«El Efecto K. El montador de Stalin», de Valentí Figueres; el pasado es imprevisible

El realizador valenciano Valentí Figueres ha visto pasar su película por un elevado número de certámenes de cine de todo el mundo, consiguiendo reconocimientos como el premio al mejor guión logrado en el Festival de Guadalajara (México), entre una larga lista. El film es una interesante reflexión sobre la manipulación en la Historia, cómo ésta puede ser suprimida o direccionada, la falsedad y la verdad, y el valor de la imagen en la sociedad contemporánea.
Es sabido que muchos elementos históricos son contados de una u otra manera según quien es el narrador o el escritor porque el historiador siempre es subjetivo. La memoria inmediata acostumbra a ser algo más objetiva pero luego viene el olvido de datos y la posterior reconstrucción. «El Efecto K. El montador de Stalin» es un largometraje de ficción narrado como si fuera un documental que nos presenta a un imaginario Maxime Stransky que prefiere ser llamado Max Oppuls y que nos hace partícipes de una asombrosa y extraña historia a través de sus filmaciones amateurs.
La cámara de cine le ha permitido a Oppuls, encarnado por los actores Jordi Collado (joven) y Valentí Piñot (adulto), atrapar la realidad y soñar, y para soñar le hace falta actuar para construir la realidad de modo que nos la podamos llegar a creer porque Max está manipulando sus propios recuerdos para crear un nuevo significado de los hechos que vivió. Con sus dudas y certezas y con esa colección de imágenes que abarcan desde el nacimiento del cine hasta la transformación del blanco y negro en color, nos contará sus misiones como actor-espía de Stalin, su decisiva implicación en el crack económico de 1929, su traición a Sergei Eisenstein, sus dos familias, -la de California con una hija y la de Moscú con un hijo-, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la Operación Borodino donde consiguió los planos de la bomba atómica, su mítica escapada del FBI por el Polo Norte, su ascenso a héroe de la patria socialista y su desaparición.
A Valentí Figueres se le ocurrió formular esta historia a partir de su conocimiento de una de las primeras teorías de la imagen cinematográfica, el llamado Efecto Kuleshov que demostró que intercalando una misma imagen de la cara del actor Iván Mozzhujin con un plato de sopa, un ataúd y una niña jugando, los espectadores pensaban que la expresión del actor cambiaba en cada uno de los tres casos dejando de percibir que en esas tres oportunidades distintas, la secuencia del rostro era la misma.
Las imágenes se contaminan entre sí y adquieren su significado por su relación con otras imágenes que intercalamos en el montaje. La verdad se construye, el significado se construye y la forma y el contenido se impulsan mutuamente generando el discurso fílmico. La disposición y el orden en que se han colocado esas imágenes así como la narración, en este caso con voz en off, nos puede llegar a hacer creíble que un actor estuvo en un cruce de caminos de la Historia. Eso no es otra cosa que la manipulación durante el montaje, el tema principal de esta película.
Pero el Efecto K no solamente sucede en el terreno cinematográfico sino que también en el político y social. Con estas técnicas también la memoria y la verdad pueden ser traicionadas, modificadas o suprimidas. Habría mucho que comentar sobre este tema, el caso actual de los informativos de televisoras privadas españolas que dedican más de veinte minutos a sucesos escabrosos podría ser un buen ejemplo, pero la película no habla de eso sino más exactamente de los intentos que quienes están instalados en el poder hacen por dominar el mundo de las imágenes y para eso se fija en la figura del dictador comunista Stalin, a quien Figueres no duda en calificar como Dios Caníbal, devorador de la memoria y constructor de un inmenso Efecto K social.

Valentí Figueres
Y si la imagen está compuesta de luces y sombras, el siglo XX fue un periodo convulso por las hermosas utopías que engendraron sueños felices y pesadillas atroces. Según Valentí Figueres: «El Efecto K. El montador de Stalin» es a la vez una historia de aventuras, un cuento mítico sobre el cine, la leyenda de una amistad, la narración sobre el sufrimiento universal del ser humano, el mito del héroe y su descenso a los infiernos. Esta es la historia de un actor espía que al fin supo decir NO a Stalin. Exploramos la memoria colectiva de un periodo privilegiado donde el arte y la vida se contaminan entre sí, donde nacen las teorías estéticas y las teorías sociales de un mismo caldo de cultivo. Para entender el siglo XXI tenemos que girar la vista atrás e intentar comprender qué sucedió con nuestra inocencia ideológica en el siglo XX».
Max Oppuls dice en la película: «Fuimos la inocencia que no tiene pasado. El arte era nuestra arma para cambiar la humanidad». Y Stalin, el iluminado, quien se creía la mano (de hierro) del proletariado mundial, no dudaba en decir: «La memoria es frágil y la historia es un arma cargada de futuro» y es verdad, nada tiene que ver lo que hoy vivimos y vemos en nuestro presente con lo que se diga más adelante de nuestro hoy porque la Historia siempre ha sido manipulada y ahora además en imágenes. ¿Cómo se contarán las imágenes de nuestro presente actual dentro de ochenta o cien años?
©José Luis García/Cinestel.com