de medios informativos basados en la inmediatez y la reiteración no lo están haciendo. Esa influencia provoca ciertas desventajas a la hora de transformar una tragedia en ficción o documental testimonial, y por eso el cineasta camboyano Rithy Panh optó con mucho tino y sabiduría por adaptar su terrible historia de vida familiar desde que fuera niño, en una narración en off contada mediante figuras de arcilla que están superpuestas a imágenes reales.
«La Imagen Perdida» narra el devenir de su familia antes y después de que los Jemeres Rojos entraran en Phnom Penh. El régimen comunista de Pol Pot tomó la capital de Camboya el 17 de Abril de 1975, cuando Panh tenía 11 años. Los ciudadanos fueron enviados a campos de trabajo y, con la clara intención de eliminar las divisiones de clase, todos los efectos personales fueron confiscados así como los individuos sustituidos por números. Las torturas y ejecuciones se convirtieron en moneda de cambio a la menor infracción.
Las dos armas que empleó el tirano para su atroz represión fueron el hambre y aquello que él llamaba «reeducación». «A los que no podamos reeducar, los combatiremos como enemigos», decía este impresentable que fue el responsable de uno de los mayores genocidios durante el cual alrededor de un millón y medio de personas fallecieron por malnutrición, trabajos forzados y enfermedades mal atendidas. Cualquier queja que surgiera, inclusive dentro de su mismo partido comunista, era respondida con una ejecución sin juicio y, paradójicamente, la mayoría de los fusilados pertenecía a la etnia jemer, la misma que su criminal líder.
«A veces, el silencio es un grito» se escucha en algún momento de este filme estremecedor en el que las figuras de barro que lo componen reflejan el rostro del pánico y la desolación. Están meticulosamente pintadas y talladas a mano, al tiempo que son mostradas mediante dioramas muy bien elaborados, pintados por las dos caras. Aquí los juegos de luz que empleó Pahn son importantístimos, pues no dice lo mismo una figura iluminada desde atrás que desde la parte frontal o por un costado. El resultado, acompañado por la narración del director, impresiona por la crudeza de las atrocidades que está contando y mostrando. Las imágenes de barro nunca se mueven ni hablan entre sí, pero sí lo hace la atmósfera que cada espectador se crea a partir de lo que refleja la luz y lo que está escuchando. Vemos seres estáticos, carentes de vida y sin identidad que se dirigen en masa hacia su inevitable destino final.
En definitiva, creamos imágenes sobre unos seres a los que con brutalidad se les negó la posibilidad de imaginar y crear cosas en sus vidas, con la familia y los amigos a su lado. ¿Será esa entonces la imagen perdida a la que alude el título? Por supuesto que sí.
©José Luis García/Cinestel.com