«La Ciénaga, entre el mar y la tierra», amor y protección ilimitada

La lucha por vivir en el seno de una familia en combinación con el mar son dos principios clave sobre los que se sustenta el debut en el largometraje del realizador colombiano Carlos del Castillo. «La Ciénaga, entre el mar y la tierra» es una cinta que le ha dado la satisfacción de haber recibido el premio del público en la competencia dramática internacional del Festival de Sundance.
Al margen de reconocimientos y de estar nominada a los Premios Fénix del cine iberoamericano, la película destila el aroma de una buena selección de actores en la que, si bien Manolo Cruz consigue bordar su personaje de enfermo crónico de distonía muscular, la mejor parte de la actuación corre a cargo de la gran actriz veterana Vicky Hernández, quien interpreta a la madre de este protagonista que tiene una amiga que lo visita desde que eran niños con mucha frecuencia y lo ayuda a soportar su distinto quehacer diario en relación a los demás.
Cruz es el guionista y productor del filme. Tuvo que adelgazar unos 20 kg para abordar este papel de un chico de 28 años que sueña con poder conocer ese mar que tiene a tan sólo unos pocos centenares de metros. Pero esa breve distancia es inalcanzable para él debido a su enfermedad. Es Rosa, su madre, la persona que lo cuida con su amor protector mientras hace arreglos con la máquina de coser para sacar adelante la familia, (monoparental y con un vecino muy insidioso).
Habitan en una casa construida sobre un pantano, lugar en donde está la gente más pobre que no se puede pagar una vivienda en tierra firme. Hasta ahí solo se llega en cualquier embarcación y es Giselle (la joven actriz Viviana Serna) quien lo visita de vez en cuando para hacerle compañía y ayudarlo a limpiarse. Alberto es muy creativo y emplea además un pequeño espejo para poder observar zonas hacia las que no llega con la vista.
El protagonista de esta historia con fuertes connotaciones melodramáticas es un continuo receptor de impulsos emocionales que le llegan de su alrededor, y el relato mantiene un esquema que de por sí ya es conocido en el cine. A pesar de ello, la película pone un acento especial en los numerosos inconvenientes de una protección materna mal cultivada en su esencia, porque la madre no entiende que el discapacitado es una persona que, si no lo fuera de nacimiento como es el caso, tiene facilidad para adquirir habilidades con las que adaptarse a su situación y que puede desarrollar relaciones externas que encajarían con cualquier otra persona que esté sensibilizada con esa peculiaridad.
Una banda sonora orquestal subraya mucho algunos momentos emocionales que tiene este filme con una fotografía y un tono de color bastante cuidados. El acabado de esta historia es un final al que podríamos llamar poético ya que sigue la lógica ilógica e irracional de aquellas personas que piensan que el tiempo debería de detenerse en un momento dado, en lugar de animarse a abrir nuevos caminos, tanto de aciertos como de errores. Es una conclusión muy discutible sobre todo para el mundo de los discapacitados, quienes en su mayoría aceptan su modo de vida como una oportunidad distinta para explorar nuevas fórmulas de satisfacciones. En cualquier caso, la actuación de Vicky Hernández está genial y es el verdadero motor de esta película.
©José Luis García/Cinestel.com