Entrevista a Fernando Spiner sobre «La Boya», su film más personal
Estreno en Argentina
Con el amplio recorrido que Fernando Spiner lleva a sus espaldas, no es de extrañar que este director pueda salir airoso de casi cualquier cosa que se proponga hacer en el mundo del cine. Varios films de ciencia ficción, un western gauchesco y otros muchos trabajos en el terreno audiovisual, avalan la capacidad que este cineasta argentino tiene de evocar en el público espectador algunos temas que de una forma u otra están en la mente de mucha gente, consciente o inconscientemente.
«La Boya» supone la primera incursión que este realizador efectúa en el género documental, pues es una historia personal que está conectada al mar, ese espacio que tantos sentimientos encontrados, desde poéticos a trágicos, suscita en toda la República Argentina. Ese océano que trajo una visión de futuro para muchos, pero también hechos horribles como el ocurrido en el último año y que no olvidaremos.
Aun así, en realidad este filme es más que nada una historia intimista rodada en Villa Gesell, localidad costera en la que Spiner pasó su adolescencia, y donde su entrañable amigo Aníbal y él se fijaron a sí mismos el reto de nadar en repetidas ocasiones hasta una boya marítima y regresar de nuevo a la orilla.
Sobre esa base se desarrolla aquí una historia de búsqueda en la que Fernando indaga en la vida de su amigo y en la amistad que éste tuvo con su padre, Raúl Spiner, lo cual le lleva también a descubrir un enigma a lo largo de la película y asimismo a intentar soltar una antigua boya dentro del mar.
Representado a través de las 4 estaciones, el filme también nos revela la vertiente poética de Aníbal, su capacidad de convocar a otras personas del lugar para hacer lecturas en voz alta, y su fuerte relación con el mar.
A Fernando Spiner la fascinaba la idea de hacer llegar al público el tipo de experiencia que supone nadar hasta la boya y a su vez hacerlo con intenciones poéticas, pues Aníbal hace que su amigo del alma descubra la poesía de su propio padre, que él desconocía.
El director sigue a Aníbal, pero también hay en el pueblo una serie de escritores, músicos y pintores consagrados que viven allí y que por sobre todo reflexionan ante el poder inspirador que tiene el mar. Aquí vemos que está el arte y sus expresiones, más otras personas que disfrutan de la cercanía del mar, pero también encontramos a los guardavidas sobre los que el realizador nos cuenta que «aunque uno se los imagina en las antípodas de lo que es la poesía, el hecho de estar frente al mar 10 horas por día, todos los días, ya los coloca dentro de una poética de la que forman parte».
Fernando Spiner responde las preguntas de Cinestel:
– El mar evoca la imaginación, que puede ser de tipo poético, pero también el mundo real que es también la inmigración que llegó a la Argentina o las consecuencias nefastas de la dictadura. En la película hay pinceladas de ambas cosas, porque también aparece Ricardo, el pintor que plantea esto último que te comentaba. ¿Lo planteaste así de diverso en percepciones este relato?
Sí, coincido plenamente con lo que decís. Yo lo veo claramente en la película. Hablar de poesía es emocionarse y conmoverse, pero estamos en este mundo donde hay pogroms y dictaduras militares, donde la gente es torturada por tener inclinaciones artísticas. Así que comparto tus teorías y me alegro de que lo veas tan claramente. Es una fuerte intención de la película la de decir que todo esto pasa acá y que no estamos en una burbuja. Estamos atentos y esto nos afecta, en este mundo, en esta sociedad donde pasan estas cosas.
– Te habías dedicado hasta ahora a la ficción, pero con «La Boya» entras por vez primera en el género documental. ¿Prefieres seguir experimentando en este terreno o simplemente este film te lo has tomado como algo excepcional para representar miradas muy próximas a quien tú eres?
La verdad es que no tengo mucha conciencia de porqué termino haciendo lo que hago, pero creo que hay una actitud de explorar nuevos mundos y nuevos géneros, de conocer nuevos modos de abordar el cine, que es lo que me apasiona. Y me gustan los géneros, tanto el policial como la ciencia ficción o el western. Pero obviamente siempre busco que sea algo genuino y verdadero.
La anterior película que hice, que es «Aballay, un hombre sin miedo», es un western gauchesco, bien argentino, porque es un género que si bien es americano, lo hemos hecho muy verdadero aquí, al igual que la ciencia ficción que rodé como un camino para lograr temas políticos desde otros puntos de vista, ya que la ciencia ficción también es un género muy político. Pero yo seguiré haciendo cosas nuevas y al mismo tiempo volviendo a hacer otras, porque también hay muchas cosas desde las que uno puede aportar otras perspectivas más reflexionadas y elaboradas, con otros abordajes.
– La música que acompaña algunos momentos del film está muy relacionada con el ambiente marítimo. ¿Les costó llegar hasta ese punto de sinergia con el relato que se cuenta?
Quien hizo la música es mi hija Natalia Spiner, con quien ya había trabajado en una serie que hicimos para la televisión sobre dos novelas de Roberto Arlt, «Los siete locos» y «Los lanzallamas». Así que veníamos teniendo un vínculo muy lindo en ese sentido, y además para ella es también el lugar donde vivió, es una película sobre su abuelo hecha por su padre y con ese gran amigo de su padre que ella conoce.
Así que realmente Natalia se lanzó con mucho amor e hizo muchos bocetos desde Villa Gesell que es donde se instaló, teniendo la música varios instrumentos reales, pues suena un fagot, un chelo, una guitarra y un piano que grabamos con músicos de primer nivel, buscando ese tono que inexorablemente está atravesado por un sentimiento entre melancólico y amoroso, homenajeador a los lugares y seres queridos. Ella estuvo un mes para acabar la composición y estuvimos otro mes más con los músicos trabajando.
– «La Boya» revela el contenido de una carta de tu padre. ¿Cómo era que se comunicaban por correo postal?
Eso fue algo que sucedió. Mi padre era una persona muy afectuosa y en mis años en el Centro Sperimentale Di Cinematografia, en Cinecittà en Roma, nos escribíamos muchas cartas. Nos mandábamos cassettes hablándonos porque no podíamos hablar por teléfono y como buen estudiante, cada cinco o seis meses cambiaba de domicilio, por lo que han sido varias las cartas que han vuelto y que yo descubrí cerradas en el transcurso del tiempo. Así que me encontré con cartas que él había mandado en los ’80 y recién las leía en el año 2005, 2007 o 2010.
Lo que quisimos fue de alguna manera ficcionalizar algo que había sucedido y que fuimos a buscar para poner dentro de una historia que de algún modo devela el enigma que se genera y lo hace por sobre todo, por ese ser amoroso, ese amor paterno que se le agrega a la película y que me parece que es algo hermoso, dado el amor infinito de un padre hacia su hijo.
©José Luis García/Cinestel.com