«Sangre de mi sangre» de Jérémie Reichenbach; autogestión colectiva

Como continuación a su anterior trabajo, «Jours de poussière» (2012) (Días de polvo), el realizador francés Jérémie Reichenbach presentó en el reciente Cinéma du Réel de París su nuevo filme documental acerca del papel que ejerce el individuo dentro de la comunidad y el grupo social con el que se relaciona, tanto en el ámbito familiar y espiritual como en el profesional. «Sangre de mi sangre» fue rodado en el cornurbano bonaerense y se centra en la vida cotidiana de una familia, la de Tato, un empleado de un matadero autogestionado por los propios trabajadores.
La película ofrece en un principio la visión del trabajo de matar y descuartizar animales en el degolladero, para después ir alternando momentos en los que la familia está reunida o en pleno acto religioso con los de esa actividad profesional. Reichenbach es un director que demuestra un gran equilibrio entre lo que quiere y puede contar y el ritmo narrativo, pues deja libertad absoluta al espectador para desarrollar su tesis o teoría sobre lo que se está viendo, al tiempo que le dota de un buen dinamismo al relato sin caer en complacencias absolutas, y oscilando entre instantes de discusión o contraste de pareceres y momentos de fiesta y de satisfacción colectiva. Todo ello, nos aporta una energía por suerte más dulce que agria, sobre la que al final podríamos llegar a deducir que al fin y al cabo la vida siempre sigue y que todos esos trances se van a seguir repitiendo de esa o de otras maneras.
Al principio parece que el realizador francés quería revelar diferentes testimonios de los trabajadores del matadero, pero poco a poco se fue decantando hacia la figura de Tato, con sus tíos que trabajan con él, y con su madre y pareja. Por cuestiones económicas, Reichenbach tuvo que iniciar el rodaje en solitario y poco a poco se fue acomodando a ese sistema porque asegura que le permite ser mucho más inmersivo a la hora de tomar confianza con los personajes de la película. Los inconvenientes que esa decisión genera son, por una parte, el sonido, ya que en su caso el micrófono está conectado a la cámara y no permite mucha flexibilidad, y por otro, es un sistema que no permite contrastar dudas durante la filmación con otros profesionales, por lo que siempre está el riesgo de cometer algunos errores que deben ser corregidos luego, durante la edición.
«Sangre de mi sangre» es un documental que huye en todo momento de generar repulsión en el espectador, pues el autor ha sido muy cuidadoso con las tomas y el tiempo en que se muestran los animales que están en el matadero. No se reproducen largas agonías. Aun así, es posible que algún espectador se pueda sentir molesto ante esas acciones que, por otro lado, se han venido haciendo durante siglos para quienes gustan de comer carne. Lo que hace Reichenbach para confrontar es enseñarnos a la familia comiendo asado en diferentes partes del documental. La película muestra todo eso con amplitud de miras y con delicadeza.
Uno de los puntos más polémicos de la película lo constituyen los frecuentes rifirrafes de los trabajadores, fundadores o no, por cuestiones tan comunes como los anticipos a cuenta de los salarios y lo que cada uno trabaja o percibe. Y pese a todo eso, el filme se desarrolla en base a qué fórmulas existen para gestionar colectividades, ya sean profesionales, familiares o incluso religiosas. Como conclusión, podríamos encontrar que existe una cierta felicidad cuando se trata de seguir rituales y tradiciones que vienen heredadas, a la par que un deseo de encontrar nuevas estéticas que faciliten la convivencia desde un punto de vista más actual.
La película ha sido coproducida en la Argentina por El Desencanto, productora de Carmen Guarini.
©José Luis García/Cinestel.com