“El Panelista”, de Juan Manuel Repetto; obstáculos de la ceguera
Estreno en Buenos Aires
La existencia de un entorno laboral adecuado forma parte de las necesidades de cualquier persona. Pero en el caso de los discapacitados físicos, la tarea de hacer que todos los puntos encajen es más compleja. El Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) posee desde hace bastante tiempo unas instalaciones en las que trabaja un grupo de personas ciegas, quienes integran el panel de análisis sensorial que se encarga de testear distintos productos.
El director Juan Manuel Repetto encara su segundo largo documental con una historia cuyo hilo conductor es Carlos Bianchi, uno de los trabajadores que perdió la vista siendo niño como consecuencia de un accidente doméstico.
“El Panelista” muestra el desafío que para ellos supone esta actividad profesional y remunerada, así como los temores de su protagonista ante la entrada de nuevas compañeras de trabajo.
El filme los presenta en su rutina diaria para la cata de alimentos y haciendo debates entre ellos. Carlos acrecienta su inseguridad cuando las nuevas trabajadoras llegan, al coincidir ese hecho con un problema que le sucede a su hijo y darse cuenta de que una de las recién arribadas está comenzando a reemplazarle en algunas de sus funciones dentro del Instituto.
El estreno de la película en el cine Gaumont contó con la facilidad tecnológica de la audiodescripción, una herramienta muy útil que afortunadamente ha llegado para quedarse en las salas de cine, lo cual facilitará que los discapacitados visuales puedan disfrutar de la narración. El sistema funciona locutando la información más significativa de las imágenes del film que se proyecta.
Juan Manuel Repetto responde las preguntas de Cinestel:
– Encontraste en Carlos un reflejo de aquellos temores que nos pueden afectar a todos por igual a la hora de perder un empleo, pero ¿cómo afecta una situación así a una persona con discapacidad?
Cuando planificamos la película planeamos comenzar a filmar a partir de una convocatoria de trabajo que se realizaba en ese laboratorio público de investigación, con la particularidad de que las postulantes eran ciegas. La mayor parte de esas personas nunca habían tenido un empleo estable en su vida y mucho menos una oportunidad de formarse profesionalmente. Acceder a un puesto como analista sensorial era mucho más de lo que tenía la mayor parte de los ciegos del país, puesto que según las estimaciones locales, más de la mitad de las personas con discapacidad están desocupadas.
Esta condición de quienes buscaban trabajo era similar a la de las personas que ya se desempeñaban como “catadores”. Ellos habían tenido trabajos muy precarios, como vendedores de lotería en la calle o de biromes en el colectivo, hasta que pudieron ingresar a ese puesto en el panel de análisis sensorial. Por eso para ellos era muy importante cuidarlo.
Más allá de estas cuestiones, la Argentina vive en los últimos años una situación de crisis que nos afecta a todos, con altísimos niveles crecientes de pobreza. Por eso el trabajo es una preocupación de todos, aunque en el caso de las personas con discapacidad es aún más preocupante.
– Tus dos primeros documentales tienen que ver con personas que en la teoría y en la práctica pueden tener mayores dificultades de acceso al contexto social. ¿Es un tema que está pendiente de normalización todavía?
En el caso del acceso al trabajo, si bien el Estado argentino tiene un cupo establecido que debe cumplir para dar empleo a personas con discapacidad, muchas veces esos puestos sólo se ofrecen para no infringir la norma, pero luego no se favorece que exista una verdadera inclusión. Creo que como cualquier persona, quienes tienen una discapacidad también tienen conocimientos y talentos que pueden aportar mucho a cualquier equipo de trabajo.
Esta situación se repite en otros ámbitos, como el de la educación. Aún falta mucho camino por recorrer para integrar e incluir a los jóvenes en las escuelas y universidades.
No obstante, hay experiencias interesantes que se dan tanto en el ámbito público como en el privado. Me parece que difundirlas puede ayudar a contagiar a funcionarios, empresarios, educadores y emprendedores para que ellos también promuevan iniciativas similares. Y a la vez para que las personas que tienen una discapacidad, pero que pueden aportar a la comunidad en diferentes aspectos, sepan a dónde pueden acercarse para informarse.
– Y volviendo a la película, ¿quiénes son los destinatarios de las pruebas que hacen los protagonistas del film?
Muchas de las pruebas surgen de empresas que quieren testear sus productos. La mayor parte provienen del sector lácteo, aunque hay otros grupos de ciegos, fuera del INTI, que también desarrollaron experiencias con la vitivinicultura, perfumes y cosméticos.
Las evaluaciones del panel sensorial del INTI analizan aspectos que hacen a la calidad de esos productos. También realizan pruebas vinculadas con investigaciones de otras áreas del instituto, en el marco de trabajos científicos.
– Lumma es una empresa de Buenos Aires que con tecnología argentina está implementando su sistema 4D E-motion, por el momento sólo en el cine más pochoclero. ¿Cómo ves, siendo director de esta película, la posibilidad de que cualquier espectador pudiera inclusive oler los aromas de esas pruebas desde su butaca del cine? Tal vez sería tan costoso que hoy en día parece poco viable.
Sería una experiencia interesante, una posibilidad de ponerse un poco en la piel de un panelista y de agudizar los sentidos. Algo de eso también propone el Teatro Ciego, que funciona en al menos dos espacios en Buenos Aires, donde los espectadores participan de la obra en total oscuridad y, además de valerse del oído para seguirla, también son invitados a disfrutar de la historia a partir de sus aromas.
©José Luis García/Cinestel.com