«Taxi Teherán», de Jafar Panahi, quien sigue luchando por su libertad
El cineasta iraní Jafar Panahi fue galardonado por esta película en la pasada Berlinale con el Oso de Oro, un máximo reconocimiento para una historia artificiosa que tiene la clara intención de exponer la situación de bloqueo en la que se encuentra este amante del cine por motivos tan ajenos al arte como son los de la política. «Taxi Teherán» parece un documental y por eso se puede calificar como una docu-ficción, no solamente porque sus actores sean «no profesionales» previamente pactados como si estuvieran utilizando los servicios del taxi conducido por el propio director, sino porque como asegura en sus notas, Panahi fue quien escribió el guión. La película es una oda a la libertad de un cineasta al que la comunidad cinematográfica va a tener necesariamente que seguir apoyando en su lucha por ser respetado por las autoridades de Irán.
En el ejercicio de la libertad de expresión y creativa que sus gobernantes extremistas le niegan, Panahi ha construido paso a paso, cliente a cliente del taxi, una descripción acerca de algunas de esas limitaciones sociales que tal vez sean poco visibles a primera vista, pero que son así de angustiosas porque se trata de normas de sumisión que impregnan de modo radical la vida de las personas y la política en un país en donde te sientes como si estuvieras en una prisión de la que es muy difícil salir.
El taxi conducido por Panahi recorre las fluidas calles de la capital iraní como lo haría en cualquier otro lugar, al tiempo que va recibiendo a pasajeros de lo más variopinto que en ocasiones se incorporan junto a otros que ya estaban circulando dentro de él. Esto del taxi compartido es una práctica común en muchos países, no sólo en los musulmanes, y en este punto habrá quien se pueda sorprender porque lo desconocía. En sí mismo es razonable ya que el trayecto resulta mucho más barato para cada uno de los pasajeros. Algunos «clientes» aparecen como si fueran desconocedores de que les están grabando y otros sí que se dan cuenta, e inclusive hay quien reconoce al cineasta nada más comprobar su rostro.
Además del director hay en el filme tres participantes que se interpretan a sí mismos: la pequeña Hana, sobrina de Panahi que fue la encargada de recibir en persona el Oso de Oro en Berlín, el vendedor de DVD’s repicados (truchos), y la abogada y activista iraní en pro de los derechos humanos, Nasrin Sotoudeh, con un ramo de flores que le quiere llevar a la familia de Ghoncheh Ghavani, una conocida detenida que en el momento del rodaje seguía encarcelada, habiendo sido arrestada por intentar entrar en un estadio para asistir a un partido de voleibol masculino.
Por otro lado, un sobrino de Panahi actúa como si fuera un estudiante cinéfilo, la mujer de un amigo suyo es aquí una maestra, el ladrón es el amigo de un amigo, y el herido llegó de otra provincia para hacer un papel muy peculiar. Justamente el fugaz momento en que aparece el ladrón contiene una de las reflexiones más interesantes, dentro de una película donde la tecnología celular e informática también tiene su presencia. Otra escena con la sobrina del director y un joven recolector de desperdicios en los contenedores de basura, es una metáfora sobre las dificultades que rigen en el país a la hora de respetar la libertad creativa de cualquier cineasta.
En el plano técnico, «Taxi Teherán» confronta esa inmediatez que muchas veces es propia del documental con la rigidez de las normas formales que están impuestas e interpretadas de una manera tal que su debate está vetado a quienes no ostentan el poder supremo. Panahi tiene prohibido filmar en las calles, por eso las cámaras están dentro del coche. En sus notas escritas lo explicaba así:
«Al principio pensé en utilizar pequeñas cámaras GoPro, pero al tener el objetivo fijo se reducían las posibilidades de puesta en escena y de montaje. Al final me decidí por la cámara Black Magic que cabe en una mano y que puede pasar desapercibida dentro de una caja de pañuelos de papel. De esa forma podía mantener la dimensión documental de la acción fuera del coche y al mismo tiempo esconder el rodaje y garantizar la seguridad del equipo.
Al colocar tres cámaras en un espacio tan reducido había poco espacio para el equipo: así que tenía que manejarlo todo yo solo, el plano, el sonido, la interpretación de los actores, y también mi propia interpretación… ¡Sin olvidar que tenía que conducir el coche! No me serví de ningún dispositivo especial para iluminar las escenas para no llamar la atención y poner en peligro el rodaje. Nos limitamos a construir un gran techo solar para equilibrar la luz».
«Taxi Teherán» es un ejemplo más de la tenacidad de Jafar Panahi a la hora de desafiar las absurdas prohibiciones de las que ha sido objeto a lo largo de su carrera cinematográfica. La Historia nos enseña que casi siempre se encuentran fórmulas para sortear las dificultades de la censura, y aquí el cineasta iraní está haciendo lo que puede para seguir rodando y contando historias a través de la pasión de su vida: el cine. Ahora son sus males personales en Irán lo único que está retratando en la confianza de que no cesen los apoyos internacionales que requiere una situación tan complicada para él.
El filme costó unos 32.000 euros en total: «Todo el equipo aceptó un salario reducido y muchos de los actores no quisieron que les pagara. Todos los años, los representantes de la Berlinale vienen a Irán a ver nuevas películas. Anke Leweke, miembro del comité de selección, fue quien vio la mía. Dos semanas después, me confirmó que la película estaba seleccionada para la competición oficial», -contó el director, quien no puede ni filmar ni salir de su país-.
©José Luis García/Cinestel.com