«Vapor», de Mariano Goldgrob; dos amantes se encuentran una noche

Estreno en Buenos Aires cine Gaumont y en San Martín de los Andes, Centro Cultural Cotesma
Es un velatorio. Ella tiene que enterrar a un muerto de su familia. Él la encuentra en la puerta. Es verano y hace calor. Ambos emprenden un deambular por la calle para dejarse llevar por las horas, el azar y la gran ciudad.
«Vapor» es una película que como evoca su título, trata sobre lo efímero, nuestra incapacidad para controlar el tiempo, el poder del amor y el deseo achicado por una circunstancia grave y la necesidad continua de readaptarse a circunstancias nuevas imprevisibles e inesperadas.
Estamos ante una historia de dos personas en el medio de una noche errática y confusa, conversando y caminando juntos hacia ninguna parte. El recorrido irá oscilando hacia el amanecer, cuando ella tenga que enterrar a su muerto.
«Vapor» es una película sustentada por la química actoral de sus protagonistas, encarnados por los actores Julia Martínez Rubio y Julián Calviño. Su acertada actuación hace muy creíble el relato, con una conversación que fluctúa entre el pasado y el presente. De acuerdo que es una charla anodina, pero esto sucede tantas veces así en la realidad, que vistas y oídas desde el lado del espectador en esta ficción concreta, nos damos cuenta de cómo se van destapando cosas del pasado a medida que transcurre este viaje sin rumbo por las calles de la ciudad.
Mariano Goldgrob responde las preguntas de Cinestel:
– Da la impresión de que tu película es una combinación de guión esquemático e improvisación. ¿Fue así?

Mariano Goldgrob
Tuve la suerte de encontrar una estructura de guión lo suficientemente flexible como para volcar distintas ideas y que funcionasen de manera orgánica entre sí (como las buenas conversaciones). Es decir, una historia que se moviese con la mayor libertad respetando ciertos esquemas, como el free-jazz si fuese música.
En rodaje, a diferencia de lo que podría pensarse, hubo poca improvisación en los diálogos. Los actores siempre se sintieron más cómodos interpretando aquello que ya estaba escrito y sobre eso se fue construyendo el tono, las singularidades, los detalles de cada personaje. Esa sensación de improvisación está más relacionada a una decisión formal, a que tuviese esa aproximación de hiperrealidad que tiene el documental, con una cámara en permanente búsqueda, sanguínea, evitando cualquier tipo de manierismo.
– ¿Tuviste especial interés en que el espectador vaya de a poco descubriendo a los personajes de “Vapor” y al mismo tiempo imaginando un final posible para esa noche?
Sí, fue una premisa en la escritura que la información de los personajes nunca estuviese del todo velada, menos aún subrayada; que aquello que latía en ambos decantara por su propio peso en la evolución de la historia. Que lo que los define, los motiva, los atraviesa, se mantuviese en una corriente profunda que emite pequeñas pistas en la superficie. El final es una de las primeras cosas que pensé. Y lejos de ser estridente, sorpresivo, se van desplegando varios elementos que conducen naturalmente a ese final. En ese sentido «Vapor» es una película atípica de amor.
– ¿Qué te inspiró para abordar esta historia de encuentro?
El punto de partida fue bucear en recuerdos autobiográficos. Son tópicos universales el amor y la muerte. Después trabajé mucho para que el guión se despegara de mí y tuviese su propio universo. Si bien es una película personal, siempre busqué que la historia tuviese vida propia.
– La parte musical también es muy grata. ¿Qué pensaste transmitir con la música que tiene la película?
Soy melómano, entonces a medida que iba escribiendo la historia me era vital pensar que música iba a llevar. La música original es de dos grandes amigos, Diego Petrecolla y Martín Garrido, a quienes conocí de muy chicos con su banda Furies, la cual rendía culto a la Brian Massacre Jonestown y hacían un hermoso shoegaze.
Me interesaba que «Vapor» tuviese una atmósfera de irrealidad, un estado que se debatiese entre el sueño y la vigilia, a soñar despierto. Ambos captaron a la perfección el sonido para eso, a la vez que remite a los paisajes desérticos del Ry Cooder de París Texas.
Después está “Subiendo la cuesta” de Dios, banda porteña, emblemática y de culto en los 90s.
Esa canción es una oda a una ciudad mugrienta, a una década desoladora y áspera, y sobre todo a un contexto político que veinte años después sigue siendo el mismo. Era perfecta la canción para comunicar cómo veía la elitización de Buenos Aires, de ahí que se la muestre periférica, anacrónica y fantasmal.
A su vez, esas mismas características pueden definir muy bien a los personajes en su reencuentro, en sus estados de ánimo, en la forma en que asimilan el pasado. Jolene, de Dolly Parton, siempre me pareció una canción preciosa, y se ajustaba muy bien a la historia como a la femineidad de la protagonista.
©José Luis García/Cinestel.com