«Menazka (La Cacerola)»; un traspaso necesario de la memoria
Festival de Cinema Jueu
Somos varias las generaciones que hemos podido ser conscientes del horror cometido durante el Holocausto a través del testimonio de asociaciones tan notables en la lucha por la ética y la dignidad como Amical de Mathausen y otras muchas. Pero cuando se acercan los 80 años de diferencia, esa voz directa se va apagando por ley de vida y es entonces cuando el audiovisual cobra más importancia, siempre y cuando vaya acompañado de alguna introducción de estudiosos sobre el tema.
David Serrano Blanquer es una absoluta eminencia en la investigación y el estudio de la Shoá, sobre la que es el único no judío que ha publicado un libro. Profesor de la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull, tiene un amplio currículum dedicado a la lucha por la memoria democrática.
«Menazka (La Cacerola)» es en concreto su tercer largometraje documental como director, aunque también ha participado en la edición de algún que otro proyecto audiovisual relacionado con este tema.
Con la publicación en 2013 del libro «Isaac Bojorovich y la memoria uruguaya de la Shoah», se le abrió a Serrano Blanquer la posibilidad de poder rodar un filme con su protagonista.
«La historia de Isaac es una de las pocas que nos van quedando y tenía que preservarse, -nos cuenta Serrano-. Y precisamente porque los testigos directos de la Shoah están desapareciendo, yo como docente universitario e investigador pensé que era una buena oportunidad para plantear algo que está encima de la mesa, que es el relevo de la memoria. Los supervivientes no pueden irse sin dejar un legado a alguien que recoja un testigo».
El documental fue pensado como la visita de Bojorovich al lugar en donde se ubicó el campo de concentración de Bergen Belsen, acompañado de una estudiante de bachillerato para que le comunicara su historia como ejemplo de la transmisión inter-generacional, con el fin de reflexionar y entregar un mensaje esperanzador en los valores a la nueva generación. La experiencia le dice al realizador que cuando se les implica a los jóvenes en cuestiones de este tipo, ellos acostumbran a responder más allá de las expectativas.
Según Serrano, sus alumnos son una generación «que prácticamente no sabe nada del tema y que a través de las nuevas tecnologías, esta cuestión no la han visto porque se dedican a otro tipo de materias.
Por lo tanto se enfrentan de un modo bastante virgen al tema. Y la manera en que más puede remover su conciencia es estar al lado de alguien que lo ha sufrido».
«Es sorprendente -añade- cómo los jóvenes de hoy en día, si bien han visto algunas películas, no han visto imágenes o documentales porque el documental es un género que no les interesa para nada. Ése es el peligro. Veníamos de generaciones que sí que sabían lo que había ocurrido, y estamos llegando a generaciones que ni lo saben ni les interesa».
Cuando Serrano comienza a buscar algún alumno suyo que tuviera el perfil idóneo para contrastar ambos grupos de edad, se encuentra con Camino Llonch, «una alumna que había leído a Primo Levy y a Semprún, había estado en Auschwitz con sus padres y es además una gimnasta profesional, con lo cual -asegura-, para ella el sacrificio y la disciplina es algo muy interiorizado que quise poner en contraste con el sacrificio vital de Isaac. Y ahí hubo un shock que hizo que ella se fijara en aspectos que probablemente otro adolescente no se hubiera fijado. Así que decidí ponerles juntos ante ese viaje que era físico y emocional».
Encontrarse con Isaac Bojorovich por primera vez impresiona por su capacidad de conversación forjada durante bastantes años como comerciante en el Uruguay. Tiene muchas ganas de hablar y contar lo que le pasó desde los 12 años hasta los 17, periodo en el que pasó por tres guetos y seis campos de concentración, siempre y cuando su interlocutor lo quiera escuchar. Por eso se queja de que antes del libro de Serrano nadie le preguntaba por su historia, de la que tampoco hablaba «porque tiene que haber una persona que absorba y sienta todo lo que yo hablo, -nos cuenta-. Para decirle al viento, me callo». Lógicamente, con Serrano sintonizó desde un buen principio en una entrevista que mantuvieron en un hotel de Montevideo.
El protagonista reconoce en el documental que en aquella época se sintieron desprotegidos y que esa percepción la mantiene hasta nuestros días, lo que le lleva incluso a pensar que hoy lo único que prima son los intereses económicos y a lamentarse de que ese comportamiento sea «casi general», mostrando una mínima esperanza de que el mundo logre alguna vez resolver ciertos problemas a través de la aplicación del sentido común.
«Menazka (La Cacerola)» no se limita a recordar los hechos del pasado, sino que ofrece una perspectiva mucho más amplia enfocada desde el panorama actual. En relación a la xenofobia y el odio, Bojorovich explicaba a Cinestel que cuando en una visita anterior a Barcelona le preguntaron porqué sigue habiendo antisemitismo en Europa, les contestó que «si usted tiene un cáncer y lo curó, lo curó. ¿Aparece de vuelta? No. Pero si el cáncer no está curado, explota de vuelta».
Al mismo tiempo, respecto al odio opina que está basado en la ignorancia y que la solución sería el conocimiento mutuo: «Usted no puede decir que no le gusta el gazpacho si nunca lo probó», -recuerda-.
E igualmente critica el hecho de que la prensa se dedique a hablar sobre las cosas malas y no de las buenas, en muchos temas, incluido el que a su juicio suele ser un mal tratamiento informativo hacia Israel.
– Con la edad que usted tiene (89), ¿Le molestó mucho las horas que pasó para el rodaje de la película?
Me tenían loco. Ocho tipos, una mujer acostada en el suelo porque el foco lo dirigía desde abajo,… (risas). Pero yo sé dominar mi mente y adaptar la edad que tengo, no atropellarla. Hace 40 años que camino todas las mañanas, y sigo caminando, pero ahora me tengo que sentar dos o tres veces, sino me duelen las piernas. Pero David me supo convencer.
– ¿Qué sintió al observar de nuevo el lugar de Bergen Belsen?
Eso es algo que es muy difícil de transmitir y explicar. Yo trato de borrar esa época. Pero, aunque le parezca mentira, me levanto dos o tres veces por pesadillas durante la noche. Siempre acerca de las mismas cosas. Cuando entré allí la primera vez con mi yerno, en una ocasión anterior que estuve, sentí una angustia que es muy difícil de contar a usted o a cualquier persona. La palabra exacta sería amargura. En 50 años yo no quise ir. No quería pisarlo. Pensé que iba a encontrar barracas, pero los ingleses las quemaron todas cuando acabó la guerra.
Allí el guardián del bloque 15 andaba con un guante de cuero todos los días, y me rompió casi todos los dientes de arriba. Tengo dos dientes nada más. Entonces tienes recuerdos. Y la nueva generación no tiene la culpa de lo que sus padres o abuelos hicieron. Muchos están arrepentidos también, pero yo creo que el mundo no se curó. Sigue enfermo.
Ahora me siento en la obligación moral de transmitir a la gente qué pasó, porque personas de mi edad, la mayoría ya no existen y saber transmitir es un don especial. El mundo debe saber que eso puede estar de vuelta contra cualquier otro pueblo. Espero que escuchándome a mí, ayude a la gente a pensar de otra manera.
©José Luis García/Cinestel.com