«Ismael» de Marcelo Piñeyro; ¿dónde poner el amor y cómo volcarlo?

Apetece cuando se acerca el fin de año cuestionar el significado que tiene la familia hoy en día y parece interesante la apuesta de estrenar este nuevo filme del argentino Marcelo Piñeyro en estas fechas. «Ismael» es una película que habla sobre el deseo de búsqueda de las raíces identitarias que tiene un niño dentro de un contexto de ensoñación ligado a la ubicación de las emociones en relación a las diferentes etapas de nuestras vidas. La formulación de esta historia arranca de la situación poco creíble que implica que un niño pueda viajar sólo en un tren de alta velocidad sin que nadie se aperciba de ello.
Ese viaje parte de la necesidad que el niño tiene de conocer a su padre biológico, un joven que vivió algunos años en Madrid y que tuvo una relación pasajera con su madre de piel morena. Ismael Tchou, de 8 años, solamente es preguntado una vez durante el largo viaje sobre el porqué de su soledad en ese tren. El niño lleva una carta que le encontró a su madre en la que está inscrita la dirección de su progenitor, Félix Ambrós (Mario Casas). Cuando llega a ese domicilio se encuentra que allí no vive su padre sino Nora (Belén Rueda), su desconocida abuela de cincuenta años.
Aunque Félix no conocía la existencia del niño, rápidamente reconoce que sí es su hijo pese a ser de tez morena, y más tarde descifrará el motivo de esa identificación. Mientras tanto, su madre Alika (Ella Kweku), viaja junto a su actual pareja Luis (Juan Diego Botto), para encontrarse con el hijo y retornarlo a Madrid. Con ese motivo, se desencadena un inesperado encuentro en el que vuelven a relucir temas del pasado que todavía no han sido superados.
«Ismael» parte de ese arranque ciertamente inverosímil, -Barcelona y Madrid distan unos 600 kilómetros-, y las actuaciones de sus intérpretes son bastante desiguales, alguna poco creíble -la parte inicial de la madre-, otra a la que estamos poco acostumbrados -cuesta ver a Belén Rueda en una comedia dramática cuando ha estado más especializada en cine de terror-, la de Mario Casas, buena pero que siempre es como si se estuviera interpretando a sí mismo y emplea idéntica forma de dicción, y las muy bien trabajadas de Juan Diego Botto -que procede de buena escuela- y del gran Sergi López -¿o deberíamos decir Grand, en francés?- que demuestra su buen hacer interpretando a un hostalero, ‘sommelier’ de vinos e incluso seductor ocasional. El niño, Larsson do Amaral está perfecto en su papel de desarrollar uno de los principales sueños de su corta vida y la ternura y empatía que muestra es lo mejor de la película como fórmula para lograr también y de paso, que los adultos reconstruyan su realidad y decidan dónde ponen el amor y cómo han de volcarlo.
Pese a que la sinopsis sitúa la acción principal del film en un pueblo de la Costa Brava, lo cierto es que la localidad que se ve está más al sur y no es otra que la villa de Sitges, población muy conocida entre los cinéfilos por albergar el Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña. La mayor parte de filmes anteriores de Piñeyro gravitaron en torno a los mandatos familiares y a los vínculos generacionales mientras que en otros dos, «Plata quemada» y «Tango feroz», se ponía de manifiesto la necesidad del ser humano de constituirse en alguna forma de familia para poder sobrevivir.
©José Luis García/Cinestel.com
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