«La eterna noche de las doce lunas» de Priscila Padilla; rituales vivos
«Cuando estés encerrada y colgada en tu chinchorro, no podrás mover ni brazos ni piernas. Tienes que permanecer bien quieta. Como si estuvieras muerta», le dice la abuela indígena wayúu a su nieta Filia Rosa Uriana, una niña que acepta someterse a rituales milenarios ancestrales de esta comunidad en territorio colombiano que implican su permanencia dentro de una cabaña sin poder salir por un plazo de un año, equivalente a doce lunas llenas.
Este documental hablado en wayunaiky que nos enseña una cultura en la que solo las mujeres trabajan y se sacrifican, fue y está siendo exhibido en diversos festivales, la Berlinale entre ellos, y hasta ahora ha logrado el Premio India Catalina del Festival de Cartagena de Indias y el de Mejor Documental Latinoamericano en Cinélatino de Toulouse (Francia). Su directora Priscila Padilla nos habla acerca de la película en diálogo con Cinestel:
«Es tradicional que a las niñas wayúu cuando les llega su primer periodo menstrual las encierran durante un tiempo porque para las mujeres de esa comunidad, ése es un factor importante y ellas dicen que el encierro es como si fuese un segundo nacimiento porque creen que con esa primera sangre que le llega a la hija o nieta, se va el ser niña y su cuerpo comienza a prepararse para ser mujer a través de diferentes aprendizajes. Además, en el encierro a la niña la someten a unos rituales indígenas que la cuelgan en un chinchorro o hamaca, alejada de la tierra, le dan unas bebidas wayúu para que fortalezca y limpie su cuerpo».
«En los tres primeros meses entra en todo un aislamiento en que la niña tiene que sentir que su cuerpo se está transformando y que ella misma está cambiando física y psíquicamente, entonces las mujeres wayúu, las piachi’s que son las grandes sabedoras de esta tradición, dicen que en los primeros tiempos tiene que sentirse mucho eso y a la niña le dicen que no se podrá mover, ni brazos, ni piernas y quedarse quieta como si estuviera muerta porque ella tiene que sentir duro en su cuerpo y en su ser el encierro y por eso aseguran que es como un segundo nacimiento».
– Da la impresión de que este ritual se ha perdido entre los wayúus, ¿es así?
Se ha perdido muchísimo dentro de la comunidad wayúu y ya no es que todas las niñas se encierren y que las que lo hacen sea por un año. De hecho hay niñas que las encierran un día, dos días,… si mucho tres meses y otros ya no las encierran, pero cuando yo inicié la investigación para esta historia documental, las piachi’s, que son las grandes mujeres wayúus sabedoras me decían que para que yo pudiera contar la historia de un encierro, la niña wayúu tiene que encerrarse mínimo siete meses, porque un encierro de tres meses, de dos días, de un mes, puede que no sea un encierro como marca la tradición porque estos tienen que sentirse y tiene que sentirlo la niña.
En la historia del encierro, como ritual milenario que es, a las mujeres las encerraban antes cinco años, pero progresivamente fue bajando en años y hoy yo diría que lo máximo que a las niñas las encierran es un año o dos años. En la Guajira, que es la región donde ellos viven, en la parte alta que está por el mar Caribe en el extremo norte de Colombia, hay una población que se llama Nazaret que es lo más alejado de la cultura occidental y allí a las niñas todavía las encierran dos años.
Para mi trabajo documental duré más de dos años recorriéndome La Guajira, tratando de encontrar una comunidad donde todavía se practicara el encierro y la niña se fuese a encerrar por lo menos más de seis meses y, después de investigar durante largo, tiempo me encontré en el municipio de Maicao una ranchería donde estas mujeres han preservado esta tradición del encierro. Yo siempre digo que son más de doscientos años porque tanto la bisabuela como la abuela fueron encerradas dos años y en esta comunidad todas las niñas van a ser encerradas un año cuando les llegue la menstruación.
En esta ranchería, donde habitan unas veinte mujeres, todas ellas familia, tías, primas, hermanas,… todas saben cuál es el ritual y en el momento en que una de estas niñas deje de ser encerrada, la cadena del encierro en este lugar se pierde y por eso estas mujeres han tratado de seguir preservando esta tradición.
– Lo que no se ha perdido es la dote para arreglar matrimonios de los hijos casaderos.
Eso es una especie de responsabilidad que el hombre wayúu mantiene como pago a la chica que va a ser la esposa haciendo ver que asume una responsabilidad que va a mantener durante la relación, de hecho a las mujeres wayúu las gusta que las doten porque de este modo el compromiso está garantizado. Si da cincuenta chivos, cuatro collares, cinco mulas, la mujer wayúu siente que su hombre ha asumido una continuidad con ella y que si no existe esta dote, el hombre se puede ir en cualquier momento y dejarla botada incluso con hijos. En cambio, si le da esta base económica, como un respaldo económico, la chica puede sostener a sus hijos si se queda sola.
– Creo que los tres primeros días del encierro tuvieron que instalar una cámara fija dentro porque no puede haber nadie con ella.
Lo que pasó es que yo, como directora del documental, quise ser lo más respetuosa con esta tradición porque es muy sagrada para las mujeres wayúu, entonces yo le decía a la abuelita que no entraría por lo menos en los primeros dos meses a ver a Pili por una postura ética y ella me regañaba porque decía que quien no podía entrar era una mujer extraña pero que yo no era extraña porque ya estaba cuatro años por allí. Entonces decidimos instalar una cámara casera dentro, en el rancho de la niña, para que Rosita, la tía de Pili, grabara lo que ella quisiera en el momento en que a la niña la entraban al encierro, aunque ella tenía grandes dudas sobre si lo podría hacer, pero lo hizo.
Yo comencé un tiempo después, cuando la sacan afuera para darle un baño de noche y digo que es una historia de mujeres hecha por mujeres porque todo el equipo de producción de esta historia somos mujeres, la camarógrafa, la productora, la directora, porque durante este ritual no pueden haber hombres cerca de la niña, entonces fue otro de los retos porque no hay tantas mujeres profesionales de la cámara. Había solamente dos y tenían sus compromisos con otras películas por eso contratamos una fotógrafa camarógrafa de Bolivia y resultó ser una coproducción colombo-boliviana.
– Me llamó la atención que cuando van a comprar tela a una población más grande se escucha de lejos la llamada a la oración de un imán islámico. ¿Existen también mezquitas allí?
Sí, Maicao es el municipio y en cierta forma está colonizado por muchos musulmanes que son libaneses. Ellos llegaron a finales del siglo XVIII, comienzos del XIX y viven en esa población donde también están los Wayúu, alemanes, holandeses,… porque fue un sitio de mucho comercio, entonces a comienzos del siglo XIX llegaban todas las telas, las especias también, y por eso mostramos la mezquita que creo que es la más grande de América Latina.
©José Luis García/Cinestel.com