“Lobster Soup”: entrevista a Pepe Andreu y Rafa Molés, directores
DocsBarcelona 2021
Desde que “Five days to dance” (2014) encandilara a los espectadores del DocsBarcelona que lo vieron en la clausura del Festival de aquel año, la trayectoria de los realizadores valencianos Pepe Andreu Ibarra y Rafa Molés Vilar ha sido intensa y diversa con sus posteriores “Sara Baras. Todas las voces” (2016) y “Experimento Stuka”, entre otros documentales.
La presencia en Barcelona de su nuevo trabajo, “Lobster Soup”, convoca a todos sus múltiples seguidores, que son conocedores de la originalidad de este dúo de entusiastas de la imagen y del hecho de contar historias interesantes.
Ambos son enamorados de Islandia, un país situado en el extremo norte del Atlántico que antaño vivía de la pesca, pero que desde hace unos años soporta una burbuja turística considerable a la que intenta adaptarse como puede.
Esos visitantes extranjeros acostumbran a ser estadounidenses, aunque también los hay de otros puntos diferentes del planeta. Rafa Molés nos comenta que el negocio del turismo “no consiste en alojar mejor a los turistas, sino en venderles el alma de ese lugar concreto en el que están, porque todos los turistas tenemos esa ilusión de buscar algo que sea auténtico, es decir, que en realidad queremos no ser turistas y quienes nos reciben intentan hacernos creer que no lo somos”.
Una sensación parecida la tuvo Pepe Andreu en una primera visita a la isla cuando por una casualidad, se encontró con un bar restaurante regentado por verdaderos pescadores que además servían como plato estrella una deliciosa sopa de langosta.
La frustración que acababa de sentir su familia porque no les habían dejado entrar en los famosos baños termales Blue Lagoon, quedó rápidamente olvidada ante ese genuino espacio donde se reunían los antiguos pescadores del pueblo mezclados con algunos turistas y con fotografías en las paredes de antiguos barcos y de habitantes de esa villa costera, al igual que había un piano junto a una foto de John Lennon y de equipos de fútbol actuales.
Como refugio del alma comunitaria de ese pueblo de pescadores, el lugar navega entre la dicotomía de mantener esa cercanía humana basada en vínculos de amistad o la posibilidad de convertirse en una deriva existencial hacia lo que sería un simple negocio, con turistas a los que servir comidas y bebidas.
– “Lobster Soup” parece una especie de reflexión en torno al paso del tiempo y al hecho de que todos estamos aquí de paso también. ¿No es así?
Rafa Molés: Sí claro, eso es muy importante y el turismo es verdad que está allí como un fenómeno en tiempo presente, pero realmente la película comienza advirtiéndonos y recordándonos lo importante que es salvar o conservar la memoria de ciertas cosas, desde el escenario mismo, el propio bar y las fotos que impresionan tanto al principio, y que muchas de ellas están perdiendo el color; -ahí hay algo que se pierde-.
Después están esas sesiones que hacen los miércoles para hablar de los muertos, donde se reúne todo el pueblo para contar historias de aquellos que ya no están, como una manera de mantenerlos vivos. Aunque estén en el cementerio, todavía permanecen entre ellos.
Y además, casi al principio del documental ellos hablan de su tema principal, que es la pesca, y cómo estos pescadores se tiraban a la mar en unos tiempos en los que abundaban los días de grandes adversidades climáticas, a riesgo de morir porque los patrones competían entre sí, y para ellos eso era un honor. Y ahí vemos, en esa lista que hay en la cafetería, quién es el patrón que más capturas realizó. Esos eran sus héroes y justamente todo ello se acabó debido a la sobreexplotación y la globalización, ante la cual piensas en los turistas. Estos hombres pasaron de animar esa especie de competición a animar a los equipos de fútbol, deporte que está globalizado y que provoca que a cualquier lugar del mundo que vas, te encuentres una camiseta de Messi.
Lo que allí ocurre es un fenómeno cíclico imparable, pero sí que en ese camino de pérdida, como documentalistas nos queríamos recordar a nosotros mismos que hay cosas que no se deberían de perder, como ese café al que vimos como un lugar vital para muchos habitantes de ese pueblo, sobre todo viejos pescadores jubilados que si no estaban allí, se habrían quedado solos en su casa.
– Pero el hecho de que el turismo que le acecha a ellos es un mundo de ilusión, lo reflejáis muy bien en una escena en la que se pretende simular una especie de golf imaginario sobre hielo. Eso es una metáfora que emplea la película.
Rafa Molés: Claro, es totalmente metafórico ese momento. Ellos en el pueblo tienen un campo de golf, que es una cosa un poco loca en Islandia, y en el que pueden jugar apenas unas horas, unos días al año. Ése es otro de los lugares de reunión en el pueblo que tenían ellos. Cuando está verde, lo cual sucede muy pocas veces, van y juegan al golf, pero claro, ese momento en el que está el campo helado y nuestro protagonista va para allá a ensayar esos golpes que podrá pegar, es una metáfora dirigida al turismo; de hecho muchos islandeses viajan al País Valenciano, a Torrevieja o a las Canarias sobre todo a jugar al golf. Son viajes habituales que hacen los islandeses, y les encanta porque pueden ver el sol o lo verde, justo lo que ellos no tienen. En esa secuencia, nuestro protagonista también está soñando en clave de turista.
– Habéis contado además con otros dos co-guionistas y co-productores de la cinta, uno lituano y el otro islandés. ¿Su participación en “Lobster Soup” ha sido primordial para el proyecto?
Pepe Andreu: Sí, fundamentalmente porque nosotros no conocíamos ni el país, ni el idioma, ni la forma de trabajar con la gente. Entonces, el haber contado con Ólafur Rögnvaldsson ha sido vital. Nosotros preparábamos las entrevistas, pero la persona que hablaba con cada personaje, -porque se hicieron muchas entrevistas a gente que luego no aparece-, fue él.
Aunque es una historia que se cuenta desde afuera, ha sido importante contar con alguien que podía mantener una relación más personal e íntima desde adentro del país.
Rafa Molés: Así es, Ólafur es el coguionista islandés y de alguna manera nosotros queríamos ser fieles al máximo con esa comunidad, aun cuando el documental podríamos haberlo hecho perfectamente en inglés, porque en Islandia es un idioma que se habla normalmente. Pero nosotros pensamos que debíamos rodar en su lengua propia, y el hecho de que hubiera un islandés con nosotros, ayudándonos a descifrar la trascendencia de ciertas historias y preocupaciones que para nosotros pasaban desapercibidas, era importante tener la traducción cultural de un compañero que trabaja contigo día a día.
Y en el caso de Arunas Matelis, el guionista lituano, nosotros habíamos ya trabajado con él en otro documental y es un director increíble y maravilloso, que ha ganado premios en IDFA, y con el que tenemos una relación muy íntima a nivel creativo.
Arunas quiso participar también en nuestra película porque Islandia y Lituania tienen una relación muy particular, ya que Islandia fue el primer país del mundo que reconoció la independencia lituana de la Unión Soviética. Él nos ha ayudado mucho en este riesgo de la fascinación por lo exótico que a veces ocurre a nivel de los documentalistas, y Matelis tenía una especie de visión intermedia entre el islandés y los directores foráneos que quieren filmar una historia en Islandia; por eso nos ha ayudado mucho a no caer en estereotipos, al mismo tiempo que lo convertíamos en una historia metafórica que nos tocara a todos.
©José Luis García/Cinestel.com