«¿Y ahora? Recuérdame» de Joaquim Pinto (E agora? Lembra-me); «tengo que creer para creer»

En el terreno del cine documental, muchas son las experiencias que son contadas desde un punto de vista personal, tanto si pertenecen al mundo cercano del realizador como si conciernen a su mundo íntimo e interior. Este último es el caso de Joaquim Pinto, director portugués de 56 años de edad, quien se atreve a narrar el declive en el que se halla su vida por estar enfermo de SIDA, demostrando con este trabajo lo importante que es tener la habilidad de contar ciertas cosas que a la mayoría de las personas nos sería difícil contar tal como lo hace en esta película tan descriptiva.
Joaquim Pinto lleva veinte años conviviendo con el VIH y el VHC. «¿Y ahora? Recuérdame» es el relato de su diario íntimo a lo largo de un año de ensayos y de idas y venida de Portugal a Madrid para participar en distintas pruebas médicas con medicinas que teóricamente deberían de atenuar los síntomas de inmunodeficiencia que deben soportar los afectados por esa penosa enfermedad cuyo origen se desconoce.
Durante el film, Pinto intercala imágenes y experiencias que vive junto con Nuno, socio profesional y compañero sentimental, formulando una reflexión abierta sobre lo que significa el tiempo y la memoria, las epidemias y la globalización, la supervivencia más allá de lo esperado, la disensión y el amor absoluto. Aunque cronológicamente está muy bien definida, con una calidad de imagen y sonido cuidada hasta el detalle más ínfimo, «E agora? Lembra-me» nos propone un viaje por el pasado y el presente y la incertidumbre de un futuro titubeante, al tiempo que es un homenaje a los amigos que se fueron y a los que permanecen.
El espectador a buen seguro va a percibir la amplia experiencia que el realizador y protagonista tiene en relación con el medio cinematográfico porque éste ha sabido dosificar en capas la información sobre sí mismo que nos va facilitando a lo largo de la película. Poco a poco nos vamos enterando de que ha trabajado con cineastas de la talla de Raúl Ruiz, el ya más que centenario Manoel de Oliveira, o el francés de ascendencia española André Techiné.
El documental no se sustrae en ningún momento respecto al contexto socioeconómico de crisis en el que se encuentra todo el sur de Europa. Como sus viajes a Madrid para participar en esas pruebas son frecuentes, se van sucediendo algunas noticias acerca del devenir de un país cuyos políticos aseguraban sólo unos años atrás que «iba bien», mientras que él se queja de que esos tratamientos cada vez contienen mayor toxicidad, lo que le provoca momentos de cansancio y depresión.
Joaquim Pinto es alguien a quien le gusta estar bien informado acerca de lo que sucede con su salud y se encuentra en todo momento en tareas de búsqueda de información para darle un sentido a su existencia. No obstante, en algún momento también afirma que «tengo que parar de leer para estar aquí». Del mismo modo, reconoce que en tiempos de grave crisis como los que vivimos, el VIH y la hepatitis C ya dejaron de ser temas prioritarios para los responsables políticos de los programas de salud de la población.
La unión entre conocimiento propio sobre lo que está viviendo y contando, mas su amplia experiencia en cine le han permitido a Pinto abordar este documental de algo más de dos horas y media de duración de una manera como pocos realizadores lo habrían sabido hacer. Haciendo esa reflexión desde adentro, el director nos propone una mirada mucho más interesante que la que pudiera hacer alguien desde el exterior, sin afectación directa sobre esa enfermedad, y con una mirada tal vez más «compasiva» o distanciada emocionalmente.
Pinto compone un mosaico de miradas desde distintos ángulos que nos dan a conocer desde detalles aclaratorios acerca del SIDA hasta quienes fueron sus héroes y villanos, pasando por momentos de ternura y complicidad, la mayoría de ellos con sus perros con los que van a pasear con frecuencia porque, eso sí, atrapado por el yugo de una enfermedad tan lamentable, ya no se siente aferrado a imposiciones laborales. Irónicamente, si no estamos sujetos por una cosa, lo estamos por la otra. En esta película estamos ante un relato sensible, abordado con inteligencia e inclusive con tiempo para el factor espiritual. «Tengo que creer para creer» dice Pinto en algún momento de este conmovedor documental.
©José Luis García/Cinestel.com