«Lantéc Chaná», de Marina Zeising; el último heredero de una lengua
Estrenada cine Gaumont Buenos Aires y Espacios INCAA de Argentina
Los idiomas forman parte del patrimonio cultural de la humanidad.
La necesidad de preservarlos y el derecho a su uso deberían de ser prioritarios, al margen de que existan otras lenguas hegemónicas que se expandieron bajo los efectos del colonialismo.
La directora y productora argentina Marina Zeising sigue fiel a su magnífica forma de retratar personajes que han alcanzado un pacto ético consigo mismos, y que sienten la necesidad de expresar el contenido de experiencias propias, únicas e irrepetibles.
Cuando se creía que el Chaná era una lengua desaparecida hace 200 años, emerge a la luz en esta película la existencia de Blas Jaime, un jubilado y ex-predicador mormón, quien asegura ser el último hablante de esa milenaria lengua utilizada por aquella étnia nativa para comunicarse verbalmente.
«Lantéc Chaná» indaga en otro más de los aspectos ignorados por las Historias oficiales, luego de un comportamiento que sería a todas luces repugnante e indecente de, entre otros, los colonizadores españoles, en una versión distinta a la que nos dijeron en las escuelas argentinas o españolas, y que aquí se intenta explicar en voz de su protagonista.
El investigador y lingüista del CONICET, Pedro Viegas Barros, ha sido el encargado de verificar y validar la construcción semántica correcta de las aportaciones de Blas Jaime, último superviviente a un etnocidio atroz que continuó más adelante, ya dentro de la independencia, con las temibles campañas del general, político y estadista Julio Argentino Roca.
Marina Zeising responde las preguntas de Cinestel:
– ¿Crees que hubo miedo a hablar de estos temas por parte de las comunidades indígenas?
Sí, totalmente. Imaginemos un contexto en el pasado en el que los opresores colonos tanto militares como la iglesia católica obligaban a los indígenas a convertirse en sus esclavos, los vendían como a animales, les obligaban a hacerse católicos y despojarse de su lengua y cultura; y si se resistían, los torturaban y mataban. Como cuenta Blas en la película, a los que hablaban su propio idioma les cortaban la punta de la lengua o les pinchaban un ojo… Entonces con esa política de estado de terror, en ese genocidio… ¿quién se animaría a hablar su lengua? Sin embargo en la familia de Blas Jaime lograron conservarla en silencio dentro de sus casas, y Blas encontró el momento personal y coyuntural para darlo a conocer.
– ¿Y no es posible que la identidad argentina se haya tratado de formar a partir de una idea inspirada en «los que bajaron de los barcos”?
Sí, parte de la Historia oficial también intentó gobernarnos durante siglos intelectualmente, imponiendo sus modelos y visiones de la época que aún perduran en nuestros días en algunos sectores sociales. Los colonos, que los indígenas llamaron con razón “invasores”, fueron los que escribieron la «Historial oficial” imponiendo la idea de que en Argentina ya no quedan indígenas, cuando más del 50% de la población desciende de los nativos. La Historia oficial es la que nos impusieron en las escuelas.
Por suerte las últimas décadas comenzó a haber un cambio de paradigma y un revisionismo histórico que nos permite repensar la Historia desde otro lugar de mayor sensibilidad y humanidad, reconociendo el genocidio indígena perpetrado por las colonias tanto militares como eclesiásticas. Y abordado desde otra perspectiva que es mirar nuestra Historia ya no desde Europa sino desde Latinoamérica, que son dos formas de ver nuestro pasado pero también nuestro presente y futuro. Por supuesto que hay muchos que tienen resistencia a que les cambien el paradigma…
– De tu documental se deduce que no sólo se está abordando la necesidad de conservar una lengua, sino que hay mucho más. ¿Lo viste también así?
Sí, una lengua a mi entender en mi condición de artista, conlleva una bagaje cultural que da cuenta de formas de vida, perspectivas en relación al vínculo con la naturaleza, poéticas y retóricas de nuestra Historia. Todo eso confluye en la figura de Blas Jaime, quien nos relata acerca de su pueblo extinguido, los Chanás. No solo es la lengua sino su cultura, cómo convivían con otros pueblos, y particularmente me interesó ese vínculo respetuoso con la naturaleza y los recursos que nos provee. El capitalismo nos llevó a perder ese vínculo de respeto hacia la “Pachamama”. Hoy el ser humano extrae y explota los recursos naturales más de lo que necesita para vivir. Y eso no tiene sentido y nos está trayendo graves consecuencias.
– ¿Pero es que entonces de verdad no hubo voluntad política de abordar estos problemas?
No hubo voluntad política en el pasado, mas vale lo contrario, siempre justificando invasiones, pero en las últimas décadas, con el advenimiento de las democracias en Latinoamérica, comenzó a haber una revalorización de los pueblos originarios, no sólo por una clara necesidad de reparación histórica, sino de retomar esos valores que el capitalismo destruyó.
Ahora algunos lo llaman despectivamente “el pachamamismo” como si fuera una moda frívola, además de ser un concepto a mi ver maniqueo para continuar con las políticas extractivistas a cualquier precio, cuando en realidad es el comienzo de un cambio de paradigma en este nuevo milenio que muchos nos estamos replanteando, como lo hacen por ejemplo las asambleas en contra de la megaminería. Pero hay demasiado dinero e intereses en juego que sectores de poder no quieren perder. Entonces se genera una resistencia y recurren a desacreditar esta nueva perspectiva o seguir negando realidades. Pero en el caso puntual de Blas, sí hubo voluntad política en su región para visibilizar su lengua y cultura, y eso genera esperanza.
– ¿Echaste en falta otros recursos narrativos por fuera de los testimoniales, aunque estos últimos también son importantes?
Grabé mucho con Don Blas Jaime, a lo largo de 5 años. Y claramente como en toda película tuve que dejar materiales afuera, pero que tal vez se iban del eje narrativo que estaba abordando. Entonces me focalicé en su lucha por su lengua y cultura, dejando otros posibles abordajes o matices afuera que si bien tienen vinculación con su conflicto, no son el motor principal que pretendía contar. Sí creo que me interesa reforzar la figura de Tirso Fiorotto, que es un periodista de Paraná, Entre Ríos, que fue quien hizo el artículo del diario que visibilizó a nivel nacional su figura y por la que nosotros lo conocimos.
– ¿Podríamos suponer que la proliferación de redes sociales ayudaría a una mejor coordinación de esta problemática por parte de la gente que está sensibilizada o implicada en ella?
Las redes sociales bien usadas son muy útiles. Creo que desde esa óptica, permite masificar y democratizar la información, ya que más personas ahora pueden acceder a información que antes no se podía o no era tan fácil. Pero creo que no debemos tampoco darle más poder del que tiene, que ya es bastante. Los encuentros sociales personalizados tienen mucha más potencia que estar cada uno aislado generando opinión sentado en una silla desde su casa. En ese sentido también hay que estar alertas como ciudadanos de no dejarnos “dopar” por la tecnología, porque ahí le estaríamos haciendo el juego a los sectores que concentran el poder. Nada más importante y potente que el intercambio personal y el contacto humano. La tecnología debería ser simplemente una herramienta nueva más, pero no reemplazable.
©José Luis García/Cinestel.com