«Manakamana» de Stephanie Spray y Pacho Vélez; una experiencia visual y sensorial sorprendente

Lograron el Leopardo de Oro al mejor documental en el Festival de Locarno 2013 con esta película encargada por el Laboratorio de Etnografía Sensorial que pertenece a una entidad de reconocido prestigio como lo es la Universidad estadounidense de Harvard. Stephanie Spray y Pacho Vélez nos transportan desde la sencillez hacia las complejidades del ser humano a través de personajes anónimos que se suben a un teleférico que los traslada para visitar el templo de Manakamana.
La película comienza con un anciano y un niño subiendo al habitáculo del funicular y su reacción callada y tranquila durante los diez minutos que se alarga el viaje. Es como una presentación del recorrido, un viaje entre dos puntos a través de los valles nepalíes.
Cuando cada trayecto concluye y la cabina se adentra en una de las dos estaciones terminales, la imagen se oscurece mientras se escucha el ruido de la apertura de puertas, la bajada y la subida de nuevos pasajeros, y vuelve a comenzar el viaje en sentido inverso, con idas y venidas constantes en el film y personajes de lo más variopinto que se suben y se sientan.
Es cierto que, sabiendo que el documental dura casi dos horas y mirando la personalidad y el carácter de los primeros ocupantes, uno tiende a pensar que vamos a ver una película superaburrida, pero poco después nos vamos a dar de bruces con la realidad del film al comprobar que tal vez la observación de lo que ocurre en ese reducido espacio no sea tan monótona, y lo seguro es que el espectador observador cada vez se va a sorprender más sobre lo que nos muestran esas personas hasta el punto de que llegará un momento en que aguardará con interés el momento en que nuevamente se produzcan los recambios de pasajeros que van y vienen entre las montañas del Nepal.
«Manakamana» es una metáfora perfecta sobre la vida y sobre nuestro comportamiento, donde notaremos desde los inseguros hasta los atrevidos pasando por los religiosos, los escépticos, los oyentes, los curiosos, los mirones, los distraídos o los temerosos. Esa cabina del teleférico se convierte en un compendio de nosotros mismos y de nuestra diversidad como personas, de nuestra manera de ser, de pensar y de actuar. Casi todos los viajeros mantienen un tiempo de acomodo al espacio en un principio, pero después procuran desarrollar otras actividades durante el trayecto que no tienen que ser necesariamente la de conversar. Ahí es donde comprobaremos aparte de las diferencias entre las distintas generaciones que se montan, también sus coincidencias, las comparaciones del paisaje que hacen los más mayores y los descubrimientos de los más jóvenes.
Sin un arco narrativo preciso, «Manakamana» nos mantiene entre la curiosidad y la intriga, además de convertir los detalles más pequeños en profundos gestos. Hábilmente, los realizadores estadounidenses nos ponen a prueba en los dos o tres primeros viajes, como si quisieran que comprobásemos en qué medida se erosiona nuestra paciencia, pero con un ingenioso esquema consiguen que despeguemos nosotros también con los viajeros y su multiforme idiosincrasia. Ahí estamos nosotros no haciendo otra cosa que observarles a ellos a diferencia de un taxista que también tendría que manejar su herramienta de trabajo fraccionando su visión del cliente que ocupa el asiento trasero.
La productora del documental es la misma que la de «Leviatán», otro trabajo multi-premiado. Spray y Vélez rodaron las escenas con un trípode en el interior de la cabina. Los viajeros son todos conocidos suyos de otros documentales que habían hecho en la zona y esa selección se revela muy diversa porque ha logrado captar lo cotidiano y lo mítico, lo profano y lo sagrado, lo lúdico y lo solemne, así como lo íntimo y lo separado. La distinción entre ficción y no-ficción es a menudo turbia pero cuando en el documental se emplean correctamente, se anima al espectador a generar activamente su propia comprensión a partir de una situación que a priori parece ambigua.
Durante cientos de años, los peregrinos y turistas tenían que subir andando esa colina para visitar el templo, y el teleférico cambió ese viaje de búsqueda de equilibrio entre lo físico y lo espiritual de una experiencia activa a una pasiva. Es la introducción de las tecnologías lo que, como se ve en el filme, ha cambiado poderosamente nuestras vidas. Con ellas, los conceptos de distancia y tiempo se han transformado y han alterado criterios sociales básicos como la familia, los rituales religiosos y la tradición.
©José Luis García/Cinestel.com