«Carne de perro» de Fernando Guzzoni; sobrellevando la falta de fluidez en la vida
El cine que más interés suscita entre los cinéfilos es aquel que nos va desvelando partes que inicialmente están ocultas y con las que vamos construyendo un todo. «Carne de perro» es una película imprescindible para conocer cómo puede ser el pensamiento y la actitud social distorsionada de un ex-uniformado torturador que está tratando de justificarse a sí mismo esa tremenda inmoralidad. El chileno Fernando Guzzoni (foto) realizó este film que obtuvo en San Sebastián el Premio Nuevos Directores.
El filme muestra a Alejandro, un hombre de 55 años solitario, frágil e impredecible, atormentado por la hostilidad de su escabroso pasado como torturador de la dictadura pinochetista, carcomido por sus remordimientos, y que siempre está tratando de redefinirse y darle un sentido a su existencia.
Guzzoni contó para esta interesante ópera prima de ficción con los consejos y la consultoría de guión de Jorge Durán, tan chileno como brasileño, brillante profesional del audiovisual que se prodiga en el cine mucho menos de lo que sus seguidores desearían. Al realizador le pedimos que nos cuente para Cinestel cómo fue la cooperación de Durán en esta película:
«La verdad es que no fue una consultoría tan exhaustiva como la conocemos sino que fueron unas lecturas con devolución que me hizo Jorge porque mi productor chileno también produjo la última película suya. Con él he creado una buena relación y fue más bien como un feedback tras algunas lecturas».
– Según trascurre la película vamos conociendo distintas capas del personaje principal que cada vez nos aproximan más a la cruda realidad que está viviendo. ¿Era esa tu intención desde el inicio del proyecto?
Desde un principio me parecía que la película tenía un arco dramático concreto pero que subyacen bajo esa historia otra sub-lectura, otros elementos, que quería ir instalando de manera dosificada y no tan evidente, trabajando más bien con símbolos, con sensaciones, con la idea de instalar emociones más que de hacer algo tan narrativo, tan concreto y tan didáctico para el espectador.
– Es posible que ese tipo de torturadores no tenga conciencia plena de la gravedad de lo que estaban haciendo poniendo su punto de mira en lo económico y en lo ideológico. ¿Hasta dónde llega su responsabilidad?
Yo creo que son personas que han sido en algún momento determinado actores políticos al servicio de alguna dictadura como en este caso o de algún sistema totalitario, como ocurrió en diferentes partes del mundo, y que en este caso el personaje de la película es alguien bastante elemental y básico que se sintió amparado en algún momento por este sistema y que sentía que estaba haciendo un trabajo y no solo eso sino que estaba sirviendo a su país. Entonces bajo su lógica estaba todo bien.
Me imagino yo que luego de vivir una experiencia traumática como esa tan compleja, la reestructuración de su vida va generando estos vacíos, estos temas inconclusos que era lo que a mí me interesaba mostrar, cómo por más impunidad legal o social que hubiesen tenido estos personajes, qué pasaba con la interna de ellos, cómo era sobrellevar una vida sabiendo que uno había estado en el lugar más oscuro haciendo las cosas más deleznables. Me parecía que eso tenía que estar en un terreno más bien psicológico, como de la disociación de ese personaje con su entorno y con su sexualidad y con los afectos después de una experiencia tan traumática.
– Y en ese terreno psicológico, él tanto en lo que hace referencia al trabajo que hizo como a su vida familiar es como si quisiera retener el cauce de las cosas y tu en la película incluyes cómo fluye el agua en contraposición con lo que él normalmente hace que es tratar de impedir que las cosas fluyan. ¿Ese contraste lo incluiste deliberadamente en la película?
Claro, me parecía que el agua era un elemento narrativo más que tenía que ver con ella como símbolo para expiar la culpa, como una búsqueda para la limpieza, el agua como un placebo que estaba en relación con este personaje y su angustia diaria. Entonces, esa es una analogía por un lado entre lo castrado que está este personaje en su vida y cómo este elemento que tiene una progresión que es más o menos permanente en la película, opera como un S.O.S. de este personaje, como cierto espacio de contención o de placer tal vez.
– Es curioso cómo dentro de lo que es el refugio ideológico para justificar las atrocidades cometidas, él también busca acogerse a la parte espiritual encarnada en ese pastor evangélico que interpreta Alfredo Castro que repite una y otra vez que la palabra de dios es el olvido de los pecados. Es como si creyeran que tienen licencia para hacer lo que han hecho porque como después está el perdón redentor, les parece que eso vendría un poco a solucionar el problema de la culpa.
Claro, todo lo relacionado al mundo evangélico cristiano, desde mi reflexión no necesariamente tenía que ver con una búsqueda de redención sino más bien con una mirada de cómo operan este tipo de instituciones en las sociedades contemporáneas y que en el caso del mundo evangélico, cómo estas iglesias universales te reciben a los fieles sin importar muy bien qué es lo que pasó antes de tu llegada a ese templo.
En el fondo hay un espacio de desprejuicio cuando te reciben y en este sentido el personaje volvía a ser parte de algo, a vivir bajo una estructura que era lo que él necesitaba, un personaje dogmático que necesitaba vivir encontrando algún riel, pero para mí no había en ese ejercicio una búsqueda espiritual real, mítica o epifánica de este personaje, una respuesta literal como te decía anteriormente por su necesidad imperiosa de ser parte de algo.
Entonces, esa lógica del perdón, de despojar la culpa, empieza a cobrar sentido al sentir que uno pertenece de nuevo a un establishment donde puede operar, donde puede sentirse parte de algo, y ese era mi objetivo básicamente con esa escena.
– El actor principal de la película había padecido torturas en primera persona durante la dictadura. ¿Cómo enfrentó él tener que representar al personaje de su verdugo?
Fue un proceso bien particular y complejo también porque hay una carga emotiva ahí muy grande pero era interesante, desde mi juicio, plantearlo así porque por un lado había un ejercicio de exorcización al que se sometía el actor, que fue lo que él me dijo también, como una oportunidad, y también porque finalmente el personaje de Alejandro no deja de ser un humano que por más oscuro, violento y terrible que haya sido es un personaje que no tiene porqué renunciar a los afectos o a las relaciones humanas, entonces me parecía que también le daba más tridimensionalidad y más complejidad a la película poner a un actor que había padecido todo lo contrario.
En el caso de Alejandro, él se tomó el papel con mucha intensidad y siempre me hablaba de una frase de Fernando Pessoa que a él le resonaba mucho a la hora de interpretar o de aceptar el papel que era que todos teníamos dentro nuestro una víctima y un verdugo. Así es que esos fueron los puntos comunes que íbamos teniendo para que él interpretara este personaje y sintiendo que era una apuesta dramática fuerte para él, pero que también ayuda a darle a la película esta dualidad mucho más poderosa.
– En España el tema de la guerra civil está todavía inconcluso y hay cineastas que lo siguen tratando en sus obras. ¿Ocurre lo mismo en Chile respecto a las secuelas de lo que pasó con la dictadura de Pinochet?
Yo creo que no lo hemos superado en el sentido estricto de las cosas y tampoco en el sentido espiritual de las cosas. Por un lado hay cosas muy concretas que hacen que uno no pueda obviarlo, que tienen que ver con herencias políticas en términos de que Chile funciona bajo una Constitución que fue hecha en dictadura y que no ha sido modificada. Ministros del régimen de Pinochet son actuales ministros de Estado del presidente Piñera por ejemplo o diputados y senadores de la nación, o empresarios con mucho poder dueños de medios de comunicación, de grandes multinacionales, etcétera.
Por tanto, es difícil que uno no encuentre permanentemente resabios de eso. En Chile no ha habido una censura ni un castigo social transversal frente a lo que fue la dictadura. Pinochet tiene muchos adherentes todavía, más de lo que uno se imagina. Y por otro lado, se ha instalado desde mi juicio una gran herencia espiritual de la dictadura que es el neoliberalismo y una profunda convicción en Chile, una profunda y arraigada idea de que a nadie le importa mucho lo que le pase al otro y eso para mí empieza desde ese momento en que nos empezamos a desconocer como sociedad y donde se instalan otros valores, otro sentido, otra urgencia. Esa es ya una opinión más personal mía, es como yo lo veo, pero para mí está muy vigente, sin que sea un tema estrictamente directo, pero es como lo que se va desprendiendo de eso.
Fernando Guzzoni se encuentra desarrollando ya un nuevo largometraje de ficción en el Fondo europeo Torino Film Lab que espera rodar en mayo o junio de 2014. En «Carne de perro» aparece representado un maltrato animal que se queda en eso, en la ficción, pues se empleó un perro de una empresa que se dedica al entrenamiento (adiestramiento diríamos en España) y obviamente el animal también está actuando, es un actor más de la película.
©José Luis García/Cinestel.com