En «Elefante Blanco», Pablo Trapero se supera a sí mismo
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Estrenada en España.
Trapero, desde sus inicios en el mundo del cine ha mostrado siempre una preocupación por la problemática social. Si en «Leonera» se reflejaba la opresión de la cárcel, en «Elefante Blanco» la prisión está en el barrio, en la villa, en el modo de vida.
Es una historia sabiamente contada, muy centrada en sus personajes, que acompañada por algunos largos planos secuencia deja respirar al espectador para que pueda cuestionar lo que está viendo.
El «Elefante Blanco» es un enorme edificio que existe realmente en una de las villas del conurbano bonaerense. Está a medio construir porque, después de que Perón quisiera completarlo para inaugurar allí el hospital más grande América Latina, tras el golpe de estado de 1955 sus obras quedaron paralizadas para siempre siendo ocupado por familias sin recursos.
La película es el reencuentro de dos sacerdotes en el ámbito de sus labores pastorales tras haber atravesado uno de ellos por situaciones convulsas en la selva amazónica. Ambos se dedican a ayudar a los más pobres en Villa Virgen. Nicolás comienza a replantearse si la Iglesia es el mejor lugar para ayudar mientras Julián busca mejoras a través de la política. En su camino se cruza una abogada agnóstica que ejerce como asistente social.
Pablo Trapero comentaba que «una película que habla sobre curas comprometidos, en realidad habla sobre personas comprometidas. Elefante Blanco deja ver mucha gente que silenciosamente está comprometida con el trabajo cotidiano que significa intentar cambiar algo, por lo menos en los barrios. La película no muestra solo lo que hacen Nicolás y Julián, que son los dos curas, sino también Luciana y el grupo de trabajo que los acompaña. Se ve un montón de gente que anónimamente trabaja a diario, por lo menos para enfrentarse a los problemas cotidianos».
El filme es un homenaje a la memoria del padre Carlos Múgica, un sacerdote cuya mayor parte de labor comunitaria tuvo lugar en la Villa de Retiro, que extraoficialmente lleva su nombre en la actualidad. Según Ricardo Darín, este recordado trabajador de la Iglesia «es uno de esos eslabones extraordinariamente valiosos que aparecen una vez cada tanto en las comunidades y que hacen que dos polos aparentemente irreconciliables entren en conflicto y caminen, aunque sea un tramo, de la mano» El actor recuerda que vivimos en unas sociedades marcadas por el individualismo.
Respecto a las peticiones que su personaje hace durante la película frente a sus superiores jerárquicos, Darín apuntaba que «en una estructura como la eclesiástica, salvo honrosas excepciones, normalmente la tendencia es a que nada se modifique demasiado, hay un matiz conservador sobre las estructuras. (…)De hecho, la Iglesia comete errores muy grandes, aferrándose a viejos conceptos por no querer entender los males a los que se ve sometida la población muchas veces, sobre todo las mujeres, y por no querer entender que hay ciertos aspectos que han cambiado mucho».
«En Perú, -continúa diciendo Darín-, tuvimos la posibilidad de contrastar lo que es la miseria urbana con la miseria en estado natural. Tuvimos oportunidad de ver poblaciones sumergidas en situaciones de indigencia pero en un contexto totalmente distinto, rodeados de la selva amazónica y por sus calles, en vez de pasar tierra o piedras o polvo, pasa agua porque hay ciudades montadas sobre agua, porque el ser humano busca… su primer impulso es tratar de proteger a su prole, para eso necesita un techo, una cueva, un cobijo. Y sea cual sea el lugar donde se desarrolla esa necesidad, siempre recurre a lo que se tiene más al alcance».
«En Iquitos, en el norte de Perú, tuvimos oportunidad de conocer prácticamente una ciudad construida sobre el agua. Y lo loco, lo mágico de la vida, es que a pesar de todo lo que a nosotros nos puede impactar, ya sea en la villa Ciudad Oculta, en la villa 31, en la Rodrigo Bueno, en la 1-11-14 o en todas las villas de la Argentina, en todas las favelas de Brasil, en todas las villas de emergencia que hay desparramadas por toda Latinoamérica o en una ciudad emplazada sobre el agua, es que ahí hay felicidad, hay amor, crecen y nacen niños todos los días, hay gente que se enamora, que confía en el futuro, que trabaja. Hay gente decente, gente honorable, gente muy educada, muy instruida. Hay gente que mira para adelante y trata de que en esa mirada se pueda reflejar lo que espera para sus hijos el día de mañana, así que mis respetos para todos ellos»-concluye Darín.
Por su parte, Martina Gusman, señaló acerca de los personajes principales, entre los que ella interpreta a una convencida asistenta social que «cada uno pasa un momento de crisis, de cambio, de búsqueda y, al mismo tiempo, de replantearse cuánto vale su trabajo, qué pueden modificar de la realidad en la que viven y qué no, qué pueden aportar y qué no. A todos los une el amor por esa posibilidad de cambio y su compromiso por el proyecto».
El actor belga Jérémie Renier, es coprotagonista y tuvo que aprender a emplear el español para participar en esta película. Lo primero que hizo al llegar a la Argentina fue acompañar al director en una visita a las villas.
Renier explicaba que «durante el rodaje conocimos a curas argentinos que trabajan en las barriadas populares. Ricardo y yo, que interpretamos a sendos curas, les hicimos muchas preguntas sobre las cuestiones que aborda el guión. ¡Lo curioso es que ni Pablo, ni Martina, ni Ricardo ni yo somos creyentes! Pero allí nos dimos cuenta de que estábamos hablando de seres humanos, de personas que realizan una labor más allá de la fe, de la religión. Esa gente tiene una gran espiritualidad».
(cba/alta films)