“El Portal”, una película del director Andrés Perugini (Entrevista)
Estreno en Buenos Aires
La muerte, el trascender, las religiones y lo sobrenatural son las ideas que, junto a su propia experiencia personal, llevaron a Andrés Perugini a abordar diversos matices que tienen que ver con las relaciones sociales en el mundo rural. Y sí, antes de arrancar el mundo digital ya existía la variedad y la duda condicionada por las creencias o la idolatría hacia ciertas personas en la comunicación entre los seres humanos.
Pero lo que aquí se muestra en este documental llamado “El Portal”, por contra de lo que pueda pensarse, no es exclusivo de la Argentina. Si bien cada zona o región del planeta posee su idiosincrasia, siempre hay elementos comunes y uno no deja de sorprenderse cuando ve determinadas similitudes entre lo que pueda ocurrir en General Pinto o en cualquier pueblo de la lejana Castilla, en la península ibérica.
A partir de esa observación y, por qué no decirlo, preocupación, Perugini pone el foco de su cámara en un personaje, Rufino Tibaldi, que fue curandero entre los años ’50 y ’70 del siglo XX, y que atendía a enfermos de poblaciones como Iriarte o Germania, en la provincia de Buenos Aires. Él siempre pretendía ayudarlos, pero al mismo tiempo tuvo que hacer frente a acusaciones por su poca ortodoxa forma de sanar. Y ahí es donde entraron toda una serie de atribuciones que le culpaban por el desarrollo de presuntas fuerzas oscuras y sus leyendas asociadas. Al final todo son mitos y supersticiones, donde cada individuo se aferra a sus creencias para intentar explicar lo inexplicable.
Andrés vivió hasta los 18 años en uno de esos pueblos, de 1500 habitantes, que él ahora retrata, y esas vivencias personales que tienen que ver con mitos, el boca a boca o las cosas que escuchó siendo niño, fueron muy importantes para la construcción de esta película. La luz mala, la mano negra y ese tipo de miedos injustificables fueron un detonador para que este relato fílmico intente profundizar en estas formas, ancestrales ya, de comunicación social. Obviamente, hay gente que se lo cree, pero también hay otras personas con tendencia a un pensamiento más racional que no dan crédito a este tipo de historias.
Como Tibaldi tenía el don de la palabra, muchos vecinos de la zona tienen un buen recuerdo de él, pues cuentan que lo que decía poseía una especie de efecto psicosomático sanador entre quienes iban a pedirle su ayuda. Pero sin embargo hay otros que, como se puede ver en el filme, lo asocian con cosas negativas. En la película lo cuentan claramente.
Andrés Perugini responde las preguntas de Cinestel:
– Los personajes que aparecen en “El Portal” suelen repetir las mismas frases, como si se autocuestionaran, y eso me hizo recordar que en una entrevista que le hice al documentalista mexicano Juan Carlos Rulfo, él me comentaba que hay personas que siempre se hacen continuamente las mismas preguntas, pero que, al mismo tiempo, nunca suelen hallar las respuestas. ¿Crees que hay algo de eso también en tu película?
Sí hay algo de eso y mientras la estábamos armando el editor me decía que yo mismo creía, pero que tampoco creía, y que cada personaje del film tenía algo relacionado con ese aspecto. Yo siento que cuando vivía en el pueblo todas estas situaciones estaban muy vinculadas con lo sobrenatural, con el trascender, con la muerte,… estaba muy impregnado de eso, y al haberme ido, -yo estoy viviendo desde hace mucho tiempo acá en Buenos Aires, que es donde también ejerzo mi profesión habitual de sonidista-, es como yo pude empezar a reflexionar sobre lo que ocurre en estos pueblos pequeños donde todos se conocen y pesa mucho la mirada del otro.
Tengo recuerdos de cuando yo era chico y salían esos autos parlantes que estaban puestos en el centro del pueblo y de repente se escuchaba una música que más tarde descubrí que era el Aria en Sol Mayor de Bach, y esa melodía la usaban para los anuncios fúnebres. Entonces cuando un vecino del pueblo fallecía, empezaba a sonar esa sinfonía sonora mientras que un locutor anunciaba el deceso e invitaba a los vecinos al velorio. Eso era muy impresionante porque ya tenía el ambiente de un clima muy denso.
Yo me acuerdo ver a mi madre salir a la vereda a escuchar con claridad a ver a qué vecino le había tocado la hora y todo eso nos hacía conscientes de nuestra propia finitud. Eso en los pueblos está más a flor de piel, pero en las grandes ciudades es como que todo ello desaparece, vemos otras cosas: cemento, autos, ruido continuo,… y no hay espacio para la interioridad, y si lo hay, uno se ve obligado a hacerse de ese tiempo. En cambio, en los pueblos hay tiempo y espacio para eso, y conecta con lo que yo de alguna manera intenté mostrar en la película.
– Me llamó mucho la atención una de tus elecciones estéticas a la hora de reflejar que la fiesta del pueblo, con música en directo, pudiera ser quizá el ritual más importante en un lugar de estas características y me gustó mucho la forma en la que ofreces esa visión, porque está presente el músico que tal vez es una figura un poquito mitificada por los presentes en el pueblo. ¿Fue eso lo que pretendías dar a entender con ese plano secuencia?
Ahí hay algo de lo ritual que me parece súper interesante en esta época en la que se están perdiendo ciertos rituales que el pueblo todavía conserva como colectividad medio conservadora en sí misma, y mantiene ciertos ritos que unen a los vecinos en un acto alegre como es la fiesta. En esa unidad de la gente autóctona también se corre ese boca en boca, pues se sigue al vecino que habló con tal persona, que dijo tal cosa o que bailó con tal, y entonces en esa construcción me parece que hay algo medio circular, -de hecho toda la gente del pueblo baila en círculo-.
Acá estaba leyendo un libro sobre la desaparición de los rituales, escrito por Byung-Chul Han, en el que dice: “El arte no es un discurso. Opera a través de formas de significantes y no de significados. Para el arte resulta destructivo el proceso de interiorización, que lo asimila al discurso y que renuncia al exterior misterioso a favor del interior profano. El desencantamiento del arte es un fenómeno del narcisismo, de la interiorización narcisista. El narcisismo colectivo elimina el eros y desencanta el mundo. Las reservas eróticas en la cultura se van agotando sin disimulo alguno. Los rituales y las ceremonias son actos genuinamente humanos que hacen que la vida resulte efectiva y mágica. La desaparición de los mismos degrada y profana la vida, reduciéndola a mera supervivencia”.
Hay algo también de eso que intenté reflejar en la película, que es la importancia de los rituales para generar comunidad, para generar unión, y eso es algo que siento que todavía se conserva entre una generación de habitantes de los pueblos y que en las grandes ciudades ya desapareció. Y otra cosa que me ayudó a descubrir la película, que también me pareció interesante, es que los jóvenes están ya libres de todo esto y no están inmersos en esta narrativa del pueblo, sino que están conectados con la ciudad a través de las redes sociales y de sus teléfonos.
– Eso que acabas de decir me llevó a mí durante el transcurso de la película a pensar en el abandono rural, aunque quizá no era tu intención hablar de ello. Pero sí que lo pensé y quería compartirlo contigo. Parece que la gente más joven ve el mundo rural como algo un poco obsoleto.
Es muy interesante lo que decís porque yo formo también parte de una generación que abandonó el pueblo según mis intereses, para poder hacer mi vida en otro lugar, en este caso en Buenos Aires, pero hasta los años ’90 había una fábrica de lácteos muy grande, que se ve en la película también y que hoy en día está abandonada, pero donde trabajaban más de 150 familias que vivían en el pueblo. Y de repente, con el conflicto neoliberal que vivimos en el 2001, esa industria cierra y deja en la calle a esas 150 familias que se tuvieron que ir del pueblo porque no había un futuro posible.
Es interesante porque las políticas actuales intentan facilitar que ahora los jóvenes puedan tener un futuro en los pueblos, pero lo que estamos viendo es que el agronegocio arrasó con todo en gran parte del país y no hay industrias para que la gente trabaje; entonces muchos tienen que emigrar para estudiar o para conseguir trabajo, porque no hay mucha alternativa en estos pueblos.
Lo que han hecho ahora para revertirlo es crear universidades en la región con la finalidad de que puedan estudiar ahí en los pueblos y no se tengan que ir a las grandes ciudades. De todas formas, la verdad es que esos pueblos no tienen mucho futuro para jóvenes y también está la creencia de que la gente no quiere trabajar, pero en realidad no hay trabajo y el poco que queda es agrícola, ganadero y si no te gusta eso, como es mi caso, tenés que buscar otras opciones.
– Hay en “El Portal” una imagen final, una secuencia, que en el momento de verla y con la música que suena más su ambientación, tuve recuerdos de “Paris Texas” y para mí es la idea de la marcha o el tránsito, el movimiento. Me imagino que esa fue la idea de vuestro equipo al filmarla, ¿no es así?
Está muy bueno lo que estás diciendo. La verdad es que es un final muy abierto y siento que es muy potente y que costó conseguirla porque fue un trabajo de logística en la zona para rodar algo que pasa una vez cada tanto, sólo una o dos veces al mes. Y sí, ahí hay una idea de algo cíclico, circular, de marcha como decís vos. De hecho alguien también me dijo que parecían ataúdes pequeños moviéndose. Y tiene algo también desolador, en parte, con una música que es medio western y que la compuso Agostina Yacosa. Muy interesante lo que propuso, pues estábamos buscando algo que fuera medio fluido y medio inestable y siento que eso lo tiene, sobre todo al final, porque el comienzo tiene un sonido más Zen, como de meditación.
– ¿Y el montaje lo hizo Mario Bocchicchio?
Sí, con Mario lo conozco desde hace mucho tiempo. Él fue el editor de mi anterior película “La Intimidad” y trabaja muchísimo con Gustavo Fontán, al igual que yo en el sonido de sus filmes. Entonces ya hay entre nosotros cierta conexión y entendimiento que hace que conjuguemos un poco la lógica de la película para lo que queremos contar. Él ve cosas muy particulares de los planos que quizá yo estoy pensando, viendo o escuchando otra cosa
En concreto recuerdo que cuando le mostré los planos que había hecho del pueblo, Mario me decía que son como el cine de James Benning, que filma también con planos generales y largos, y en base a eso fui analizando lo que hacía Benning y entendiendo por qué era mejor filmar el pueblo en plano general. Hay algo ahí de mostrar todo el conjunto y cómo funciona, que me resultaba muy interesante y siento que hubo un buen trabajo de equipo.
– En el momento de hacer esta entrevista, todavía desconocemos quién ganará las elecciones en el balotaje. Si bien esto no tiene relación directa, hay que remarcar que el candidato Milei propuso cerrar el INCAA. Por tanto, el apoyo al cine es crucial en este momento.
Es crucial porque el INCAA es una institución que apoya a todas las películas y lo más interesante es que son producciones federales, pues no solo se centra en películas de directores o con problemáticas de la capital, de Buenos Aires, sino que igualmente apoya a narrativas de diversas partes de la Argentina.
En este proceso electoral la democracia está amenazada en nuestro país por estos candidatos de ultra-derecha, negacionistas de la dictadura, y es increíble también cómo, después de haber atravesado el proceso de la película, estas ideas vuelven a reflotar y se implantan poniendo en cuestión, por ejemplo, los 30.000 desaparecidos. Es increíble cómo hoy, lo que yo llamo los nuevos mitos del presente, que son las redes sociales, difunden en la sociedad estos mensajes que nos llevan directamente al tacho.
©José Luis García/Cinestel.com