«Surire», de Bettina Perut e Iván Osnovikoff; los inicios y finales

Los documentalistas chilenos Bettina Perut e Iván Osnovikoff, frecuentes colaboradores del estupendo cineasta Silvio Caiozzi, están siempre tratando de encontrar un lenguaje visual único carente de referentes concretos. Por su séptimo documental, «Surire», recién fueron galardonados con el premio a la mejor película de la competencia chilena en el 11º Festival Internacional de Cine de Santiago (SANFIC). La película nos traslada a los altiplanos de los Andres, en la zona norte de Chile, región de Arica y Parinacota, a unos 4.300 metros de altitud sobre el nivel del mar. Allí se encuentra el salar de Surire con sus ñandúes y flamencos, entre otros muchos animales, y todavía hay unos pocos habitantes, como los que aparecen en el filme que proceden de la cercana Bolivia. Por otro lado, empresas mineras explotan los yacimientos de borato en la zona, con lo que provocan un acentuado contraste.
Al contrario de lo que se pudiera pensar a priori antes de ver el documental, el interés de los directores del filme no es el de hacer un trabajo de denuncia sobre la explotación de las minas, sino que lo que Perut y Osnovikoff pretendieron fue reflejar el conjunto del lugar para suscitar una reflexión acerca de unos modelos de desarrollo y subsistencia que parecen estar acabando, frente al proceso de extracción que lleva a cabo la empresa minera como causa desencadenante de una transformación paulatina del entorno.
Ambos realizadores experimentan con lenguajes visuales que se sitúan fuera de lo convencional, y para ello se sirven de una fotografía muy bella del camarógrafo Pablo Valdés, quien combina amplios planos abiertos, así como medios y primeros planos de una gran riqueza cromática y artística. El objetivo principal de la cámara parece ser unos ancianos aymaras que viven en el lugar con sus perros, así como un joven pastor, mientras que decenas de camiones con remolque deambulan por una carretera o pista ubicada en el mismo valle. Entre los esquemas de registro visual y sonoro, encontramos planos de cerca muy fragmentados en los que se ve incluso algunas zonas íntimas de los protagonistas como puede ser los pies o la boca, y un extraordinario tratamiento del sonido ambiente.
«Surire» es un minucioso trabajo contemplativo, rodado siempre con cámara fija para destacar en su construcción visual los contrastes que se viven en ese lugar de tanta altitud, donde el oxígeno escasea. Perut y Osnovikoff repiten aquí un esquema que les dio buenos frutos en sus anteriores filmes, como en el titulado «Welcome to New York» cuando fueron a rodar a la ciudad de los rascacielos con personajes de allí, pero sin tener conocimiento alguno del idioma inglés. En esta ocasión tampoco conocían el aymará, lengua que a veces hablan los lugareños entre sí, pero ellos aseguraban que ese factor les proporciona la distancia necesaria para que quienes aparecen se expresen con mayor libertad frente a la cámara al no hacerse entender en ese momento. Más tarde, para el montaje se seleccionaron las conversaciones a través de un intérprete.
La película retrata tanto lo hermoso como lo antiestético, al igual que distintos patrones de funcionamiento que unos parecen estar acabando y los otros empezando, empleando un mínimo artificio necesario para la puesta en escena de los personajes.
©José Luis García/Cinestel.com