«Disculpas por la demora» busca examinar las actitudes del pasado
Estreno en Buenos Aires
¿Cuáles pueden ser los motivos por los que unas personas actúan de una manera distinta a lo que se espera o se supone de ellos? Esta pregunta es clave para comprender las razones que les ha llevado a los argentinos Daniel Burak y Shlomo Slutzky a configurar todo este documental sobre actitudes incomprensibles que merecerían una explicación por parte de quien las ejecuta.
Un día, el periodista y documentalista argentino-israelí Shlomo Slutzky, se da cuenta por Internet que hay otro periodista argentino-holandés que posee su mismo apellido, un hecho llamativo si tomamos en consideración que Slutzky no es un apelativo que esté muy extendido por el mundo.
El caso es que Mariano es el hijo de un primo médico de su padre, cuya existencia se había permanecido innombrada a consecuencia de su desaparición en el año 1977, en plena dictadura.
Shlomo se siente en deuda por la atención que sufrieron los dos hijos del galeno Samuel Slutzky, quienes siendo niños fueron trasladados a Holanda bajo la mediación de Amnistía Internacional. Los chicos estaban presentes cuando se llevaron a su padre y hay un sospechoso de complicidad con el asesinato que paradójicamente hoy vive en Israel.
«Disculpas por la demora» es una manera que tiene él de tratar de resarcir toda esa pena interior que se percibe prácticamente hasta el final de la película, donde los juicios por la actitud de su familia y la de los encausados por delitos de lesa humanidad, se superponen.
Daniel Burak en Argentina y el co-director Shlomo Slutzky desde Israel responden las preguntas de Cinestel:
– ¿Creen que a esta familia los desunió el miedo?
(Daniel): No podemos saberlo. Precisamente, lo que hicieron los genocidas fue cortar brutalmente el desarrollo natural de las historias. Quién sabe, quizás la familia podría haberse desunido también sin miedo, como tantas otras familias… Pero también podrían haberse amado, contenido en los momentos de necesidad, podrían haberse juntado este domingo a festejar el cumpleaños de los nietos o veraneado juntos. Lo terrible es la infinidad de posibilidades que les robaron a esta familia y a tantas otras y que los asesinos hayan permanecido impunes durante prácticamente 40 años, después de haber «jugado con cosas que no tienen repuesto».
(Shlomo): Lo que hubo en la Argentina de la dictadura cívico militar fue terror estatal. Y el terror, intrínsecamente, tiene como objetivo no solo a la víctima directa -el desaparecido, el asesinado- sino a la sociedad circundante. A la que se pretende amordazar con el miedo a caer en las manos del terrorista, en este caso el terrorismo estatal.
Y el terrorismo de Estado tuvo éxito en la Argentina durante largos años. Y mis parientes en la Argentina, los Slutzkys, que no son más que seres humanos, no actuaron en aquellos tiempos de terror de forma diferente de la que actuaron muchos -quizás la mayoría- de los argentinos, no actuaron diferente que lo que actúan la mayoría de los seres humanos en situaciones como éstas.
Está el miedo a la represalia por levantar la voz, está el pensamiento práctico basado en «¿Qué es útil y no sólo justo?» está el intento de defender lo defendible a costa de abandonar lo que parece como perdido. Todo esto es humano y casi natural. No por casualidad en Israel se premia a los Justos de las Naciones, aquellos que pusieron en peligro sus propias vidas y las de sus familias para salvar judíos en el Holocausto. Y estos fueron -también en Europa- la minoría.
Situaciones como las que se vivieron en la Argentina del terror estatal, ponen a prueba a la sociedad y a las familias. Pero el verdadero examen no está en una conducta de normal auto-protección ante el peligro físico, sino después, cuando ya no se corre peligro, pero las heridas aún están abiertas. Y también entonces se necesita de una valentía especial para enfrentar a nuestro pasado y nuestra conducta en tiempos de crisis. De eso se trata en la vida y de eso trata «Disculpas por la demora».
– ¿Realmente la utopía se olvidó de los hijos?
(Daniel): No. Para nada. La utopía de un mundo más justo era la razón por la cual uno se jugaba la vida en aquellos días, y no era solo por los hijos, sino por La Humanidad (en mayúsculas), así en genérico.
¿Cómo podrían olvidarse de sus propios hijos el hombre y la mujer dispuestos a arriesgar la propia vida —con una alta probabilidad de perderla- y con la convicción de que aun así valía la pena, ya que otros continuarían su lucha hasta conquistar la victoria, que no era nada más ni nada menos que una sociedad que les permitiera la realización de su propio potencial creativo y una convivencia más sana con el entorno, la naturaleza, su propio tiempo y, por supuesto, su familia?
Lo que sí pasaba es que, en pos de esa utopía, los hijos propios fueron, muchas veces, relegados de un modo que, visto desde hoy y con una perspectiva de clase media, no parece (y probablemente con razón) muy justo para con esos hijos, si los consideramos como personas con derechos y que, obviamente, no fueron consultados a la hora de decidir su sacrificio en esos días concretos a cambio de una promesa de felicidad futura.
(Shlomo): Yo creo que cada uno de los jóvenes idealista de aquellos días hubiera puesto su propio cuerpo para salvar físicamente a sus hijos de las balas de la represión. Más complicada es la respuesta de cómo y cuánto tomaron en cuenta estos jóvenes las inevitables y quizás incurables heridas psicológicas que sufrieron sus hijos por su decisión de entregarse a la lucha revolucionaria.
Creo que en “Disculpas…” se abre un diálogo sobre este tema que en forma ficcionada existió en «Infancia Clandestina”, y se hace desde un lugar de profundo respeto por el ideal , sin perder de vista el dolor que sufrieron sus hijos, parte integral de la herencia que recibieron de sus padres muertos o desaparecidos.
– ¿No les resulta extraña la postura de Israel en torno al prófugo Teodoro Gauto?
(Daniel): Sí, por supuesto, y al mismo tiempo, no. Hoy en día los Estados se manejan con criterios muy alejados de los ideales de humanismo idealista que se les podría adjudicar (siempre y cuando hablemos de Estados surgidos de las luchas modernas llevadas adelante por «héroes emancipadores con ideales libertarios» de un extremo a otro del planeta). Uno tiende a pensar que Israel, por su historia y origen, debería tener un comportamiento más afín a la persecución de Justicia en todo tiempo y lugar, pero parece que la realidad se impone con criterios más prácticos. Supongo que razones técnicas, legales, políticas, etc. deben pesar más en sus decisiones que nuestro deseo de Justicia. Espero, por supuesto, que el reclamo del pueblo acomode las cosas como corresponde.
(Shlomo): Como quien decidiera hacer su vida en Israel y aquí luchar por un mundo mejor, la postura de este país respecto del sospechoso de crímenes de lesa humanidad en Argentina y potencial cómplice del asesinato de Sami Slutzky, el primo hermano de mi padre, es una conducta del gobierno israelí que no me parece extraña, sino vergonzante y sospechante: ¿Qué tiene que ocultar Israel para invertir tanto esfuerzo en boicotear la extradición de Gauto a Argentina?
– En las pequeñas partes del juicio que muestran al final, los acusados no parece que estén arrepentidos, sino que es todo lo contrario. ¿Se ha hecho justicia en la Argentina?
(Daniel): La percepción es correcta. No hubo ningún caso de represores que hayan expresado arrepentimiento. Al contrario, hay dos estrategias de defensa que se utilizaron sistemáticamente en la, hasta donde yo sé, totalidad de los casos: 1) «Yo no fui, me están confundiendo con otra persona» y 2) «Hicimos lo que debíamos hacer para salvar a la Patria y gracias a nosotros ustedes gozan de la democracia en lugar de haber padecido la disolución de nuestros valores. Deberíamos recibir homenajes, no condenas».
En cuanto a la pregunta sobre si se ha hecho Justicia, creo que la Justicia es también una utopía en su propio modo, por más sistematizada que ésta esté. Una condena por el secuestro de Sami seguido de tortura hasta la muerte, que llega tras un juicio demorado 40 años desde cometido el crimen, sin haber hallado los restos, con todas las dificultades probatorias que son consecuencia del paso del tiempo, difícilmente se la pueda calificar de justicia sin resaltar esas falencias.
Sin embargo, el mero hecho de haber hecho «algo de justicia» aquí , donde parecía durante décadas que la impunidad se había instalado definitivamente, más el resto de los avances en la materia que se realizaron durante los 12 años de gobierno de la gestión anterior: juicios y condenas, señalización de centros clandestinos a lo largo y a lo ancho del país, inclusión del término «terrorismo de Estado», declaración del feriado nacional del Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia en conmemoración del día del golpe militar del 76; conversión del mayor centro de detención, tortura y exterminio del país —La ESMA- en un centro del Memoria, promoción de los derechos humanos y cultura, etc., me permiten afirmar que, al menos, durante esos años, en la Argentina se caminó en el sentido correcto con grandes avances.
Todo gracias a la lucha inclaudicable de parte de la sociedad y el capital simbólico acumulado durante esa lucha que lideraron los organismos de Derechos Humanos en su conjunto.
(Shlomo): En mi opinión, depende desde qué prisma vemos la materialización de la Justicia. La Argentina se dignificó por ser el único país en Latinoamérica en que se llevó a juicio a los responsables de la masacre que quedara impune en otros países. Pero la finalización de estos juicios y la aplicación de verdaderos castigos contra los culpables de las muertes, pero no menos del silencio y silenciamiento, se encuentra en gran parte en manos de las autoridades nacionales.
Éstas son políticas, y desde la política pueden quitar presupuestos de investigación, pueden cambiar leyes respecto a prisión domiciliaria o edad de los que gozan de este beneficio.
Sin duda, es responsabilidad del presente gobierno argentino el demostrar que, aunque los colores políticos cambiaron, en lo que respecta al enjuiciamiento de sospechosos de crímenes de lesa humanidad, se trata –efectivamente- de una política de Estado, basada en los lemas Memoria, Verdad y Justicia.
©José Luis García/Cinestel.com