«Filth, El Sucio»; ¿por qué saborear un mal comportamiento?

El actor James McAvoy nos entrega una soberbia y gamberra interpretación del sargento detective Bruce Robertson, un policía escocés que busca un ascenso porque piensa que él es el mejor y que todos sus compañeros son idiotas. La película es una adaptación de la novela homónima de Irvine Welsh y está dirigida por Jon S. Baird. Su planteo inicial nos proporciona todos los ingredientes de la comedia maleducada, machista y traviesa, pero en un momento determinado se producirá un giro en el guión que nos adentrará en un terreno distinto, el de la tragedia, la violencia y la locura.
Al principio contemplamos lo que es un policía desvergonzado, misántropo, corrupto, drogadicto y sobre todo tramposo, porque lo que intenta a toda costa es hacer imposible a sus compañeros de oficio la oportunidad de ascender de categoría profesional. El asesinato de un oriental en la ciudad le parece la oportunidad perfecta para lograr su propósito, puesto que resolviendo el caso cree que se ganará el ascenso.
Con todas estas premisas, es natural que el espectador empatice más bien poco con un detective de la policía escocesa que consume pornografía y drogas, y que cuando puede suelta a quien tiene delante lo triste que está porque su mujer y su hijo lo han abandonado. A pesar de ello, la comedia traviesa siempre suele ser bienvenida por el público y en este caso cabe mencionar que está muy bien lograda porque este protagonista absoluto de la película bascula entre aquel comportamiento amenazante que vimos en el Malcolm McDowell de «La Naranja Mecánica» y el encanto y la vulnerabilidad de Jack Nicholson en «Alguien voló sobre el nido del cuco».
Lo verdaderamente asombroso que tiene «Filth, El Sucio» es un giro de tuerca que se produce durante la película y que la transforma en una radiografía psicológica de Bruce Robertson, mostrando algunas de aquellas verdades sobre sí mismo que nos venía ocultando desde el principio. A partir de ese momento vamos a ver un personaje protagonista muy distinto, porque nos descubre su lado vulnerable y más patético. Curiosamente, el filme acaba siendo un ejemplo evidente de que en ocasiones quien saborea un mal comportamiento propio, lo está haciendo porque tal vez no se ha reconocido en la identidad y estilo de vida que preferiría para sí mismo, pudiendo llegar hasta estados de verdadera locura y delirio.
©José Luis García/Cinestel.com