«Dead End», de Fernando Laub; los enigmas de la música electrónica
Estrenada en la ciudad de Buenos Aires
La aparición en 1978 del sintetizador polifónico Prophet-5 supuso un punto de inflexión importante en la denominada música electrónica. Artistas tan significativos como Jean Michel Jarre, Vangelis, Tangerine Dream o David Bowie se beneficiaron del uso de un microprocesador controlado por teclados para la confección de sus temas musicales. El género ha ido evolucionando y existen inclusive algunos Festivales especializados en diferentes partes del mundo.
Fernando Laub es un experto argentino en el tema y ha realizado su primer largometraje en torno a la famosa Ruta 66 que trascurre desde Chicago hasta Los Ángeles. Armado de paciencia, fue grabando paulatinamente diversos escenarios que se vinculan a esta vía de tránsito, para después componer a modo experimental distintas piezas musicales asociadas a todas esas atmósferas, e interpelar al espectador y su instinto, que es quien en definitiva deberá reconocer qué le sugieren las imágenes.
El realizador Fernando Laub, creador de «Dead End», responde las preguntas de Cinestel:
– ¿Cómo llegó la música electroacústica a tu vida?
Recuerdo de chico que un verano fuimos de paseo con mi familia a Perú. Recorriendo en auto durante varios días las inhóspitas zonas desérticas del sur de aquel país. Sentado en la butaca trasera me acuerdo que no había radio para escuchar, pues ninguna emisora transmitía en aquellos páramos. Lo único que teníamos para pasar el tiempo era sorprendernos mirando por las ventanillas esa suerte de paisaje lunar, escuchando una y otra vez el único disco disponible. Por suerte era uno de Depeche Mode, no de los más conocidos pero sí de los más intensos.
Fue así que durante varios días me nutrí de un cóctel por demás explosivo que detonó mi curiosidad por los paisajes sonoros y de alguna manera influenció mis futuras preferencias musicales. Y como si fuera poco, en un momento del viaje paramos en un pueblo para abastecernos; se trataba de un sitio cercano al océano pacifico que poseía el estatus de zona libre de impuestos. El lugar se llamaba el mercadillo de Tacna y consistía en una laberíntica sucesión de tiendas precarias colmadas de productos electrónicos importados del Japón, entre ellos un elevadísimo número de sintetizadores digitales de última generación.
Resumiendo, un pibe de 12 años arengado de escuchar a DM durante dos días, atravesando una de las zonas más inhóspitas del planeta, cae en una cueva de fenicios repleta de instrumentos electrónicos. Surrealista pero real, aún recuerdo fragmentos de las letras de aquellas canciones que escupían frases como «hay moscas en el parabrisas desde un principio, recordándonos que hay corderos para el sacrificio» y cosas por el estilo. Poco tiempo más tarde me regalaron un sintetizador (creo que no les quedó otra) y desde aquel entonces no me detuve de explorar el sonido.
– ¿»Dead End» serviría para poder pararse a pensar si lo que hacemos como grupo social los humanos tiene una lógica?
Siempre hay una lógica detrás de toda acción, y si a primera vista no la hay pues entonces se la inventa. Plantando las premisas adecuadas se puede justificar cualquier cosa por medio de la lógica. Como si fuera un programa de computadora, una aplicación. Lo interesante es poder identificar a qué propósito obedece tal o cual lógica y el origen de su propagación.
– Me fijo en la parte de tu película conocida como «The Path» para preguntarte si el sendero marca el camino que hay que seguir, como bien lo menciona el filme.
¿Cual es el mejor camino a seguir? Como seres que gozamos de libre albedrío, la respuesta a esa pregunta creo que la tiene cada uno. Sin embargo sea cual sea la situación, siempre existe un camino que es el óptimo, el que nos conduce al mayor bien. ¿Pero cual es el mayor bien entonces? Con la mera lógica nunca lo averiguaremos, quizás la respuesta esté en tender una suerte de viaducto entre el plano terrenal y el espiritual, agudizando la sensibilidad, priorizando nuestro lado intuitivo que nos alienta a conectar con un orden cósmico.
Son nuestros pensamientos realmente nuestros o nos la pasamos masticando meros implantes sembrados día a día por el “sentido común” y la realidad de consenso. Si algo ya no nos sirve para nuestro bien mayor y el mayor bien de todos, por qué seguir sosteniéndolo en vez de sacrificarlo dejándolo a un lado. Cómo sortear el espejismo, el velo de la ilusión que permanentemente nos seduce a entregar nuestro poder para crear realidad.
El aspecto positivo del numero 66 tiene que ver con el servicio, con el dar desinteresadamente como alternativa de evolución consciente. Todos estos temas se plantean de una manera alegórica a través de siete capítulos que se van sucediendo en la película: temporalmente descendemos al mundo terrenal para tomar posesión de un vehículo con el cual atravesamos diferentes escenarios y situaciones.
Luego de haber transitado a pie los obstáculos del áspero desierto y eludido con éxito una quimera plena de espejillos de colores (simbolizada en las marquesinas de la ciudad de Las Vegas), esta especie de actor tácito devenido quijote de la ruta se sube a su auto y se atreve entonces a tomar con firmeza el volante, guiándose ahora a sí mismo.
Luego de una ardua travesía bajo las contingencias de una aparente noche se ve obligado a detener su coche, pues un grupo de siervos silvestres se le cruzan en el camino. Este mágico evento da el pie al siguiente capitulo «Ascensión» en el cual su recorrido continua pero ahora dentro de un helicóptero que levanta vuelo. Desde el aire en un momento observa los autos que transitan aquella ruta, como pensando, para qué ir en tren cuando podemos tomar un avión. Y así sucesivamente hasta llegar a un final que no voy a contar.
– ¿Crees que la reflexión y el debate sirven para no llegar a ese callejón sin salida que evidencia tu película?
Reflexión y debate seguidos de voluntad y acción. El callejón sin salida no es para la humanidad sino para un modo de hacer las cosas. Si una parte del colectivo se empecina en seguir envenenando la tierra, el agua y el aire, el horizonte no es muy alentador. A no ser que ese porcentaje prefiera respirar gases enrarecidos. Quizás se trate de una puja entre nuestra parte que respira oxígeno y la que prefiere el azufre.
¿Con qué se va a respaldar el dinero a medida que los suelos, los ríos y la atmósfera se van contaminando? Si la respuesta es con fuego, pues entonces estamos frente a ese callejón sin salida para tal modo de hacer las cosas: seguir sosteniendo esa enorme y compleja maquinaria empecinada en formar individuos eternamente insatisfechos que lo intoxican todo a su paso, con tal de seguir intentando satisfacer lo insatisfactorio. Y sin olvidarse de seguir alimentando la insatisfacción porque es el motor que todo lo mueve.
¿Existe entonces escapatoria para ese yermo final? Como ya se ha dicho una y mil veces, la búsqueda del tesoro quizás pase más por buscar dentro que fuera, en el templo sagrado que todos traemos y que nos conecta con otro orden de cosas.
– Y por último, saber si hiciste el recorrido completo de la Ruta 66 y qué apoyos has recibido para completar la película.
La Ruta 66 tal como era no existe más y se ha convertido en una ruta fantasma. Digamos que fue sacrificada por una serie de autopistas que corren a un lado. Sin embargo hoy día quedan varias zonas donde de manera independiente se puede pisar el asfalto de aquella época. Con respecto a tus preguntas, hay tramos que aún no he recorrido.
©José Luis García/Cinestel.com