Osvaldo Andreoli presenta el libro ‘Alfredo Alcón, el actor de la utopía’
El prominente actor argentino Alfredo Alcón falleció el 11 de abril de 2014, a los 84 años. Fue y es considerado el primer gran actor de la Argentina, y coincidiendo con el que habría sido su 92 cumpleaños, el crítico cultural, periodista, poeta y teatrista Osvaldo Andreoli ha publicado un ensayo poético a través de la Editorial Leviatán.
«Alfredo Alcón, el actor de la utopía» es un texto basado en su experiencia personal y el bagaje de su memoria estremecida, en el cual comparte reflexiones, testimonios, enfoques y polémicas, cotejando tanto las miradas confrontadas como los eventos compartidos.
Según Andreoli, al delinear un perfil reconocible de Alfredo Alcón, no cabe la imparcialidad, pero al atenerse a los acontecimientos arriba y abajo del escenario, ahí sí que cabe esperar por parte del lector un cierto grado de objetividad.
Alfredo Alcón obtuvo a lo largo de su carrera innumerables reconocimientos a su trabajo. Entre sus renombrados trabajos cinematográficos se mencionan “Un guapo del 900” (1960); “Piel de verano” (1961); “El santo de la espada” (1970) y “Boquitas pintadas” (1974), dirigido por Leopoldo Torre Nilsson; “Prisioneros de una noche” (1962), “Qué es el otoño” (1977) y “El agujero en la pared” (1982), de David Kohn; “Las ratas” (1963), de Luis Saslavsky; “El reñidero” (1965) de René Mugica; “Nazareno Cruz y el lobo” (1975) de Leonardo Favio; y “Pubis angelical” (1982) de Raúl de la Torre.
La resonancia de sus trabajos teatrales contó con directores como Margarita Xirgu, Osvaldo Bonet, Inda Ledesma, Agustin Alezzo, Omar Grasso, Lluis Pasqual, Roberto Villanueva, Rubén Szuchmacher, Alejandro Tantanian, Daniel Veronese y Javier Daulte.
Encaró como director, entre otras obras, «Final de partida» de Samuel Beckett (1991 en Andamio 90, y 2013 en Teatro San Martín); «¡Shakespeare, todavía!», y «En la soledad de los campos de algodón», de Bernard Marie Koltés.
Protagonizó el estreno mundial de «El público» de García Lorca en el Teatro Studio de Milán. Con «Haciendo Lorca» atravesó las fronteras de las lenguas para ir directo al corazón de los espectadores de Madrid, Barcelona, Aviñón, París, Venecia y Moscú.
Osvaldo Andreoli, autor de esta obra literaria, explica así la razón de ser de este libro:
Hay una búsqueda inquietante en Alcón. Una insatisfacción que lo ha impulsado más allá de sí mismo. El intento de transformación que lo ha caracterizado. Era la exigencia artística, su descontento. Esta cuestión atraviesa el texto, reaparece y se reformula en sus segmentos, los cuales son unidades interdependientes. En las entrevistas Alcón repetía a menudo “somos líquidos”. Advertía las inseguridades y las incertidumbres que ponen en tela de juicio el conocimiento y los sistemas definitivos. Odiaba ser encasillado o etiquetado. Era su manera de cuestionar la cosificación de la conciencia y el orden establecido. En el libro el tema de la utopía está vigente y referido desde el primer capítulo, titulado El vértigo de la palabra.
Sobreponerse y superarse son actitudes de candente actualidad. El desafío de la crisis catastrófica que nos afecta incluye políticas culturales, exige el despliegue de las energías creadoras. Si no inventamos, fracasamos. Hay precedentes que se convierten en acicates para la acción. Entre los altibajos y las vicisitudes que experimentó, Alcón mantuvo una coherencia, un nexo ético-artístico reconocido.
En los 90’ del siglo pasado, junto con “el fin de la historia”, se anunció la caducidad de las utopías. La concepción hegemónica acentúa el consumismo como fórmula de la felicidad, los mitos de la fama y la fortuna, el culto del hedonismo y del puro presente borra el pasado y anula el futuro. Esa filosofía del bienestar, Wellness, presenta a la infelicidad como una culpa. Su elemento ideológico demoniza a los débiles, a los incompetentes sin méritos para triunfar. Aparece un nuevo conformismo, un malentendido acerca de la libertad individual; es la subjetividad atomizada, el emprendedurismo y el miedo a la exclusión. Un tormento latente detrás de la careta del éxito. No hay escrúpulos en el mundo del espectáculo. Como contrapartida fue revalorizada la concepción de la utopía, la capacidad de soñar, inclusive la idea del sueño-concreto de Ernst Bloch y su principio esperanza. Esperanza no es optimismo fácil, sino la certeza de que algo tiene sentido, pese a la incertidumbre sobre su resultado. Por eso en el último capítulo (El espectáculo de Alfredo Alcón), el tema reaparece en boca de nuestro actor: “Esta sociedad nos requiere optimistas, no esperanzados. El optimismo sirve para tapar, tapa agujeros. La esperanza es dolorosa, hay que luchar”. Se lo escuché en una emisión radiofónica en 1994.
La participación de Alcón en los procesos culturales y los movimientos artísticos es notoria. Tanto en el plano teatral como en el cinematográfico. Fue el caso del Nuevo cine argentino, en 1960. En el capítulo La nueva ola, cito dos artículos de Salvador Sammaritano publicados en la revista El grillo de papel, uno de cuyos directores fue Abelardo Castillo. Seguir el hilo de la trayectoria del actor permite reconocer una pléyade generacional, apreciar directores como David José Kohon, con quien Alfredo filmó Prisioneros de una noche y después dos títulos a los cuales dedico segmentos especiales del libro. Tanto en ¿Qué es el otoño? (1976) como en El agujero en la pared (1982), el suicidio del protagonista irritaba a los militares, que preferían ocultar todo caso de sordidez y derrotismo.
Resalto lo revulsivo de Alcón como un movimiento utópico interior. El idealismo moral, su admiración por las obras de arte canónicas, su valoración de los talentos emergentes, su lucha por aproximarse a los personajes arquetípicos de la escena.
Pero además la indignación ante las injusticias tuvo una impronta ciudadana, abarcando el conflicto social. Adhirió no sólo a la ampliación de los derechos civiles, sino también se solidarizó con los maestros y las Madres, en actos públicos y gestos artísticos. Como explicó Horacio González en una de mis audiciones de Radio Nacional, (2004), hubo gestos cargados de un alto valor simbólico.
Todo eso va delineando el perfil del “actor de la utopía”, y más aún ante la crisis civilizatoria, las pandemias y los presagios distópicos.
El propio Alcón abordó la distopía en Final de partida, consustanciado con la degradación civilizatoria y la decadencia física y existencial. Adorno se refiere a la crisis del sentido en su Teoría Estética. Las piezas de Beckett son absurdas no por ausencia de sentido sino porque tratan sobre su pérdida. Su sentido es la falta de él. Pero tienen un sentido estético, supremo nivel formal. Su contenido ha brotado en esta negación y de sus conexiones.
Finalmente, la pregunta acerca del “actor de la utopía”, alude a la figura retórica, un quiasmo con el que concluyo el segmento titulado La vida privada de los famosos: “… Alfredo Alcón pertenece a la estirpe de los idealistas, como anunciaba José Ingenieros en El hombre mediocre. Por eso la utopía del actor lo convirtió en el actor de la utopía”. Intentó ser otro y se transformó a sí mismo. En constante mutación del sueño en acción.
©Cinestel.com