“El gigante egoísta” de Clio Barnard; ¿parte de una generación perdida?

“The selfish giant” es el cuento de Oscar Wilde en el que la cineasta británica Clio Barnard se ha inspirado para su segunda película. Aquella historia versaba sobre un gigante que cuando regresa a su morada tras siete años viviendo con su amigo el Ogro de Cornish, encuentra a numerosos niños jugando en el espacioso jardín de su casa, los expulsa porque es su propiedad y el verano llega para todo el barrio excepto para él. “El gigante egoísta” es un filme con un relato completamente distinto, aquí el gigante es un chatarrero, y desde los comienzos ya vamos advirtiendo que se está mascando la tragedia con la que concluye.
Barnard sitúa la narración en uno de los barrios marginales de la ciudad de Bradford, en el condado de West Yorkshire, donde dos amigos, Arbor y Swifty, son expulsados de la escuela y conocen a Kitten, el dueño de un taller de chatarra que descubre el don de Swifty para acertar el resultado de las sulkys, unas carreras locales de pequeños carruajes tirados por caballos que son normalmente utilizadas como objeto de apuestas. Arbor, por su parte, quiere imitar a Kitten en su forma de ser y ese es el detonante de una tensión que se mantiene durante toda la película.
Tanto el cuento en el que se inspira, como esta historia más contemporánea, tienen en común una revisión sobre algo tan fundamental como es el peligro que conlleva excluir a los niños, apartarlos de su ciclo vital de desarrollo educativo y no hacerles reconocer a tiempo el valor que tienen las cosas y el resto de las personas con las que conviven.
La primera imagen de “El gigante egoísta” es ya desgarradora y nos pone sobre aviso acerca del contexto en el que se va a desarrollar la totalidad de la película, oscuro y conflictivo. El título del film podría hacer referencia a la figura del chatarrero pero también pudiera extenderse a los respectivos padres de estos chicos que tampoco han podido ejercer como tales, bien porque fueron desarraigados, porque no tienen tiempo o porque ellos tampoco aprendieron de sus progenitores cuando eran niños cómo se educa a los hijos. Barnard desvía con acierto el protagonismo hacia los dos adolescentes que tienen mucha prisa para ser más mayores y quienes piensan que ganar dinero como sea es una prioridad sin que la ética sea necesaria para ello.
Arbor es impulsivo, radical, malhablado y poco considerado con sus padres a quienes siempre está gritando, mientras que Swifty es mucho más comedido y trata de buscar en otros el afecto que su madre no le puede dar porque no sabe hacerlo. Por descontado que el chatarrero ve en estos chicos una oportunidad de oro para hacer más dinero y también la ocasión de involucrar a menores en actividades ilícitas sin que aparezca a lo largo del film mecanismo alguno de las instituciones públicas para impedirlo.
La reflexión final sobre esta impactante película, muy bien interpretada por estos dos niños que jamás antes habían actuado, probablemente nos debería llevar a meditar sobre algo que es intrínseco al capitalismo y que la directora había mencionado en algunas declaraciones: las consecuencias de adoptar la avaricia como ideología y la gravedad de verla como una virtud y no como un defecto.
“El gigante egoísta” obtuvo en Cannes el premio de Europa Cinemas, ha sido nominada a los premios LUX del Parlamento Europeo y también le han concedido en Dinard (Francia) el Golden Hitchcock Award, y los premios Technicolor a la mejor fotografía, Cine+ y Le Prix Coup de Coeur.
©José Luis García/Cinestel.com