«Hombres, Mujeres y Niños» de Jason Reitman; verdad abrumadora

Al canadiense Jason Reitman lo conocimos siendo actor en filmes como «Cazafantasmas II» o «Poli de Guardería», pero a partir del año 2007 se está ocupando de dirigir películas que nada tienen que ver con aquel estilo cuando ya en «Juno» demostró que quería arriesgar con temas que por sí solos implican cierta polémica y controversia entre la gente. En su necesidad de exponer contradicciones humanas que tienen que ver con hechos que se producen en la actualidad, la película «Hombres, Mujeres y Niños» se aproxima a una conducta que estamos viviendo personalmente u observando todos los días a nuestro alrededor: el uso continuo de las nuevas tecnologías para comunicarnos.
Sin querer entrar en explicaciones sobre el porqué se llega a tener una forma de hacer a todas luces completamente irracional, la película es un barrido o compendio de algunos de esos comportamientos que suceden en esta sociedad post-moderna por los que se procede a comunicarse a través de un artilugio electrónico con alguien a quien tal vez lo tenemos a cinco metros de distancia o en el domicilio de al lado.
En este sentido es un filme que expone ese hábito adquirido desde un obvio punto de vista malsano, patológico y dañoso, donde por ejemplo Internet no se emplea para unas finalidades concretas como podrían ser las de una comunicación puntual con alguien sobre un asunto preciso, sea personal, profesional o de estudios, sino que el uso de ese recurso se hace constante, sin planificación y sin idea previa sobre lo que se pretende o a dónde por lo menos remotamente se quiere llegar con ello. Existen antecedentes sobre esta forma de actuar y uno de los que más nos pueden venir a la memoria es el del típico zapeo de canales de televisión que se ha extendido hasta nuestros días.
Reitman maneja con habilidad en «Hombres, mujeres y niños» varias historias cruzadas de adolescentes enganchados a las tecnologías más recientes y que paradójicamente tienen a sus padres dentro de esa misma tesitura, quizá porque ellos están intentando comprender a sus hijos o tal vez porque lo que desean es estar a la última. Lejos de estar interesados en lanzar una diatriba contra los chicos, los progenitores están incurriendo en comportamientos parecidos que abarcan desde la insatisfacción personal y la falta de autoestima hasta importantes paranoias que siempre son injustificadas.
Dentro de la amalgama de historias que refleja la película, se observa un especial interés en que éstas sean lo suficientemente creíbles como para que el espectador pueda reflexionar acerca del problema de fondo. Eso está muy bien, aunque se corre el riesgo de que se considere que hay temas ya sabidos o demasiado trillados en su resolución por otros filmes diferentes. Pero aun así, Reitman aprueba de lleno en su apuesta por acercarnos unos cuantos síntomas de esta enfermedad social que se ha extendido, al asociar a quienes hacen un uso indiscriminado de Internet con otros asuntos como la anorexia, la exaltación del super-ego buscando la fama a cualquier costa, o la cultura del videojuego sin final horario previsto con estudiantes capaces de dormir sólo tres o cuatro horas al día. Estamos en un mundo que mira demasiado hacia las pantallas y dedica muy poco tiempo a otras cosas más gratificantes.
©José Luis García/Cinestel.com
©Imagen superior, Paramount Pictures