«Magallanes», con Damián Alcázar; liberarse de los errores del pasado

Estreno en España el viernes 27 de mayo
El actor peruano Salvador del Solar figura por primera vez en el puesto de dirección de una película con una fiel historia sobre los traumas que prevalecen como consecuencia de haber estado involucrado en la ejecución de cualquier tipo de violencia. En «Magallanes» es la guerra contra la guerrilla paramilitar, pero podría haber sido igual en cualquier otro entorno: el agresor siempre acaba tocado y malparado de una forma u otra, no solamente en la que aquí gráficamente exhibe el personaje de Federico Luppi, y la idea de la película es válida y realista porque todos pierden algo en el transcurso de sus vidas sin que en la mayoría de los casos se paren a pensar en dónde está el origen de esos problemas. «Magallanes» es un relato que comienza de una manera, pero que acaba siendo otra cosa muy distinta en su final.
Harvey Magallanes (Damián Alcázar) es el taxista que un día recibe como clienta a Celina (Magaly Solier), una mujer a la que conoció 25 años atrás mientras era un soldado en conflicto y a la que ayudó a superar una situación muy comprometida. Cuando descubre que ella está agobiada por las deudas, él cree que la debería de volver a ayudar, pero no por esos motivos aparentemente solidarios o voluntarios, sino por otros diferentes que la película irá descubriendo.
Magallanes sigue siendo chófer ocasional de un alto oficial ya retirado (Luppi) y con demencia senil, personaje que acentúa esas conexiones con un pasado bastante complejo. Inevitablemente, el filme deriva hacia el drama y el suspense en una segunda parte de la historia más o menos bien desarrollada, pero que puede provocar sensaciones de dejà vu en el espectador porque son circunstancias repetitivas y recurrentes que se suelen dar con frecuencia en el cine.
Si bien todos los personajes tienden a liberar cargas del pasado, la escena final parece de lo más adecuada porque siempre es mejor intentar hacer las cosas bien desde el principio para no tener que lamentarse o pedir disculpas después. Determinadas prácticas de hacer daño primero y luego pedir perdón lo que hacen es banalizar el mal, y eso no debería de ser así.
©José Luis García/Cinestel.com