Trueba muestra las fases del proceso creativo del arte

Con un guión articulado junto a Jean-Claude Carrière, Fernando Trueba consigue con «El Artista y la Modelo» acercarse mucho más al cine de su admirado Robert Bresson apoyándose en la entregada actuación del veterano actor francés Jean Rochefort que interpreta a un reputado escultor francés que en tiempos de la ocupación nazi intenta captar la perfección a través del cuerpo de una modelo (Aida Folch). Su vejez y aparente calma contrastan con un cierto pesimismo que se maneja con sutileza.
Rochefort encarna a un viejo escultor cuya esposa Léa (Claudia Cardinale) recoge de la calle a una joven campesina catalana que huye del ejército franquista.
El desnudo de la película no solo es el físico de la modelo sino que esta vez Trueba acierta en mostrarnos toda la evolución del proceso creativo del arte.
Impresionaba ver en San Sebastián a Rochefort vestido como su personaje en la película, el escultor Marc Cros, una muestra de buen gusto y una prueba más del amor y la vocación de este actor por su trabajo.
El protagonista ha padecido dos guerras mundiales y se encuentra sumido en el desánimo. La llegada de la joven Merçé le provoca un cambio en esa tendencia y vuelve a recobrar momentos de plenitud.
«El arte es una necesidad -dijo Rochefort-. Ya desde las grutas prehistóricas estaba el arte. Un país y una civilización sin arte implicaría una civilización que se destruye. Yo desgraciadamente tengo ya una edad como para haber conocido guerras y por eso ciertamente tengo una mirada en cierto sentido desesperada con respecto al mundo antes de abandonarlo».
«Esta película es un himno a la vida -siguió diciendo-. El personaje se acerca a la muerte pero de repente llega la juventud y eso le aporta muchas cosas a ese hombre anciano ya sea elementos carnales, naturales, vegetales o simplemente esa necesidad de contacto, de constatar que tenemos que admirarnos los unos a los otros y eso nos vincula a la existencia, quiere decir que insistimos en perdurar y en esta película que a mí me ha encantado también hay un despertar púdico del deseo en este anciano, eso es algo que sí que nos devuelve el gusto por la vida y eso es importante en la película. ¿Cómo decirlo? Ha sido un aliento continuo para respirar. Eso es lo que supone para este anciano» -concluye.
Respecto a sus películas, Trueba dijo que le gusta el resultado pero también el proceso: «Creo que el uno sin el otro no existen. Evidentemente, a veces contamos lo bien que lo hemos pasado en el cine haciendo una película, lo maravilloso que era todo y que nos llevábamos todos muy bien, pero eso no tiene el menor interés para los que no estuvieron allí.
A la gente lo único que le interesa es qué película has hecho y si esa película les llega, les conmueve, les interesa. Entonces trabajamos para eso pero, a la vez, hay películas que yo recordaré toda mi vida por el proceso, en el cine además que es un arte colectivo, que no lo haces solo, lo haces con gente que convive de una manera muy estrecha».
«Yo siempre digo que cada rodaje es una pequeña vida, que la vida es una vez y no la vuelves a vivir. Y ningún rodaje es como otro. Entonces, el proceso me importa mucho. ¿Sabes por qué? Aunque me repita y diga siempre las mismas cosas, comparo hacer una película con ir en un barco con una serie de gente que has reclutado buscando una isla en la que crees que vas a encontrar un tesoro. Por eso es muy importante el trayecto, es muy importante quienes te acompañen en esa aventura y en ese viaje».
Interesante también la reflexión de Trueba sobre el tiempo en una película que te está pidiendo que te detengas y mires: «Vivimos en una época donde ya nadie se para, donde la gente ya no se lee algo que tenga diez líneas porque una cosa de diez líneas es como si ya fuera una tesis doctoral, imagínate para leer «Guerra y paz».
«Lo que la película sí reivindica es esa lentitud, ese pararse a mirar las cosas, el parar el tiempo, el ser capaz de pensar más de diez segundos en algo y el mirar algo. Eso no solo en el arte sino también en la vida, en las relaciones con las personas. Es fundamental el darle a cada cosa su tiempo, el encontrar el sentido en una época que es acelerada y donde ya hasta una palabra se hace larga. Vivimos en una época donde una palabra se resume en una letra, qué es una q, etcétera, etcétera».
«Entonces, volvamos a disfrutar de lo que es denso, largo, profundo, de lo que te requiere un tiempo y un esfuerzo porque solo en eso hay placer. El placer de la velocidad solo existe si eres conductor de fórmula 1 como Manoel de Oliveira con el que Claudia Cardinale estrena película y que ahí está con sus 104 años.
Yo he tomado la costumbre contraria a nuestro tiempo que es solo leer cosas que sean largas y que lleven mucho tiempo. No leer nada corto». (cba/eess)