Recuerdo a «La noche de enfrente», despedida del singular cineasta chileno Raúl Ruiz
La filmografía de Raúl Ruiz abarcó más de doscientas películas y como si ya supiera que su destino final estaba cercano, el cineasta dedicó su último largometraje a la muerte, presentando a un viejo que sigue siendo niño y a un niño con un vocabulario mucho más completo que el que tienen muchos adultos. Ruiz nunca bajó la guardia en el terreno de la creatividad, añadiendo cada vez más surrealismo, ironía y experimentación a sus filmes.
Cannes 2012 acogió esta cinta de manera póstuma con un montaje finalizado por su inseparable esposa Valeria Sarmiento y un equipo de filmación entre el que se encuentra el director de fotografía Inti Briones. El argumento gira en torno a un viejo jubilado que espera su muerte inminente mientras revive escenas de su infancia y situaciones que unas veces fueron reales y otras son producto de su imaginación.
«La noche de enfrente» en realidad nos está hablando de toda esa gran cantidad de personas que cuando llegan a la vejez convierten la idea de que hoy puede ser el último día de sus vidas en una obsesión paranoica. «Hoy es el día en que alguien vendrá a matarme» repite cada mañana el protagonista. Ruiz llevó esa paranoia hasta su forma más radical de manera que en este caso el anciano piensa que vendrán a dispararle con un arma de fuego. Después de dormir, llegada la mañana, dice: «todos los días resucito en la mañana y camino».
La película es también un análisis sobre el paso del tiempo en el que el niño y el viejo se entremezclan y así vemos al adulto en una escuela sentado en un pupitre junto a compañeros jóvenes hasta que le suena un gran despertador que lleva en el bolsillo. En esas fantasías aparece Beethoven y un capitán pirata corsario, sueños de infancia de un niño adulto fascinado con el saber, el conocimiento y la expresión gramatical de las cosas. (cba/rbc)
DECLARACIONES QUE RAÚL RUIZ HIZO AL CONCLUIR EL RODAJE
«Mi propósito es adentrarme en el mundo poético de uno de los autores más secretos y sorprendentes de la literatura chilena, Hernán del Solar, miembro destacado del grupo de escritores llamados “imaginistas”. Ya se sabe, los imaginistas se situaron a contrapelo del naturalismo imperante en los años cuarenta–cincuenta y buscaron renovar con una literatura de imaginación contemplativa que ya habían practicado Augusto D’Halmar y Federico Gana.
En las obras de Del Solar coexisten lo cotidiano y lo onírico, la ternura y la crueldad, las evocaciones literarias y la omnipresencia del mundo de la infancia. Sus ficciones imponen una doble lectura permanente, exigen, a la vez, creer y descreer. Todo esto para decir que esta es una inspiración libre, que para el cine es un desafío, pero un desafío estimulante.
Un ejemplo. En “Pata de Palo” el protagonista cuenta su encuentro con un personaje al que llama “el Capitán”. Creemos entender que este capitán es un ser de carne y hueso, un oscuro pensionista de un hotel de mala muerte, pero que provoca la evocación de un personaje de “La isla del tesoro” de Stevenson, ese que se presenta diciendo “llámenme capitán” y que, tirando al escritorio del hotel en el que se hospeda, una bolsa de monedas, dice secamente: “Avísenme cuando lo haya gastado todo”.
En mi adaptación libre (o “Adopción”) de los cuentos “La Noche de Enfrente” y “Pata de Palo”, quiero servirme de una ficción indirecta: hace años, me tocó conocer a la hija del escritor Jean Giono (otro autor secreto y misterioso, en cierto sentido el equivalente provenzal de Del Solar). Ella me contó que al ultra provinciano Giono, a quien ya un viaje a París le parecía un salto hacia lo desconocido, le gustaba soñar con viajes extraordinarios al otro lado del mundo. Un día anunció a su familia que estaba preparando un viaje sin retorno a una ciudad llamada Antofagasta. La única razón que pudo dar para justificar su decisión fue que le gustaba el sonido de la palabra “Antofagasta”. En mi adaptación libre, postulo que Jean Giono realizó efectivamente el viaje y que terminó su vida como profesor de francés en el liceo de Antofagasta.
Por supuesto el film sucede en un mundo imaginista, en el que coinciden, convergen y divergen el mundo real (en el film también Giono vive en Francia y sigue publicando novelas) con el mundo imaginario en el que el viaje tuvo lugar. Sirviéndome de un recurso narrativo poco usado en cine, la ucronía (esas ficciones del tipo: ¿y si los nazis hubieran ganado la guerra? o ¿y si Napoleón hubiese ganado en Waterloo?), imagino la amistad entre el protagonista de “La Noche de enfrente”, el viejo jubilado, y Giono. Sus paseos por Antofagasta. Y como fondo narrativo, explicitado a medias, una oscura historia de crimen y traición.
La historia sucede en la Antofagasta de nuestros días, al menos reconocemos los edificios recientes, los Mall, la modernidad estruendosa, pero a la que los personajes parecer ignorar. Esos edificios no existen, existirán tal vez en un mundo por venir. Lo afirman y declaran, el mundo en el que viven, ellos pueden verlo, pero nosotros solo lo avizoramos. Poco a poco la melancolía se irá enturbiando, el horror del crimen inminente irá tomando importancia y los fantasmas, ruinas de vidas incompletas, los espectros, mezcla de “memorias y anhelos”, de promesas no cumplidas de “ilusiones perdidas”, terminarán por ocupar la escena.
Por lo tanto, entrecruzamiento del mundo posible en el que Giono vino a Antofagasta y se quedó a vivir y a semimorir, con el mundo que nos muestra la cámara y al que los personajes simulan ignorar, refutar, apartar de los avatares íntimos que constituyen su diario vivir. Coexistencia dolorosa entre las imágenes y la impresión de irrealidad que se desprende de ellas. Es un poco la extensión de aquel cuadro de Magritte en el que vemos una pipa mientras el texto nos informa; “esto no es un pipa”.
*Raúl Ruiz, Santiago de Chile, marzo de 2011