“El vaivén de la escuelas”, el deseo de repensar la educación pública
Estreno en Buenos Aires
El encierro domiciliario de personas sanas ordenado por las autoridades sanitarias a partir de marzo del año 2020 no tiene precedentes en la Historia y fue algo que inevitablemente provocó enormes desajustes en distintos ámbitos, uno de ellos tan básico y esencial como lo es la enseñanza pública por afectar a esas edades tan sensibles que abarcan los periodos de la infancia y la juventud.
También los docentes tuvieron una enorme afectación en su vida privada y profesional y por esa razón dos de ellos, Martín Ferrari y Carlos Skliar, unieron sus esfuerzos para explicar en “El vaivén de las escuelas” las emociones contradictorias que aquella situación provocó entre el profesorado. “No hay respuestas sino un entramado de preguntas sobre lo interrumpido, lo desierto, lo discontinuo, lo que se pudo hacer y lo que no se pudo hacer”, -nos cuenta Carlos Skliar en entrevista-.
Pero más allá de la afectación que aquellas medidas tuvieron en los alumnos y su desarrollo académico, la película se focaliza exclusivamente en las emociones provocadas por aquel aislamiento tan imprevisto entre los educadores, tanto los más expertos como los que recién accedían a esta profesión en la cual los conocimientos se comunican al alumnado.
Al margen de todo ello, Skliar nos recuerda que aquí sí que se menciona al alumno que se suicidó, el ir a las casas a buscar al estudiante había perdido conectividad, cómo las escuelas eran un lugar de reunión por las comidas que se distribuían en los barrios, cómo pensaron los paseos y las caminatas cuando se autorizó, y también alude al hecho de que en Argentina tuvieron un periodo de aislamiento mucho más largo que en otros países.
“El documental captura dos instantes. Uno es el del vacío, el del silencio y la soledad, el de las instituciones desiertas. Y el segundo momento, que es el que yo diría que tiene más desarrollo, es el momento en el cual los maestros y las maestras regresan, y tratamos de capturar esa oportunidad de celebración, de reuniones en las cuales trataban de debatir a propósito de qué es lo que les había pasado”, -puntualiza Carlos-.
– En ese sentido, lo que sí que el documental menciona es la invasión de la escuela en la vida privada de los docentes, porque ustedes tenían que dar clases desde su domicilio particular y tuvieron que adaptarse a ello inmediatamente.
Sí, hubo otros países que demoraron más tiempo, pero en nuestro caso fue inmediato y hay educadores que comentan que nunca más quieren esa relación de invasión, de pérdida de la separación entre trabajo y vida privada, pero claro, la época en la que vivimos, más allá de la pandemia, no favorece esa separación y esa distinción. Ése es un análisis más anterior y antiguo, pues desde que internet ha entrado en nuestras vidas, esa separación es algo difícil de mantener. Pero la educación no es 24 horas por día los siete días de la semana, porque eso lleva a una idea de que no hay momentos de inutilidad, de reposo, pereza o libertad con respecto a tener que aprender todo el tiempo desde cualquier lugar y en cualquier momento.
Lo otro que se marcó en ese sentido fue las situaciones personales de los educadores con respecto a tener que cuidar de sus hijos o a sus madres, separaciones, vidas individuales muy complicadas, ya de por sí precarias, y por lo tanto esto agravó fundamentalmente la situación. Yo creo que es una de las marcas simbólicas y materiales más evidentes que el documental muestra, o sea delimitar hasta dónde llegaba la escuela y hasta dónde la casa. Por eso creo que la tarea educativa vuelve a plantearse hasta qué punto vamos a ser como el resto de la gente, trabajadores 24/7.
– Y luego está también el hecho de que la experiencia colectiva no puede sustituirse por algo que es digital e individual, pues no es lo mismo. ¿Quisieron ustedes tal vez hacer una disimulada protesta con esta película acerca de cómo se hicieron las cosas en aquel momento?
No, más bien queríamos darle cabida a una idea de escuela que estaba, a mi modo de ver, en la punta de la lengua durante la pandemia. Me refiero con esa imagen a una exploración que yo percibí en miles de educadores y educadoras de tal vez hacer las cosas de otro modo y pensar en otras escuelas. Y visto para atrás, yo creo que ése era el motivo principal para que no quedara atragantada en esa idea de escuela, que no quedara en suspenso, que tuviera un lugar para poder ser expresado, porque luego la coyuntura hace que se olvide un posible estado de transformación. Y yo creo que fuimos en esa dirección.
Por otro lado, a mí el debate entre lo presencial y lo virtual me parece que ha sido mal planteado, porque siempre se trata de la presencia y en todo caso la enorme discusión que podemos hacer, que tiene que ver, como tú lo dijiste, entre lo individual y lo colectivo. Es decir, es evidente que podemos aprender individualmente y hoy el mundo y la máquina que es el mundo, te ofrece esta posibilidad de una manera muy concreta. La pregunta es si las escuelas, los colegios, la educación en general, tiene que ver con los aprendizajes individuales, o con el léxico individual, o con el triunfo de algunos o de algunas, o tiene que ver con crear otro tejido comunitario que no es el que te reclama o exige la época.
Yo diría que el documental no fue una protesta. No se ven discusiones sobre si el gobierno hizo bien o hizo mal. No se ven ese tipo de discusiones, que por cierto, las debe haber, pero me parece que nuestro retrato iba en la dirección de, efectivamente, buscar ese momento en el cual, vueltos a las escuelas, en ese instante de regreso, identificar si había una idea transformadora y de cambio, colectiva, y cómo la pudieron llevar a la práctica.
Ahora estamos a casi un año y medio de ese momento y queremos retomar con el documental qué pasó con todo aquello que se vislumbraba como necesidad de transformación; si quedó atragantado, si quedo en la punta de la lengua, si en algunos casos fue desarrollado,… En fin, creo que esa es la telaraña en la cual nos hemos metido.
– Seguramente la tecnología debería de ser algo complementario a la escuela y no la vía principal para el estudio. Algo en que apoyarse también, pero sólo como un recurso más.
Es que la historia de la Escuela con las tecnologías ha sido siempre así. Es decir, el libro también ha sido una tecnología y ha entrado en el mundo educativo, primero de una manera absoluta, tiránica, como único medio. Luego compartió recurso con el audio y más adelante con el vídeo. Me parece que a veces estamos hablando de formatos que determinan modos de funcionamiento y ahí entramos en la discusión sobre cuánto un formato te determina un modo de comportamiento y de hacer las cosas, o cuánto es un recurso de lenguajes que multiplican las posibilidades en vez de masacrar los formatos anteriores.
Yo creo que esa es la discusión en una época en que lo nuevo se presenta con todo su brillo y lo viejo parece ser ya anacrónico. Entonces, la Escuela vuelve a discutir la relación entre pasado, presente y futuro, insisto, en un tiempo en el cual el futuro es el tirano que gobierna, el pasado parece un viejito o una viejecilla que ya no tiene nada para decir, y el presente es un sinsentido. Por consiguiente yo creo que lo que las escuelas hacen, -y en el documental se ve también-, es tratar de recuperar un sentido para el presente, no tanto para la preparación de futuro, ni tanto para una memoria anquilosada de pasado. En eso estamos de acuerdo.
– Lo que quizá también se debería de imponer sería la racionalidad de esos recursos y que las personas pudieran utilizarlos de una manera equitativa, porque cuando se presenta algo nuevo, como ocurre ahora con la denominada inteligencia artificial, se tiende a usar desmesuradamente. Y creo que también se tendría que valorar qué significado tiene cada cosa concreta.
En nuestro país y en nuestra región toda la espectacularidad de las transformaciones tecnológicas ocurre en un fondo de profunda desigualdad. No es sólo la desmesura, sino también la disparidad de niveles. La cuestión es cómo se distribuye esa tecnología y bajo qué lógica de igualdad o de equidad aparece, porque si no va a ser siempre una radicalización de lo desigual, es decir, va a ser un instrumento al servicio de no sólo ya de la carencia y la abundancia, sino de conectividad o no conectividad, como pasó en la pandemia, y cada vez que la sofisticación aparece, si no se la piensa en términos de política pública y no sólo como instrumento empresarial, a nosotros se nos plantea el problema de más brecha, más desigualdad y más dificultad para la relación ante el mundo educativo y el mundo del trabajo, porque ya de por sí es delicado y frágil en este lado del mundo.
– Al hilo de este tema, recuerdo que una docente de enseñanza secundaria me comentaba que la mayoría de sus alumnos y alumnas se habían retrasado con respecto a su edad a lo largo del largo encierro en sus casas. ¿Ustedes lo han constatado también?
Si bien el documental no toca ese asunto, -y es importante decirlo porque no quisimos hacer un diagnóstico ni un pronóstico de la situación, sino más bien un retrato de imagen, cuerpo, rostro o palabra-, efectivamente creo que nuestro problema principal no ha sido tanto el retraso como el no regreso, es decir, hemos perdido demasiados estudiantes en el camino. Se calculaba en miles la pérdida de matrícula, sobre todo en escuelas secundarias, y por supuesto que ha habido y todavía hay un relato inacabado del sufrimiento, del padecimiento, del aislamiento y de la soledad.
Al mismo tiempo cabe decir que la insistencia en los medios tecnológicos para darle continuidad a las escuelas y a las pedagogías en boga, hizo también que mucha gente se desconectara por dos razones: una, la desigualdad absoluta que tenemos en nuestro país con respecto a la conectividad, como antes decía, y la otra es porque muchos estudiantes adolescentes y jóvenes decían que ya tenían su vida virtual, social, individual, de comunidad, de imagen, y por lo tanto que el colegio o la escuela también fuera virtual, les produjo un rechazo un poco exacerbado.
Así que extender hacia la vida escolar y académica también las formas tecnológicas que el alumnado ya usa en sus redes sociales e individuales, ha ido en detrimento del rendimiento y por supuesto que estamos todavía sufriendo esos efectos. Pero insisto que el documental no aborda esa cuestión, sino que tiene testimonios de maestros y maestras más de primaria, más de colegio básico, y muchos de ellos sí refieren el dilema tecnológico y el reencuentro y la necesidad de cuidado y compañía y de contar las experiencias, pero no tanto de los aprendizajes. La pérdida en ese área no es una cuestión tan central en el documental, sino más bien la otra pérdida, la social, de comunidad, de salir a la calle, de estar al aire libre, de ir a la escuela,… esas pérdidas sí se relatan y no tanto la de los aprendizajes, aunque sea algo que no se pueda obviar en este análisis. Yo creo que será uno de los efectos a pensar por el espectador tras visionar el documental.
©José Luis García/Cinestel.com